El 1 de diciembre de 1955, Rosa Parks se negó a ceder su sitio a un hombre blanco en un bus segregado, provocando el boicot de los autobuses de Montgomery (Alabama). Un año después, cuando finalmente este terminó, la segregación en los buses fue declarada inconstitucional, el movimiento por los derechos civiles se convirtió en una causa nacional y Rosa Parks perdió su trabajo. Pero hay mucho más de esta historia que no conocemos, y que va más allá de un acto de desobediencia. Recurriendo a un lenguaje sencillo y conmovedor, Rosa Parks narra su papel crucial en la lucha por la igualdad de los norteamericanos. Su dedicación fue inspiradora; su lucha, inolvidable.
Título original: Rosa Parks. My story
A lo largo de su arresto por participar en el boicot al autobús de Montgomery, Rosa Parks mantuvo siempre la dignidad. (Gentileza del Centro Schomburg, de la Biblioteca Pública de Nueva York.)
Dedico este libro a la memoria de mi madre, Leona McCauley, y a la de mi marido, Raymond A. Parks.
Todo mi agradecimiento a Elaine Steele, mi amiga, compañera de viaje y directora ejecutiva del Rosa and Raymond Parks Institute for Self-Development, por su ayuda con este libro.
A Rosa Parks, cuyo testimonio creativo fue la gran fuerza que impulsó la marcha moderna hacia la libertad.
MARTIN L. KING, Jr.
Inscripción escrita por Martin L. King en el frontispicio de su libro Stride Toward Freedom, del que regaló un ejemplar a Rosa Parks
1. El principio
Una tarde, a principios de diciembre de 1955, estaba sentada en la primera fila de asientos para personas de color en un autobús de Montgomery, Alabama. Los blancos ocupaban la sección blanca. Subieron más personas blancas y todos los asientos de la sección blanca quedaron ocupados. Cuando eso sucedía, nosotros, los negros, debíamos ceder nuestros asientos a los blancos. Pero no me moví. El conductor, blanco, me dijo: «Deja libre esa primera fila». No me levanté. Estaba cansada de ceder ante los blancos.
«Haré que te arresten», me dijo el conductor.
«Sí, puede hacerlo», respondí yo.
Llegaron dos policías y pregunté a uno de ellos por qué nos trataban así.
«No lo sé, pero la ley es la ley y estás arrestada», respondió.
Durante la mitad de mi vida, en el sur estadounidense hubo leyes y costumbres que mantenían a los afroamericanos segregados de los caucásicos y que permitían a los blancos tratar a los negros con total falta de respeto. Siempre lo consideré injusto e intenté protestar contra ello desde niña. Sin embargo, era muy difícil hacer nada contra la segregación y el racismo cuando los blancos contaban con el respaldo de la ley.
Teníamos que cambiar la ley de alguna manera. Y, para conseguirlo, necesitábamos que un número suficiente de blancos se pusieran de nuestra parte. Cuando me negué a ceder mi asiento en el autobús de Montgomery, no tenía la menor idea de que ese pequeño acto contribuiría a poner fin a las leyes de segregación en el sur. Lo único que sabía era que estaba cansada de que me maltrataran. Era una persona normal, tan válida como cualquier otra. A lo largo de mi vida, unas cuantas personas blancas me habían tratado como una persona normal, por lo que conocía la sensación. Había llegado el momento de que el resto de personas blancas me trataran de esa misma manera.
Uno de mis primeros recuerdos de infancia es oír hablar a mi familia acerca de la extraordinaria ocasión en la que un hombre blanco me había tratado como a una niña pequeña normal en lugar de como a una niña pequeña negra. Fue justo después de la Primera Guerra Mundial, hacia 1919. Tenía unos cinco o seis años de edad y Moses Hudson, el propietario de la plantación junto a nuestras tierras en Pine Level, Alabama, vino de visita desde la ciudad de Montgomery y se detuvo frente a nuestra casa. Venía acompañado de su yerno, un soldado del norte. Vinieron a ver a mi familia. En aquella época, los del sur llamábamos yanquis a los del norte. El soldado yanqui me acarició la cabeza y dijo que era una niña monísima. Luego, esa misma tarde, mi familia conversó acerca de cómo el soldado yanqui me había tratado como a una niña más, no como a una niña negra. En aquel entonces, en el sur, los blancos no trataban a los niños negros igual que a los niños blancos y el modo en que el soldado yanqui me había tratado incomodó enormemente a Moses Hudson. Mi abuelo dijo que el rostro se le había encendido como un carbón ardiendo y estalló en carcajadas.
La casa donde nació Rosa Parks en Tuskegee, Alabama, EE. UU. (Gentileza de Rosa Parks.)
Crecí en la casa de mis abuelos, en Pine Level, en el condado de Montgomery, cerca de Montgomery, Alabama. Toda la familia de mi madre, Leona Edwards, procedía de Pine Level. Mi padre era de Abbeville, Alabama. Se llamaba James McCauley y era un carpintero y albañil especialmente hábil en la construcción con ladrillo y piedra.
El cuñado de mi padre, el reverendo Dominick, estaba casado con mi tía Addie y era el pastor de la Iglesia Episcopal Metodista Africana Sion de Pine Level y fue allí donde mi padre conoció a mi madre, que era maestra. Se casaron también allí, en Pine Level, el 12 de abril de 1912. Ambos tenían veinticuatro años.
Leona Edwards (sentada), la madre de Rosa, y Beatrice, prima de Leona. (Gentileza de Rosa Parks.)
James McCauley, el padre de Rosa, 1923. (Gentileza de Rosa Parks.)
Una vez casados, se trasladaron a Tuskegee, Alabama. Allí estaba el Instituto Tuskegee, que Booker T. Washington había fundado en 1881 como una escuela para negros. Mis padres vivían cerca. Tanto los líderes blancos como los negros consideraban la ciudad de Tuskegee un modelo de buenas relaciones raciales, y es posible que ese fuera el motivo por el que mi padre se quiso mudar allí. Además, en el condado de Macon, Alabama, abundaba el empleo en la construcción. Mi madre empezó a trabajar como maestra.
No tardaron demasiado en empezar una familia. Nací el 4 de febrero de 1913 en Tuskegee y me llamaron Rosa, por Rose, mi abuela materna. Mi madre tenía unos veinticinco años cuando nací, pero siempre dijo que no estaba preparada para ser madre. Supongo que lo pasó mal, porque mi padre trabajaba construyendo casas en distintos lugares y la dejaba sola durante mucho tiempo. Cuando nací, se vio obligada a dejar de dar clases y siempre hablaba de lo triste que había estado, embarazada y sin conocer a casi nadie. En aquella época, las embarazadas no salían, no paseaban ni se relacionaban como hacen ahora. Se quedaban en casa. Mi madre explicaba que se pasó gran parte del embarazo llorando, acongojada y sin saber cómo se las arreglaría ni qué haría, porque no sabía cómo cuidar a un bebé.