GEREON GOLDMANN. Nació en la pequeña ciudad de Ziegenhain, en Essen, el 25 de octubre de 1916, mientras su padre, que era veterinario de profesión, luchaba en el frente occidental.
En 1919, la familia se traslada a Fulda, ciudad natal del padre.
A los nueve años, escuchó el sermón de un franciscano de Japón, y terminada la misa, entró en la sacristía y le pidió que le llevara con él a aquellas tierras. Su deseo no se hizo realidad de momento, pero desde entonces albergó el anhelo de ir al Japón como franciscano.
A finales de 1936, entra en el noviciado franciscano de Gorgheim-Sigmaringen; de allí pasa a Fulda, donde, en el verano de 1939, termina sus estudios de filosofía. Un día después del examen final de filosofía, a los 22 años, es reclutado por el régimen nazi, y será incorporado más tarde a las SS. Junto a unos compañeros, seminaristas como él, se le propone ascender a oficial de las SS a cambio de de abandonar la Iglesia, cosa que rechaza. Después de esto, es expulsado de las SS y devuelto a Fulda. Sigue en el ejército, estrechamente vigilado. La Gestapo redacta un informe acusatorio y lo lleva a juicio, pero el tribunal de guerra que lo juzga lo absuelve finalmente. Más tarde descubre que aquellos jueces están implicados en la conspiración contra Hitler, y es invitado a colaborar, cosa que acepta, sirviendo de enlace entre el barón Adam von Trott y herr von Kessel para transmitir a éste la información sobre los preparativos del complot del 20 de julio de 1944 contra Hitler.
Continua como soldado hasta el fin de la guerra, llevando la bandera de la Cruz Roja y señalándose por su oposición al Régimen, y al terminar la guerra, es capturado. Logra ordenarse sacerdote en 1944; posteriormente es enviado a un campo de prisioneros alemanes en Ksar-es-Souk, en el Marruecos francés, donde asume el papel de capellán. Los nazis organizan una conspiración contra él, y atestiguan en falso ante un tribunal francés que lo condena a muerte en 1946. Salva la vida gracias a la reapertura de su caso cuando está a punto de ser ejecutado, y ese mismo año es liberado.
En 1954 se trasladó a Japón, donde desarrolló una intensa actividad pastoral y asistencial, siendo promotor de diversas iniciativas. Residió también en la India, donde fue nombrado provincial de los Carmelitas en Manalikara. En sus últimos años, volvió a Alemania, donde murió el 26 de julio de 2003.
EPÍLOGO
Volví a Alemania lleno de gratitud y de alegría, y pasé algunos años trabajando como profesor de unos doscientos jóvenes aspirantes al sacerdocio.
Por fin llegó el tan ansiado día en el que recibí mi visado para ir al Japón, un visado que llevaba años esperando. El 23 de enero de 1954 pronuncié mi último sermón en Alemania para una numerosa misión, y el mismo día salí en avión hacia Tokio. Nuevamente sufrí el mareo.
Llegué en la fiesta de la Conversión de San Pablo y contemplé un curioso paisaje… la nieve y el hielo cubrían la ciudad, como un retrato simbólico de almas humanas que vivían todavía en el invierno del paganismo y necesitaban urgentemente ser inflamadas por la gracia del Hijo de Dios y derretidas por la llama del Espíritu Santo.
Aunque mi historia, como todas las historias, debe terminar, es preciso tener presente que la vida de la Iglesia continúa sin cesar. Actualmente, diez años después [1964], soy párroco de Santa Isabel en Tokio-Itabashi, y la realidad del tierno cuidado de Dios por sus hijos nunca ha sido más palpable. De un modo u otro, nuestra labor da fruto: tenemos una hermosa iglesia y un centro parroquial, una casa de retiro en la montaña donde, todos los veranos, cientos de mujeres pobres, cristianas y no cristianas, encuentran un acogedor alivio del calor de la ciudad. Todavía no esperamos administrarles el bautismo, pero sigue adelante nuestro plan de ayudar a los estudiantes para que decidan por sí mismos. Todavía tengo la desgraciada tendencia a trabajar hasta sentir un cansancio tremendo, y todavía me parece tener cierta facilidad para provocar el entusiasmo en mi terreno. Pero en estas tierras paganas, a pesar de los obstáculos, a pesar de las palpitaciones de mi corazón, a pesar de los ocasionales brotes de la enfermedad y del desánimo, perseveramos en la inquebrantable confianza de que, ocurra lo que ocurra a los hombres que siguen el Camino de la Cruz, la invencible vida de la Iglesia continúa…, un hilo irrompible tejido a través, sobre y alrededor del mundo entero, para que los hombres de buena voluntad de cualquier lugar puedan algún día experimentar la dulzura y la impresionante realidad del Amor de Dios.
Título original: The shadows of his wings
Gereon Goldmann, 1964
Traducción: Mercedes Villar Ponz
Editor digital: Titivillus
Corrección de erratas: Strangelove (r1.2)
ePub base r1.2
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Notas
[*]Dolmetscher: traductor o intérprete. (Nota de la Edición Digital).
Un seminarista en las SS es el apasionante relato autobiográfico de las increíbles aventuras vividas por un joven seminarista franciscano reclutado forzosamente por las SS de Hitler al comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Sin traicionar a sus ideales cristianos, Gereon Goldmann fue capaz de completar su formación sacerdotal, ser ordenado, y ejercer secretamente su ministerio con los soldados católicos alemanes y con las víctimas civiles inocentes atrapadas en los horrores de la guerra.
Gereon Goldmann
Un seminarista en las SS
ePub r1.3
Titivillus 07.01.2017
Capítulo 1
INFANCIA FELIZ, NUBES DE TORMENTA
En apariencia, parecía sorprendente que algún día yo llegara a ser sacerdote. Aunque mis padres eran profundamente religiosos, e inquebrantables en el mantenimiento no sólo de un ambiente piadoso sino también de su realidad, mi infancia fue tal, que ¡solamente Dios pudo hacer de mí un sacerdote!
Mi padre había nacido en Fulda, una ciudad que durante siglos fue considerada el baluarte de la fe católica en Alemania. Su patrón es el Apóstol de Alemania, San Bonifacio, cuyos restos reposan en el interior de la catedral barroca. Mi madre había nacido en el norte, en Hümling, una zona conocida también por la fuerza de su fe. Mi abuelo materno era médico y, durante varias generaciones, la familia de mi padre había mostrado cierta tendencia hacia la práctica de la medicina. Aunque mi padre no era médico, en una zona esencialmente dedicada a la agricultura y a los animales, el ejercicio de la veterinaria era tan importante para sus habitantes como la atención de los doctores.
En 1919, cuando yo contaba tres años, mi padre nos trasladó a Fulda desde la pequeña ciudad de Ziegenhain, en Essen, donde yo había nacido mientras él luchaba en el frente occidental.
Este regreso a Fulda fue el comienzo de una infancia alegre y generalmente feliz. En aquella época mi padre trabajaba mucho en su profesión. Se pueden seguir las huellas de su prosperidad a lo largo de los años por los cambios que en los medios de transporte le procuraron su buena suerte y un trabajo esforzado: primero se trasladaba en bicicleta, luego en un carricoche de caballos, y a continuación, en una increíble y ruidosa motocicleta que anunciaba sus idas y venidas por las laderas de las montañas. El último vehículo que empleó para sus visitas fue un automóvil, que, llamado acertadamente «Vagabundo» por sus fabricantes, era lo bastante grande para todos los niños… entonces éramos siete varones sin que, desgraciadamente, hubiera niñas. Y acompañábamos entusiasmados a Padre en sus recorridos por los campos donde inspeccionaba a los rebaños de ovejas que se criaban en ellos.