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Tuiavii de Tiavea - Los Papalagi

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Tuiavii de Tiavea Los Papalagi

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1. Como cubren los Papalagi su carne o sus numerosos taparrabos y esteras

COMO CUBREN LOS PAPALAGI SU CARNE O SUS NUMEROSOS TAPARRABOS Y ESTERAS

10 La enfermedad del pensamiento profundo LA ENFERMEDAD DEL PENSAMIENTO - photo 1

10. La enfermedad del pensamiento profundo

LA ENFERMEDAD DEL PENSAMIENTO PROFUNDO

Cuando la palabra espíritu sale de la boca de un Papalagi sus ojos se - photo 2

Cuando la palabra «espíritu» sale de la boca de un Papalagi, sus ojos se dilatan, se vuelven redondos y saltones, su pecho se hincha, respira profundamente y permanece erguido como un valiente guerrero que ha vencido a su adversario. Porque el «espíritu» es algo de lo que él está muy orgulloso. Ahora no me refiero a nuestro poderoso Gran Espíritu, al que los misioneros llaman Dios y a cuya imagen estamos todos nosotros creados, sino a ese pequeño espíritu que pertenece al individuo y que forma sus pensamientos.

Cuando estoy aquí de pie, mirando el árbol del mango detrás de la Misión, veo entonces el árbol y no el espíritu. Pero al ver que es más grande que la Misión, mi espíritu está trabajando entonces. Por eso ver no es suficiente para mí. También tengo que conocer algo. Ese reconocimiento es practicado por los Papalagi, día y noche. Su espíritu siempre se comporta como un palo de fuego cargado o el lanzamiento de una caña de pescar. Por consiguiente, él nos compadece a nosotros, las gentes de las muchas islas, porque no practicamos el conocimiento. Cree que somos estúpidos y que estamos desposeídos como los animales salvajes en el bosque.

Puede ser cierto que nunca practicamos el conocimiento o, como dicen los Papalagi, «el pensar». Pero es cuestión evidente quién es el más estúpido: el que no piensa muy a menudo o el que piensa demasiado. Mi cabaña es más pequeña que la palmera. La palmera se inclina en la tormenta. La tormenta habla con voz profunda. Ésta es la forma en que piensan, a su particular modo, naturalmente. Pero también piensan sobre sí mismos: yo soy pequeño; mi corazón siempre se pone contento cuando veo a una muchacha; me divierto mucho yendo de malaga, etc…

Todo esto puede estar muy bien y ser muy bueno; incluso puede comportar toda clase de provechos a aquéllos a los que les gustan esos juegos en el interior de sus cabezas. Pero los Papalagi piensan tanto, porque para ellos el pensar se ha convertido en un hábito, una necesidad y una carencia. Tienen que continuar pensando. Sólo después de muchas dificultades logran realmente no pensar y, en vez de esto, viven de una vez con su cuerpo entero. A menudo viven únicamente con sus cabezas, mientras el resto de sus cuerpos está profundamente dormido, aunque caminen, hablen, coman y rían mientras tanto. Crear pensamientos (el fruto del pensar) le mantiene esclavizado, intoxicado por sus propias reflexiones. Cuando el sol está brillando, él piensa todo el tiempo cuán bellamente brilla. Pero cuando el sol brilla, es mejor no pensar absolutamente nada. Un hombre sabio extendería sus miembros a la cálida luz y no produciría ni un pensamiento mientras tanto. Él no absorbería únicamente el sol en su cabeza, sino también con sus manos y pies, su estómago, sus tobillos y todos sus miembros. Dejaría que su piel y sus miembros pensaran por él, pues esas partes piensan también, aunque no del mismo modo que piensa la cabeza. Pero a menudo los pensamientos se yerguen en medio del camino del Papalagi como un gran pedregón de lava que no puede hacerse a un lado. Puede tener pensamientos felices, pero no le hacen reír, ni sus pensamientos más tristes le hacen llorar. Está hambriento, pero no va a por el taro o el palusami. La mayor parte del tiempo es un hombre cuyos sentidos viven en discordia con su espíritu, un hombre dividido en dos mitades.

La vida del Papalagi es muy parecida al viaje en bote de alguien a Savii, alguien que desde el momento de zarpar está pensando: ¿cuánto tiempo me tomará llegar a Savii? El piensa y no se da cuenta del amistoso panorama por el que está viajando. Por el lado izquierdo, percibe una cordillera. Tan pronto como la han visto sus ojos ya la ha encerrado en su mente. ¿Qué habrá detrás de esa montaña? Quizás un desfiladero estrecho y profundo. Con todos esos pensamientos no puede unirse al cantar de los jóvenes remeros. Tampoco se da cuenta del parloteo feliz de las doncellas. Inmediatamente después de pasar la bahía con sus cordilleras, un nuevo pensamiento empieza a importunarle. ¿Se levantará una tormenta, antes de la caída de la noche? Sus ojos escrutan los claros cielos en busca de nubes. Todo el tiempo pensando en la tormenta que podría venir. La tormenta no llega y al caer la noche llegan a Savii. Pero él tiene la sensación de que no ha hecho este viaje en bote, pues sus pensamientos han permanecido lejos de su cuerpo y lejos del bote. Podría perfectamente haberse quedado en su choza de Upolu. Un espíritu que es como una carga, yo lo considero un aitu, y para mí no está en absoluto claro por qué debo amarlo tanto. Los Papalagi aman al espíritu, lo adoran y alimentan con pensamientos de sus cabezas. Nunca lo matan de hambre, pero no les importa demasiado si un pensamiento devora a otro. Hablan sobre sus pensamientos con una veneración que hace que el valor de un hombre y la belleza de una doncella no valgan nada en comparación. Se comportan como si el género humano estuviera destinado a pensar tanto, como si fuera una orden del mismo Gran Espíritu. Si la palmera y la montaña pensaran, al menos no harían tanto alboroto. Y si pensasen ruidosamente e incontroladas como los Papalagi, con certeza las palmeras no producirían tan bellas hojas verdes ni frutas doradas. Por ahora sabemos que pensar nos haría viejos y feos antes de tiempo. La fruta caería antes de madurar, pero lo más probable es que ellas no piensen en absoluto.

¡Y hay tantos modos de pensar y tantos objetivos que alcanzar con nuestras flechas de pensamiento…! Es un triste destino el del pensador cuyos pensamientos le llevan demasiado lejos. ¿Qué sucederá cuando de nuevo sea mañana? ¿Qué estará planeando el Gran Espíritu para mí, cuando llegue el Salafay? Pensar así es tan inútil como tratar de ver con los ojos cerrados. No es posible. Y no es posible pensar en tu camino hacia el futuro o hacia el final del pasado. Aquéllos que lo intenten lo averiguarán por sí mismos. Desde los días de su juventud hasta sus años maduros, dormirán como estorninos sobre un mismo e idéntico punto. Ya nunca verán el sol, ni el vasto mar, ni las adorables muchachas, ni la felicidad, nada, nada en absoluto. Ya no podrán siquiera probar el kava; sólo mirarán fijamente el suelo. No están vivos, pero tampoco están muertos. Han sido afligidos por la enfermedad del profundo pensar.

Ellos dicen que pensar así forma un talento elevado y fuerte. Si alguien en Europa piensa rápido y mucho, dicen: es un gran talento. En vez de sentir lástima por esos grandes talentos, los alaban mucho. Los pueblos les hacen sus jefes y dondequiera que un gran talento hace su aparición, tiene que explicar sus pensamientos en público, ante una gran multitud, y todos le consideran encantador y maravilloso. Cuando un gran talento muere, el país entero se sumerge en el dolor y se alzan gemidos por aquél que les ha abandonado. Se hacen imágenes-espejo de roca y se exhiben en el mercado frente a los ojos de todo el mundo. Sí, esas cabezas de piedra se hacen mayores que el tamaño natural; así la gente las llenará de honor y se dará cuenta de la pequeñez de sus propias cabezas.

Cuando preguntes a un Papalagi por qué piensa tanto, contestará: «Porque no quiero permanecer estúpido». Un Papalagi que no piensa es considerado una valea, aunque en realidad sea mejor no pensar muy a menudo y con tranquilidad encontrar tu camino.

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