• Quejarse

Poul Anderson - La única partida en esta ciudad

Aquí puedes leer online Poul Anderson - La única partida en esta ciudad texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Ciudad: Barcelona, Año: 2000, Editor: Ediciones B, Género: Ciencia ficción. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

Novela romántica Ciencia ficción Aventura Detective Ciencia Historia Hogar y familia Prosa Arte Política Ordenador No ficción Religión Negocios Niños

Elija una categoría favorita y encuentre realmente lee libros que valgan la pena. Disfrute de la inmersión en el mundo de la imaginación, sienta las emociones de los personajes o aprenda algo nuevo para usted, haga un descubrimiento fascinante.

No cover
  • Libro:
    La única partida en esta ciudad
  • Autor:
  • Editor:
    Ediciones B
  • Genre:
  • Año:
    2000
  • Ciudad:
    Barcelona
  • ISBN:
    84-406-9723-6
  • Índice:
    5 / 5
  • Favoritos:
    Añadir a favoritos
  • Tu marca:
    • 100
    • 1
    • 2
    • 3
    • 4
    • 5

La única partida en esta ciudad: resumen, descripción y anotación

Ofrecemos leer una anotación, descripción, resumen o prefacio (depende de lo que el autor del libro "La única partida en esta ciudad" escribió él mismo). Si no ha encontrado la información necesaria sobre el libro — escribe en los comentarios, intentaremos encontrarlo.

Poul Anderson: otros libros del autor


¿Quién escribió La única partida en esta ciudad? Averigüe el apellido, el nombre del autor del libro y una lista de todas las obras del autor por series.

La única partida en esta ciudad — leer online gratis el libro completo

A continuación se muestra el texto del libro, dividido por páginas. Sistema guardar el lugar de la última página leída, le permite leer cómodamente el libro" La única partida en esta ciudad " online de forma gratuita, sin tener que buscar de nuevo cada vez donde lo dejaste. Poner un marcador, y puede ir a la página donde terminó de leer en cualquier momento.

Luz

Tamaño de fuente:

Restablecer

Intervalo:

Marcador:

Hacer

Poul Anderson

La única partida en esta ciudad

1

John Sandoval no encajaba con su nombre. Ni tampoco parecía adecuado que estuviese de pie vestido con pantalones cortos y una camisa hawaiana frente a una ventana de apartamento abierta sobre Manhattan a mediados del siglo XX. Everard estaba acostumbrado a los anacronismos, pero el rostro oscuro que lo miraba siempre parecía desear pinturas de guerra, un caballo y un rifle apuntando a algún ladrón pálido.

—Vale —dijo—. Los chinos descubrieron América, pero ¿por qué es necesaria mi intervención?

—Ya me gustaría saberlo —contestó Sandoval.

Su forma pesada giró sobre la alfombra de oso polar, que Bjarni Herjólfsson le había regalado en una ocasión a Everard, hasta que se quedó mirando hacia el exterior. Las torres destacaban sobre el cielo despejado; el sonido del tráfico quedaba apagado por la altura. Se agarraba y soltaba las manos tras la espalda.

—Se me ordenó buscar a un agente No asignado, volver con él y tomar las medidas que parecieran indicadas. —Al cabo de un momento siguió hablando—. A ti es a quien conozco mejor, así… —Dejó de hablar.

—Pero ¿no deberías buscar a un indio como tú? —preguntó Everard—. Yo estaría muy fuera de lugar en la América del siglo XIII.

—Mejor aún. Para que seas misterioso e impresionante… Realmente no será un trabajo demasiado difícil.

—Claro que no —dijo Everard—. Sea cual sea el trabajo.

Sacó pipa y tabaco de la vergonzosa chaqueta de fumar y llenó la cazoleta con dedos rápidos y nerviosos. Una de las lecciones más duras que había tenido que aprender, cuando se le reclutó en la Patrulla del Tiempo, fue que toda tarea importante no requiere de una vasta organización. Ésa era la forma característica de hacerlo en el siglo XX; pero culturas anteriores, como la ateniense y el Japón del periodo Kamakura —y también civilizaciones posteriores, por aquí y allá en la historia— se habían concentrado en el desarrollo de la excelencia individual. Un único graduado de la Academia de la Patrulla (equipado, claro, con armas y herramientas del futuro) podría ser el equivalente de una brigada.

Pero era una cuestión de necesidad tanto como de estética. Había muy pocas personas para vigilar demasiados millares de años.

—Tengo la impresión —dijo Everard despacio—, de que esto no es una simple rectificación de una interferencia extratemporal.

—Cierto —dijo Sandoval con voz dura—. Cuando informé de lo que había descubierto, la oficina del entorno Yuan llevó a cabo una investigación exhaustiva. No hay viajeros temporales implicados. A Kublai Kan se le ocurrió todo esto sólito. Podría haberse inspirado en los relatos de Marco Polo sobre los viajes por mar de venecianos y árabes, pero es historia legítima, aunque el libro de Marco Polo no mencione nada parecido.

—Lo chinos tienen una larga tradición náutica —dijo Everard—. Oh, es todo muy natural. Por tanto, ¿cómo intervenimos?

Encendió la pipa y la chupó con fuerza. Sandoval todavía no había hablado, así que preguntó:

—¿Cómo te topaste con esa expedición? No estaba en territorio navajo, ¿no?

—Demonios, no estoy confinado a estudiar a mi propia tribu —contestó Sandoval—. Hay muy pocos amerindios en la Patrulla y es un incordio disfrazarse de otra tribu. Generalmente trabajo en las migraciones de athabascos. —Como Keith Denison, un especialista étnico que estudiaba la historia de gente que nunca escribió la suya propia para que la Patrulla supiese exactamente qué estaba protegiendo—. Estaba trabajando en la ladera oriental de la cordillera de las Cascadas, cerca del lago del Cráter —siguió diciendo—. Eso es territorio lutuami, pero tenía razones para creer que una tribu athabasca a la que había perdido el rastro había pasado por allí. Los nativos hablaban de misteriosos hombres extraños que venían del norte. Fui a echar un vistazo, y allí estaba la expedición, mongoles a caballo. Comprobé su procedencia y encontré su campamento en la boca del río Chehalis, donde unos cuantos mongoles más ayudaban a los marineros chinos a proteger las naves. Salté al futuro como un murciélago huye de Los Ángeles e informé.

Everard permaneció sentado y miró al otro hombre.

—¿Fue muy profunda la investigación realizada en el lado chino? —dijo—. ¿Estás completamente seguro de que no hay intervención extratemporal? Podría ser uno de esos fallos no planificados, ya sabes, cuyas consecuencias no son evidentes hasta décadas después.

—También lo pensé, cuando recibí la orden —asintió Sandoval—. Incluso fui directamente al cuartel general del entorno Yuan en Kan Baligh… Cambaluc o Pekín para ti. Me dijeron que habían comprobado que no había problemas durante toda la vida de Gengis y espacialmente hasta Indonesia. Y todo estaba bien, como los noruegos y su Vinlandia. Simplemente no han tenido la misma publicidad. Por lo que la corte china sabía, se había enviado una expedición que nunca regresó y Kublai había decidido que no valía la pena enviar otra. Los registros estaban en los archivos imperiales, pero fueron destruidos durante la revuelta Ming que expulsó a los mongoles. La historiografía olvidó el incidente.

Aun así Everard meditaba. Normalmente le gustaba su trabajo, pero en esta ocasión notaba que algo no encajaba.

—Evidentemente —dijo—, la expedición acabó en desastre. Nos gustaría saber cómo. Pero ¿por qué necesitas un agente No asignado para espiarlos ?

Sandoval se apartó de la ventana. Volvió a pasar por la mente de Everard lo poco que encajaba allí el navajo. Había nacido en 1930, había luchado en Corea y había ido a la universidad pagado por el Ejército antes de que la Patrulla contactase con él; pero de alguna forma nunca había encajado en el siglo XX.

Bien, ¿encaja alguno de nosotros? ¿Podría un hombre con verdaderas raíces quedarse quieto sabiendo lo que finalmente pasará con su gente?

—¡Pero si no tengo que espiar! —exclamó Sandoval—. Cuando informé, las órdenes me llegaron directamente desde el cuartel general daneliano. Sin explicaciones, sin excusas, la orden escueta: reparar ese desastre. ¡Debo revisarla historia!

2

Anno Domini mil doscientos ochenta:

El territorio dominado por Kublai Kan se extendía a lo largo de varios grados de latitud y longitud; soñaba con un imperio mundial, y su corte recibía con honores a cualquier invitado que trajese nuevos conocimientos o nuevas filosofías. Un joven mercader veneciano llamado Marco Polo se había convertido en un favorito especial. Pero no todos los pueblos deseaban un gobernante mongol. Sociedades secretas revolucionarias germinaban en los reinos conquistados que habían sido unificados, como Catay. Japón, con la poderosa familia Hojo tras el trono, ya había repelido una invasión. Ni tampoco estaban los mongoles unidos, más que en teoría. Los príncipes rusos se habían convertido en recaudadores de impuestos para la Horda de Oro; el Il-Kan Abaka reinaba en Bagdad.

En otros puntos, un indefinido califato abasí se ocultaba en El Cairo; Delhi se encontraba bajo la dinastía del esclavo Qutb-ud-Din; Nicolás III era Papa; güelfos y gibelinos destrozaban Italia; Rodolfo I de Habsburgo era el emperador alemán; Felipe III el Atrevido era rey de Francia; Eduardo I gobernaba Inglaterra. Entre los contemporáneos se contaban Dante Alighieri, Juan Duns Escoto, Roger Bacon y Thomas de Erceldoune.

Y en Norteamérica, Manse Everard y John Sandoval detuvieron los caballos para mirar desde lo alto de una colina.

—Los vi por primera vez la semana pasada —dijo el navajo—. Desde entonces han avanzado mucho. A este ritmo, estarán en México dentro de un par de meses, incluso teniendo en cuenta lo duro del terreno.

—Para ser mongoles —comentó Everard—, se están tomando su tiempo.

Levantó los binoculares. A su alrededor la tierra ardía verde de abril. Incluso las más altas y antiguas hayas tenían hojas nuevas. Los pinos rugían al viento, que soplaba desde las montañas, frío y rápido y lleno del olor de la nieve fundida, y por el cielo cruzaban pájaros en dirección a casa, en tal número que oscurecían el sol. Los picos de la cordillera de las Cascadas parecían flotar al oeste, blancoazulados, distantes y sagrados. Al este las colinas se hundían en bosques y prados hasta un valle y, por fin, más allá del horizonte, las praderas retumbaban con los búfalos. Everard se centró en la expedición. Se movían a campo abierto, más o menos siguiendo un riachuelo. Unos setenta hombres montados a caballo; animales asiáticos de cabeza larga, patas cortas, pardos y de pelo largo. Traían animales de carga y monturas. Identificó a algunos guías nativos, tanto por su extraña postura sobre las sillas corno por la fisonomía y la ropa. Pero los recién llegados eran los que más llamaban su atención.

Página siguiente
Luz

Tamaño de fuente:

Restablecer

Intervalo:

Marcador:

Hacer

Libros similares «La única partida en esta ciudad»

Mira libros similares a La única partida en esta ciudad. Hemos seleccionado literatura similar en nombre y significado con la esperanza de proporcionar lectores con más opciones para encontrar obras nuevas, interesantes y aún no leídas.


No cover
No cover
Poul Anderson
No cover
No cover
Poul Anderson
No cover
No cover
Poul Anderson
No cover
No cover
Poul Anderson
No cover
No cover
Poul Anderson
No cover
No cover
Poul Anderson
No cover
No cover
Poul Anderson
No cover
No cover
Poul Anderson
No cover
No cover
Poul Anderson
Reseñas sobre «La única partida en esta ciudad»

Discusión, reseñas del libro La única partida en esta ciudad y solo las opiniones de los lectores. Deja tus comentarios, escribe lo que piensas sobre la obra, su significado o los personajes principales. Especifica exactamente lo que te gustó y lo que no te gustó, y por qué crees que sí.