Expreso mi profundo agradecimiento a los doctores
Ricardo Palao, Ramón Medel Jiménez y Óscar Gris Castellón
Un canto a la vida y a la autosuperación. «Hace ocho años una desgracia cambió mi vida, una desgracia cuyas consecuencias, sin embargo, no acabaron conmigo». Por asombroso que parezca, he logrado recuperarme y, ocho años después de aquel horrible punto y aparte en mi vida, siento que por fi n tengo fuerza sufi ciente para contar mi historia. Todavía duele, me remueve las entrañas, me entristece y algunos días casi me desespera. Pero tengo que contarla».
Ameneh Bahrami
Ojo por ojo
ePub r1.0
Pinpilinpauxa07.08.13
Título original: Cheshm dar barabar-e cheshm
Ameneh Bahrami, 2013
Traducción: Ana Guelbenzu y Panteá Arami
Fotografías del interior: archivo de la autora, Amir Pourmand / ISNA, AESA.
Editor digital: Pinpilinpauxa
ePub base r1.0
AMENEH BAHRAMI perdió la vista y sufrió graves heridas tras el ataque con ácido que sufrió en 2004 por parte de un pretendiente frustrado. Tras pedir aplicar la ley del Talión, Bahramí acabó por perdonar a su agresor. En 2013 se publicó su historia bajo el título de «Ojo por ojo»
CAPÍTULO 1
Una mirada: palabras de fuerza y agradecimiento
En nombre de Dios, creador del alma,
autor de la palabra,
en nombre del Dios de la vida y nuestro Dios,
en nombre del Dios
que nos alimenta y nos guía.
Este libro nace en nombre de Dios, que es bello,
y ha creado y ama la belleza.
Hace ocho años una desgracia cambió mi vida, una desgracia cuyas consecuencias, sin embargo, no acabaron conmigo.
Por asombroso que parezca, he logrado recuperarme y, ocho años después de aquel horrible punto y aparte en mi vida, siento que por fin tengo fuerza suficiente para contar mi historia. Todavía duele, me remueve las entrañas, me entristece y algunos días casi me desespera. Pero tengo que contarla.
Las lágrimas me anegan el rostro mientras grabo mi relato en docenas de cintas: las lágrimas son lo único que aún son capaces de producir mis ojos. Pero tengo que liberarme de esta desgracia. Debo luchar contra este destino. Hace ocho años que se interpuso en mi camino, pero no ha podido conmigo antes y tampoco me vencerá en el futuro.
Este libro debe servir para que nunca se vuelva a repetir un «caso Ameneh Bahramí». Para que jamás ninguna otra mujer o niña vuelva a ser víctima de un ataque con ácido. Para que nadie vuelva a escaldar ni abrasar a una mujer por el mero hecho de tener voluntad propia. Después de esto, nadie tiene por qué pasar por lo que me he visto obligada a soportar yo. Mi mayor deseo es que nuestra sociedad se esfuerce por superar su egoísmo y deje atrás la envidia y el orgullo.
No debemos emplear las fuerzas que Dios nos ha regalado en maltratar al prójimo, ni en hacer daño a los demás. Nadie debería ejercer poder sobre otras personas. Nadie debería tener la posibilidad de apropiarse impunemente de lo que se le antoje. Y mucho menos si se trata de la vida, la salud o la belleza de un ser humano libre.
Puede que haya personas a las que les cueste creer mi historia. A mí me resulta muy duro mirar atrás y evocar los recuerdos de todo lo ocurrido. Han sido muchas las veces en que he llorado lágrimas amargas durante los últimos años, muchos los días en que me falló la voz. En más de una ocasión he querido rendirme porque el dolor en el rostro, el esófago, el estómago, las manos y los brazos me estaba volviendo loca. Y muchos días me he visto al límite de mis fuerzas y he sentido que me abandonaban la voluntad y la determinación.
Estoy muy agradecida a numerosas personas que han estado junto a mí durante el camino. Sin embargo, mi mayor gratitud va dedicada a mi querida familia, que me ha apoyado y acompañado en este duro trayecto.
Me gustaría dar las gracias especialmente a mi abuelo, allí donde esté. Le quería mucho, y su bondad y su sabiduría me han ayudado a dominar mi ira incontenible.
También deseo dar las gracias a mi estimado amigo el doctor Saburi. Su voz tranquilizadora y la sensatez que me ha trasmitido siempre me han infundido ánimos. Mi especial agradecimiento también al doctor Ramón Medel Jiménez, que gracias a su amabilidad y a sus habilidosas manos me ha dado confianza en mí misma, y sigue dándomela.
Gracias también al señor Yaghoubzadeh, que me ha apoyado hasta ahora. A Mariam Rassulipanah, Ashraf Arab y todos los amigos y colegas de estudios, por su ayuda y apoyo, y también a todos los antiguos compañeros. Por ellos y por los que se mencionan aquí de forma explícita, quiero reunir las fuerzas para contar mi historia y compensarlos a todos.
Mi experiencia debe servir de ayuda a todas aquellas personas que se enfrenten a un duro golpe del destino, para mostrarles que, incluso cuando uno se encuentra en la oscuridad más profunda, puede recuperar la esperanza. Los malos momentos nos convierten en lo que somos. Quien pasa por circunstancias difíciles aprende a apreciar mejor el lado bonito de la vida. Perder algo resulta duro, pero también desata fuerzas insospechadas.
Hoy, ciega y con el rostro marcado, vuelvo a tenerme en pie y lucho por que todos los seres humanos gocen del derecho y la libertad para decidir sobre sí mismos. Todo el mundo ha de vivir como desee, y contar con los medios para ello.
Al final he perdido parte del rostro, pero, después de todo lo que me ha ocurrido, no he perdido la dignidad. Doy gracias a Dios por haberme permitido llegar a esta conclusión y haberme allanado el camino que he querido seguir hasta el momento. Con su ayuda he llegado hasta aquí, y con las esperanzas puestas en Él doy el siguiente paso: aquí comienza mi historia.
CAPÍTULO 2
Visiones interiores: imágenes horribles y recurrentes
Aquella mañana, al despertarme, volví la cabeza hacia la ventana, de donde colgaba una cortina azul. Lo sabía porque una vez había pedido que me describieran la habitación: la manta de colores sobre la cama, la puerta marrón, el suelo gris, todo lo veía sólo con mis ojos interiores. El cielo debía de estar despejado, lo notaba. El tiempo se percibe; yo sentía en la piel el sol, las nubes, la llovizna, el viento.
Además, olía y oía el tiempo que hacía fuera; eran percepciones sensoriales que hasta el ataque no me habían interesado y que probablemente la mayoría de la gente apenas nota, porque capta demasiadas cosas en el mundo sólo a través de los ojos, para luego olvidarlas en seguida.
Aquel día de julio tenía que empezar de nuevo, debía volver a visualizar lo que me había ocurrido y revivir todo lo que había dejado atrás. Me había propuesto narrar mi libro en cintas de audio.
Como todos los días, me duché, me sequé, me puse pomada en la cara, colirio en el ojo derecho y me coloqué las gafas de sol. Me vestí con los vaqueros que tanto me gustaban cuando aún podía ver algo y cuyo color gris claro seguía recordando con nitidez, me puse la gabardina blanca que me compré en Barcelona y me fui, bastón en mano, a la panadería de la esquina. Cuando no estaba de buen humor iba allí, me tomaba una taza de té y un trocito de pastel.