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(La Mutante 1) La Mutante(v.1)

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LA MUTANTE Novela Erótica Ciencia-Ficción CAPÍTULO I Todo comenzó cuando - photo 1
LA MUTANTE
Novela Erótica
Ciencia-Ficción
CAPÍTULO I
Todo comenzó cuando me harté de mis desaguisados culinarios y de mi casa patas arriba, de andar con los libros amontonados y regados, con todos los cds y dvds desaparecidos y las cosas acumuladas formando un desastroso panorama en el que nunca encontraba nada.
Así que incumplí mi promesa de no volver a caer en la tentación, en el remolino de una nueva convivencia, en una nueva precipitación de las pasiones, y me sumí en mi inquebrantable devoción al sexo, al sexo sentido, al sexo vivido, al sexo obnubilado y querido.
Mi último fracaso matrimonial, estrepitoso y espectacular, había estado a punto de dejarme sin vajilla y con el apartamento casi desvalijado por mi vengativa mujer. Mi separación y divorcio amenazó con llevarme a la ruina nuevamente.
Mi primera mujer, Vanesa, me dejó un día tras decirme a bocajarro que ya no me quería y que estaba saliendo con otro hombre y que si quería saberlo lo hacía mucho mejor que yo. Además, argumentaba con razón que durante todo el matrimonio yo me estaba burlando de ella, que no la consideraba en lo que ella realmente valía. Es cierto que ya le fui infiel justo antes de casarnos, en nuestra despedida de solteros y además solo aguanté dos meses sin echar una canita al aire. Lo grave del asunto es que me fui con la camarera de un bar que me pegó unas ladillas. Al parecer la chica era habitual de los jugadores de fútbol de un emblemático equipo local en la primera división. Más preocupados por sus escarceos amatorios que por salvar la categoría al precio que fuera. Lo cierto es que mi mujer se contagió y fui nuestra primera separación, aunque ella volvió, no sin antes tener alguna aventura con la cual vengarse. La cárcel del matrimonio no estaba hecha para mí. Aunque eso sí, durante todo mi matrimonio fue un continuo arruinarme, aunque yo sentía un placer extraño y especial al ver hundirme sin dar crédito a lo que veían mis ojos, por las curvas fascinantes de Vanesa se precipitan mis monedas. Sus medias eran un verdadero estilo de vida y su sonrisa dentífrica conseguía hasta su último capricho. Con ella había hecho mis cantos de integración, aparentemente me había adaptado a las circunstancias, compraba todo lo que ella deseaba consumir y siempre ella tenía la necesidad imperiosa de algo. La única forma de satisfacerla era tirar de la tarjeta y su mayor placer salir a pasearla. Pero también hubo buenos momentos en que los corazones se adherían a las pasiones y nuestros suspiros y jadeos estaban atravesados de infinito. Pero había un vacío que intentábamos llenar inútilmente, a pesar de nuestros besos de fuego.
Con mi segunda mujer fue peor, con esa especie de desidia que nos invadía. Elena era una ejecutiva que me tenía por conveniencia, para pasearme por ahí y poder decir que tenía un marido, pero nuestro matrimonio no funcionaba de ninguna de las maneras. Al final Elena objetó que la ninguneaba, pues no le hacía ni el más mínimo caso, por lo que se decidió a divorciarse e intentar sacarme lo máximo que podía. Conseguí engañarla con argumentaciones del tipo que mis negocios marchaban fatal, y como además consiguió a otro incauto que se dejaba dominar y hacía todo lo que ella quería; pues, en fin, que también me dejó. Además, al poco tiempo, ya no tuve que pasarle dinero, pues este era un potentado hombre de negocios.
Cuando me ponía a analizarlas descubría que las dos eran unas mujeres muy prácticas, capaces de sacarme el máximo rendimiento y cuando yo no cumplí sus expectativas fui eliminado sin contemplaciones.
Había oído por ahí una clasificación de las mujeres que me encantó y que enseguida adopté como mía: Había mujeres corcho y mujeres plomo, las primeras siempre te sacan a flote y las segundas siempre te hunden irremisiblemente. Yo inexorablemente era adicto a las mujeres plomo, me enamoraba perdidamente de ellas y luego venían las hecatombes sentimentales consecuentes. Además, parecía tener algo que me empujaba a enamorarme de las que peor me trataban y yo encima me enganchaba más de ellas.
Posteriormente perfeccioné mi teoría y surgieron variantes, de formas que una misma mujer podían ser plomo para algunos hombres y corcho para otros, además podía ser una cosa u otra según fuera la fase de su vida, con lo cual el asunto se complicaba mucho más. Tu corcho de hoy podía ser el plomo que te llevaría mañana a la tumba
Yo no era como mi amigo Bernardo que pensaba que las mujeres en general eran ruines, insistía machaconamente en esto de “general” hasta el punto de exasperarme, en sus vanos intentos de dar una mayor verosimilitud a su argumento machista. Yo en ese sentido lo tenía claro, la mujer no era peor ni mejor que el hombre, era igual, por lo que, en general se podían encontrar los mismos defectos y las mismas virtudes que en espécimen masculino, yo las trataba como a un igual y no esperaba de ellas demasiado. Quizás muchos de los males de las parejas provinieran de depositar en ese otro ser todas esas expectativas maravillosas, que cuando obviamente quedaban defraudadas por la realidad y todo el tinglado se venía abajo, empezaba una tarea implacable de venganza. Además, en algunos hombres había una ilusoria y peligrosa sensación de posesión, que cuando descubría su falsedad hacia que se reviraran de mala forma contra su pareja ocasionándole en muchas ocasiones lamentables malos tratos y, en otras peores, la muerte.
De todas maneras, no tenía más que dar una vuelta por mi vida y por la de otros varones para darme cuenta de la enorme explotación en la que habíamos mantenido a las mujeres durante mucho tiempo, quizás esas armas más sutiles eran su defensa por medio de las cuales ellas mantenían su poder.
Mi amigo Bernardo argumentaba que, dos meses antes que nosotros llegáramos a tomar una decisión, ellas ya lo habían preparado minuciosamente, pensaban en esas cosas mucho, mientras que nosotros nos veíamos inmersos en esas situaciones sin esperarlas en lo más mínimo. Quizás se refiriera a ese arte maquiavélico por medio del cual algunas féminas consiguen sus fines, no tiene la fuerza bruta, pero tienen el poder de su belleza y su astucia sibilina de seres sumamente inteligentes y retorcidos, capaces de andar sigilosamente hacia su objetivo.
Me acuerdo en mi adolescencia y juventud que mientras yo iba de flor en flor me tropezaba con que ellas habían planeado muy sigilosamente la jugada. Yo más bien me dejaba llevar por las imperiosas circunstancias de turno.
Bernardo me hacía mucha gracia, me sorprendía en gran media, no espera esas opiniones tan misóginas de él. Pero me confesó que había tenido cuatro relaciones muy fuertes con mujeres, cuatro convivencias en las cuales había dejado la piel y de las que había salido muy escarmentado. Pero aún así seguía en las misma porque cuando lo vi en el tren, venía de intentar hacer las paces con su última novia. Estaba harto de ser siempre el de los ramos de flores, las cenitas de turno y los regalos sorpresa, en el de las continuas atenciones y no recibir nada o casi nada a cambio. Sin embargo, sus contradicciones desmentían a sus acciones y también quería saber el significado exacto de sus palabras, pues percibía que cabía la posibilidad de que no lo había entendido bien. Él insistía e insistía en eso de que eran ruines, pero yo no quería hacerle caso, me parecía que esas palabras no llegaban a la exactitud de su idea, pero -por lo que pude entender- él volvía a su afirmación de lo premeditadas que eran y que a veces eran malvadas, poniéndose trabas unas a otras, siendo competitivas, quitándose los novios sin piedad ni consideración alguna, jugando con los sentimientos de varios chicos a la vez.
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