Orson Scott Card
Retorno a la Tierra
Hijos de Rasa:
con Volemak, primer contrato: Issib (Issya)
con Gaballufix: Sevet (Sevya), Kokor (Koya)
con Volemak, segundo contrato: Nafai (Nyef)
Hijos de Volemak:
con Hosni: Elemak (Elya)
con Kilvishevex: Mebbekew (Meb)
con Rasa: Issib (Issya), Nafai (Nyef)
Hushidh e Issib:
Dza (Dazya), Zaxodh (Xodhya), Dushak (Shyada), Gonets (Netsya), Skhoditya (Khodya), Shyopot (Potya)
Rasa y Volemak:
Oykib (Okya), Yasai (Yaya), Tsennyi (Nitsya)
Luet y Nafai:
Chveya (Veya), Zhatva (Zhyat), Motiga (Motya), Izuchaya (Znya), mellizos: Serp (Sepya), Spel (Spelya)
Eiadh y Elemak:
Protchnu (Proya), Nadezhny (Nadya), Yistina (Yista), Peremenya (Menya), Zhivoya (Zhivya)
Hijas de Moozh y Sed:
Hushidh (Shuya), Luet (Lutya)
Hijos de Hosni:
con Zdedhnoi: Gaballufix
con Volemak: Elemak
Kokor y Obring:
Krasata (Krassya), Zhavaronok (Nokya), Pavdin (Pavya), Znergya (Gyaza), Nodyem (Dyema)
Sevet y Vas:
Vasnaminanya (Vasnya), Umene (Umya), Panimanya (Panya Manya)
Dol y Mebbekew:
Basilikya (Syelsika) (Skiya), Zalatoya (Toya), Tihhi (Tiya), Muzhestvo (Muzhya), Iskusni (Skunya)
Shedemei y Zdorab:
Padarok (Rokya), Dahrota (Dabya)
El ordenador maestro del planeta Armonía ya se sentía el mismo de antes o, mejor dicho, se sentía doblemente el de antes, pues había duplicado su programa principal y su memoria personal y los había cargado en el complejo informático de la nave estelar Basílica. Si hubiera tenido algún interés en la identidad personal, se habría preguntado con desconcierto qué copia del programa era plenamente él mismo. Pero no tenía ego, y se limitaba a reconocer que el programa que estaba a bordo de la Basílica era una copia exacta del programa que había supervisado la vida humana en el planeta Armonía durante cuarenta millones de años.
También reconocía que ambas copias comenzaron a diferenciarse desde el momento de la separación. Ahora cada cual cumplía una misión específica. El ordenador maestro de la nave estelar Basílica mantendría los sistemas de la nave hasta que ésta llegara a su destino, el planeta Tierra. Luego haría lo posible por mantener contacto con el Guardián de la Tierra, recibir nuevas instrucciones y toda la ayuda que la Tierra pudiera ofrecer, y regresaría con el fin de reaprovisionar y revitalizar el ordenador maestro de Armonía. Entretanto procuraría mantener con vida a su tripulación humana y restablecer una población humana en la Tierra.
El ordenador maestro del planeta Armonía tenía una tarea más simple y sin embargo más difícil. Más simple, porque era una mera repetición de lo que había hecho durante cuarenta millones de años: vigilar a los humanos de Armonía para impedir que se mataran entre sí. Más difícil, porque su equipo, que ya había durado mucho más de los diez millones de años proyectados inicialmente, se deterioraba cada vez más, y los seres humanos respondían cada vez menos al poder que había recibido el ordenador.
El viaje duraba cien años de ida y cien de vuelta. Para algunos de los humanos que iban a bordo, dados los efectos relativistas, pasarían sólo diez años hasta llegar a la Tierra. La mayoría, sin embargo, se hallaría en estado de hibernación, y para ellos sería como un reposo sin sueños, durante el cual no envejecerían.
Para el ordenador maestro del planeta Armonía, la duración sería mera duración. No sentiría ansiedad. No contaría los días. Pondría una alarma para anunciarse la fecha más próxima de posible regreso. Una vez que la Basílica despegara, y mientras no sonara esa alarma, el ordenador maestro del planeta Armonía no pensaría más en la nave estelar.
Pero el ordenador maestro de la nave estelar Basílica sí pensaría en ella. Y ya estaba trazando planes para cumplir todas sus misiones.
1
SI DESPIERTO ANTES DE MORIR
Vasadka: el lugar donde los humanos hollaron por primera vez el planeta que llamaron Armonía. Sus naves estelares se posaron en tierra; el primer colono desembarcó y plantó cereales en la fecunda tierra que se hallaba al sur de la zona de aterrizaje. Con el tiempo todos los colonos descendieron de las naves, siguieron viaje, se alejaron de allí.
Las naves abandonadas se habrían oxidado, deteriorado, estropeado. Pero los humanos que llegaron a ese lugar tenían visión de futuro. Es posible que alguna vez nuestros descendientes quieran estas naves, dijeron. Así que encerraron la zona de aterrizaje en un campo de éxtasis. Las naves no recibirían polvo, ni lluvia ni condensación, ni la luz del sol ni la radiación ultravioleta. El oxígeno, el más corrosivo de los venenos, fue eliminado de la atmósfera interior de la cúpula. El ordenador maestro del planeta Armonía —al que los descendientes de esos primeros colonos llamaron Alma Suprema— mantuvo a todos los humanos alejados de la gran isla donde habían descendido las naves. Dentro de esa burbuja protectora, las naves estelares aguardaron cuarenta millones de años.
Pero la burbuja ya no estaba. El aire era respirable.
En el campo de aterrizaje se oían nuevamente voces de seres humanos. Y no sólo de los graves adultos que habían sido los primeros en recorrer ese terreno. Muchos de los que correteaban de un edificio a otro eran niños. Todos trabajaban con empeño, tomando partes funcionales de las otras naves para transformar una de ellas en una nave operativa. Y cuando la nave que bautizaron Basílica, estuviera preparada, con todas las piezas en funcionamiento, plenamente cargada y aprovisionada, entrarían en ella por última vez y dejarían este mundo donde habían vivido más de un millón de generaciones de sus antepasados, para regresar a la Tierra, el planeta donde había nacido la civilización humana, pero donde había durado menos de diez mil años.
Qué es la Tierra para nosotros, se preguntaba Hushidh, mirando a los niños y adultos que trabajaban. ¿Por qué nos tomamos tantas molestias para regresar allá, cuando Armonía es nuestro hogar? Los eslabones que antes nos unían sin duda se han oxidado en todos estos años.
Pero irían, porque el Alma Suprema los había escogido para ir. Había encauzado y manipulado sus vidas para llevarlos a ese lugar en ese momento. Hushidh agradecía la atención que les había dispensado el Alma Suprema, pero en ocasiones le fastidiaba que no hubieran tenido la libertad de decidir el curso de sus vidas.
Pero si no tenemos vínculos con la Tierra, tenemos aún menos con Armonía, pensó Hushidh. Y ella era la única de esas personas que podía comprobar que esta observación era literalmente cierta. Todos los que estaban allí habían sido escogidos por su sensibilidad a las comunicaciones mentales del Alma Suprema; en Hushidh esta sensibilidad cobraba una extraña forma. Podía mirar a las personas y detectar de inmediato la fuerza de las relaciones que las unían a los demás. Lo percibía como una visión, en la vigilia. Podía ver las relaciones como cordeles de luz, anudando cada persona al resto.
Por ejemplo, su hermana menor, Luet, la única pariente de sangre que Hushidh había conocido en su infancia. Mientras Hushidh descansaba a la sombra, Luet se acercó seguida por su hija Chveya, llevando el almuerzo para los que trabajaban en los ordenadores de la nave estelar. Toda su vida Hushidh había considerado su conexión con Lutya como su vínculo más firme. Ambas crecieron sin saber quiénes eran sus padres, como niñas abandonadas en la gran casa de enseñanza de Rasa en Basílica. Todos los temores, todos los engaños, todas las incertidumbres eran soportables, no obstante, porque estaba Lutya, unida a ella por lazos indisolubles, aunque fueran invisibles para todos menos para Hushidh.