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Harlan Coben - Un paso en falso

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Un paso en falso: resumen, descripción y anotación

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Myron Bolitar, jugador profesional de baloncesto al que una lesión mantiene alejado de las canchas, es agente deportivo y, ocasionalmente, detective privado y guardaespaldas. Hace dos semanas recibió un encargo muy especial: proteger a una fulgurante estrella del baloncesto, la bella Brenda Slaughter, cuya vida parece correr peligro. De un tiempo a esta parte recibe amenazas telefónicas anónimas, y su padre -lo mismo que su madre veinte años atrás- ha desaparecido misteriosamente, dejando vacías las cuentas bancarias. Pronto Bolitar se verá inmerso en un conflicto de intereses que salpica a las principales familias de Nueva Jersey, incluido un candidato a gobernador. Para resolver el caso, Bolitar tiene que remover el pasado y andarse con mucho cuidado: un paso en falso puede ser mortal. Harlam Coben combina en esta quinta entrega de la serie de Myron Bolitar una sólida intriga, aliviada con algún toque de humor, un ritmo trepidante y un protagonista muy peculiar. Todo al servicio del mejor suspense.

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Harlan Coben Un paso en falso Myron Bolitar 5 En memoria de mis padres - photo 1

Harlan Coben

Un paso en falso

Myron Bolitar 5

En memoria de mis padres, Corky y Carl Coben

Y para sus nietos Charlotte, Aleksander, Benjamin y Gabrielle

PRÓLOGO

15 DE SEPTIEMBRE

El cementerio daba al patio de una escuela.

Myron removió la tierra suelta con la puntera de su zapato Rocksport. Aún no había lápida, sólo un indicador de metal con una sencilla tarjeta con un nombre escrito en letras mayúsculas. Sacudió la cabeza. ¿Por qué se encontraba en ese lugar como un cliché de una serie mala de televisión? En su mente veía cómo se representaba toda la escena. La lluvia torrencial lo está empapando, pero él está demasiado angustiado para darse cuenta. Con la cabeza gacha, las lágrimas inundan sus ojos, confundiéndose con la lluvia en su recorrido por las mejillas. Suena una música conmovedora. La cámara se aparta de su rostro y retrocede poco a poco, muy lentamente, para mostrar sus hombros hundidos, la lluvia cae con más fuerza, más tumbas, no hay nadie más presente. Retirándose aún más, la cámara acabará por mostrar a Win, el fiel compañero de Myron, en la distancia, con una comprensión silenciosa, concediéndole a su compañero un tiempo para desahogar sus sentimientos. La imagen se congela de pronto y el nombre del productor ejecutivo aparece en la pantalla en letras mayúsculas amarillas. Un leve titubeo antes de que a los espectadores se les pida que no cambien de canal y vean las escenas del episodio de la próxima semana. Paso a los anuncios.

Pero nada de esto ocurrirá hoy. El sol brilla como si fuese el primer día de la creación y el cielo parece recién pintado. Win está en su despacho. Y Myron no llora.

Entonces ¿por qué está aquí?

Porque muy pronto llegará un asesino. Está seguro. Myron buscó algún significado en el paisaje, pero sólo dio con más clichés. Habían pasado dos semanas desde el funeral. Los hierbajos y las margaritas ya habían comenzado a aparecer entre la tierra y se elevaban hacia el cielo. Esperó a que su voz interior comenzase con el típico rollo de que las hierbas y las margaritas representaban los ciclos y la renovación y la vida que continuaba, pero la voz permaneció piadosamente callada. Buscó la ironía en la radiante inocencia del patio escolar -las desvaídas marcas de tiza en el asfalto negro, los triciclos multicolores, los columpios con cadenas un tanto oxidadas- bañada por las sombras de las lápidas que observaban a los niños como silenciosas centinelas, pacientes, casi llamándolos. Pero la ironía no se aguantaría. En los patios de las escuelas no hay inocencia. Allí también hay matones y sociópatas a la espera, psicosis en vías de expansión y mentes jóvenes llenas de un odio prenatal sin diluir.

«Vale -pensó Myron-, ya está bien de charla abstracta por hoy.»

Pero en lo más profundo de su ser, reconoció que este diálogo era sólo una pura distracción, un juego de manos filosófico para impedir que su frágil mente se partiese como una rama seca. Deseaba tanto hundirse, dejar que sus piernas cediesen, caer al suelo y escarbar la tierra con las manos desnudas, suplicar perdón y pedirle a un poder superior que le diese una nueva oportunidad.

Pero eso tampoco ocurriría.

Myron oyó las pisadas que se acercaban por detrás. Cerró los ojos. Era tal como esperaba. Las pisadas se acercaron. Cuando se detuvieron, Myron no se volvió.

– Usted la mató -dijo Myron.

– Sí.

Un bloque de hielo se derritió en el estómago de Myron.

– ¿Se siente mejor ahora?

El tono del asesino acarició la nuca de Myron con una mano fría y calculadora.

– La pregunta es, Myron, ¿y usted?

1

30 DE AGOSTO

Myron se encogió de hombros.

– No soy una niñera -dijo, arrastrando las palabras-. Soy un agente deportivo.

Norm Zuckerman pareció dolido.

– ¿Se supone que eres Bela Lugosi?

– El Hombre Elefante -respondió Myron.

– Maldita sea, eso ha sido feo. ¿Quién ha dicho nada de una niñera? ¿Acaso he pronunciado la palabra niñera, canguro o cualquier otra variante? ¿He mencionado el verbo cuidar o algo parecido?

Myron levantó una mano.

– Vale, ya lo he pillado, Norm.

Estaban sentados bajo una de las canastas del Madison Square Garden, en una de aquellas sillas de director de lona y madera que tienen escrito el nombre de las estrellas en el respaldo. Las sillas estaban colocadas tan arriba que la red del aro casi tocaba el pelo de Myron. En mitad de la pista estaban celebrando una sesión fotográfica de modelos. Había montones de luces con paraguas, mujeres aniñadas, altas y huesudas, trípodes y personas que iban y venían por todos lados. Myron esperó a que alguien lo confundiese con un modelo. Pero siguió esperando.

– Una joven puede estar en peligro -declaró Norm-. Necesito tu ayuda.

Norm Zuckerman se acercaba a los setenta. Era director ejecutivo de Zoom, una gigantesca megacorporación fabricante de prendas deportivas, es decir, tenía más dinero que Trump. Sin embargo, parecía un beatnik que se había quedado colgado de un mal viaje de ácido. El estilo retro, le había explicado Norm antes, estaba en alza y él se había subido a ese tren vistiendo un poncho psicodélico, pantalones de fajina, un collar de cuentas y un pendiente con el símbolo de la paz. Mola, tío. La barba negra canosa era lo bastante espesa y desordenada como para criar huevos de cucarachas, y el pelo rizado parecía una mala versión de Godspell.

El Che Guevara vive y lleva permanente.

– No me necesitas a mí -afirmó Myron-. Necesitas un guardaespaldas.

Norm descartó las palabras con un gesto.

– Demasiado obvio.

– ¿Qué?

– Ella nunca aceptará. Vale, Myron, ¿qué sabes de Brenda Slaughter?

– No mucho -admitió él.

Norm pareció sorprendido.

– ¿Qué quieres decir con no mucho?

– ¿Cuál es la palabra que no entiendes, Norm?

– Por todos los santos, tú eras jugador de baloncesto.

– ¿Y?

– Pues que Brenda Slaughter es posiblemente la mejor jugadora de baloncesto femenino de todos los tiempos. Una pionera en su deporte, además de la belleza emblema, y perdona por la insensibilidad política, de mi nueva liga.

– Todo eso ya lo sé.

– Pues entérate bien de esto también: estoy preocupado por ella. Si algo le ocurriese a Brenda, toda la WPBA, y mi considerable inversión, podría irse inmediatamente por el retrete.

– Vaya, ahora te mueven razones humanitarias.

– De acuerdo, soy un codicioso cerdo capitalista. Pero tú, amigo mío, eres un agente deportivo. No existe mente más codiciosa, traidora, rastrera y capitalista.

Myron asintió.

– A mí me la suda -dijo-. No es más que trabajo.

– No me has dejado acabar. Sí, eres agente deportivo. Pero uno muy bueno. En realidad, el mejor. Tú y aquella tía española hacéis un trabajo excelente por vuestros clientes. Obtenéis lo mejor. Más de lo que se merecen. Cuando acabaste conmigo, me sentí violado. No te miento, así eres de bueno. Entraste en mi despacho, me arrancaste la ropa e hiciste conmigo lo que quisiste.

Myron torció el gesto.

– Por favor.

– Pero conozco tu pasado secreto con los federales.

Vaya secreto. Myron aún tenía la ilusión de cruzarse con alguien por encima del Ecuador que no lo supiese.

– Escúchame un segundo, Myron, ¿vale? Brenda es una chica preciosa, una fantástica jugadora de baloncesto, y un grano en mi nalga izquierda. No la culpo. Si yo hubiese crecido con un padre como el suyo, yo también sería como un grano en el culo.

– ¿Así que el problema es su padre?

Norm hizo un gesto ambiguo.

– Es probable.

– Pues pide una orden de alejamiento -dijo Myron.

– Ya la he conseguido.

– ¿Entonces cuál es el problema? Contrata a un detective privado. Si se acerca a menos de cien metros de ella, telefonea a la policía.

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