Robert Silverberg - La señorita Found en una máquina del tiempo abandonada
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- Libro:La señorita Found en una máquina del tiempo abandonada
- Autor:
- Editor:Caralt
- Genre:
- Año:1979
- Ciudad:Barcelona
- ISBN:84-217-5130-1
- Índice:3 / 5
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La señorita Found en una máquina del tiempo abandonada: resumen, descripción y anotación
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Robert Silverberg
La señorita Found en una máquina del tiempo abandonada
Para que de la vida valga la pena de vivirse, tenemos que poseer al menos la ilusión de que somos capaces de efectuar cambios profundos en el mundo en que vivimos. Y digo: al menos la ilusión. Evidentemente, sería preferible la verdadera capacidad para efectuar los cambios; pero no todos podemos llegar a ese nivel, e incluso la ilusión del poder ofrece esperanza, y la esperanza sustenta la vida. La cuestión es no ser una marioneta, no ser una cosa de karma juguetón y pasivo. Supongo que todos estarán de acuerdo en que se deben introducir profundos cambios en la sociedad. Y ¿quién los hará, sino usted y yo? Si nos decimos a nosotros mismos que nos encontramos desamparados, que toda reforma significativa resulta imposible, que el statu quo existente llegó para mantenerse…, entonces lo mismo podríamos dejar de preocuparnos por seguir viviendo, ¿no cree? Quiero decir: si el autobús está resbalando y el conductor está perdiendo la guía, y todas las puertas están atascadas, es mucho más frío tomar cianuro que esperar el inevitable destrozo. Pero, naturalmente, no queremos creer que nos encontramos indefensos. Queremos creer que seremos capaces de agarrar el volante y enderezar el autobús en su ruta, y conducirlo con seguridad al taller de reparaciones. ¿No es así? Correcto. Eso es lo que deseamos pensar, aún cuando sólo se trate de una ilusión. Porque a veces —¿quién sabe?— puede uno mantener firme una ilusión y convertirla en algo real.
El reparto de personajes. Thomas C…, nuestro principal protagonista, de veinte años de edad; la primera vez que lo encontramos está dormido, con fibras de su propio y largo pelo moreno enmarañado casualmente sobre la boca. Vaqueros muy ajustados y una camisa de ¡ECOLOGÍA AHORA!, completamente arrugados a los pies de la cama. Fue educado en Elephant Mound, Wisconsin, y éste es el tercer año que pasa en la universidad. Parece estar durmiendo tranquilamente, pero a través de su mente, llena de sueños, se filtran fantasmas inquietantes: Lee Harvey Oswald, George Lincoln Rockwell, Neil Armstrong, Arthur Bremer, Sirhan Sirhan, Hubert Humphrey, Mao Tsé-Tung, el teniente William Caley, John Lennon. Cada uno de ellos se va anunciando a sí mismo, efectúa un ligero baile expresivo de su personaje, desaparece y vuelve a surgir en alguna otra parte del córtex cerebral de Thomas.
En la pared de la habitación de Thomas hay varios tótems contemporáneos: una fotografía gigantesca de Spiro Agnew jugando al golf, una llamativa etiqueta engomada que dice: VOTE POR MC GOVERN, y pancartas que proclaman variadamente LIBERTAD PARA ANGELA, APOYE A SU FUERZA LOCAL, PODER PARA EL PUEBLO y ¡EL CHE VIVE!
Thomas posee una sensibilidad extremadamente contemporánea hacia los años 1970-72. Para 1997 se sentirá terriblemente nostálgico por las causas y artefactos de su juventud, como siente ahora su abuelo por los abrigos de mapache, los baños de ginebra y las astas de bandera. Dirá cosas como: «Inténtalo, te gustará», o bien: «¡Pégame!», y nadie menor de cuarenta años se reirá.
Dormida, cerca de él, está Katherine F…, rubia, de diecinueve años. Habitualmente lleva gafas de montura acerada, pantalones acampanados verdes ajustados a la cadera, un sedoso poncho púrpura y un chal de macramé, pero ahora no lleva ninguna de esas cosas. Katherine no está soñando, pero su próximo ciclo de sueño profundo llegará dentro de poco. Procede de Mosse Valley, Minnesota, y perdió su virginidad a los catorce años, mientras contemplaba una película de flirteo entre Mastroianni y la Loren, en el cine al aire libre Estrella del Norte. Durante su seducción, no apartó nunca los ojos de la pantalla durante un periodo superior a los treinta segundos. En la actualidad es mucho más responsable en esas cosas de la capacidad de respuesta, pero años atrás trataba enérgicamente de ser fría. Hace cuatro horas, ella y Thomas llevaron a cabo un acto de mutua estimulación oral-genital que es ilegal en diecisiete Estados y en la República de Vietnam (sur), aunque hay esperanzas de que eso pueda cambiar dentro de poco.
En el suelo, junto a la cama, está el perro de Thomas, Fidel, parte sabueso y parte terrier. También él está durmiendo. Adherida al collar de Fidel hay una serpentina que dice TRES TRENZAS PARA DOMESTICADO LIB.
«Sin Dios», dijo uno de los hermanos Karamazov, «todo es posible». Supongo que eso es cierto si uno concibe a Dios como la fuerza que lo mantiene todo junto, que impide que el agua caiga hacia arriba y que el sol salga por el oeste, pero… ¡qué concepto tan limitado de Dios es ése! Au contraire, Fyodor: con Dios, todo es posible. Y me gustaría ser Dios durante un ratito.
P. ¿Qué hizo usted?
R. Le grité al sargento Bacon, y le dije que fuera a buscar licores y que su gente empezara a moverse inmediatamente, no hacia los licores, sino hacia los bunkers. Y me dirigí adonde estaba Mitchell. Regresé poco después. Meadlo aún estaba allí con un grupo de vietnamitas, y le grité a Meadlo pidiéndole… Le pregunté si no podía mover a toda aquella gente, si no podía librarse de ella.
P. ¿Disparó usted contra ese grupo de gente?
R. No, señor, no lo hice.
P. Después de ese incidente, ¿qué hizo usted?
R. Bueno, les dije a mis hombres que cruzaran la zanja y que se colocaran en posición después de que yo hubiera pegado fuego a la zanja.
P. ¿Tuvo usted oportunidad de observar lo que había en el interior de aquella zanja?
R. Sí, señor.
P. ¿Y qué vio usted?
R. Gente muerta, señor.
P. ¿Observó alguna apariencia de que hubiera alguien vivo?
R. No, señor.
Ahora habla Thomas. Escúchame. Simplemente, escúchame. Suponte que tuvieras una máquina que te permitiera arreglar todo lo que está mal en el mundo. Digamos, una máquina que contuviera todos los recursos de la tecnología moderna, por no mencionar los poderes de una imaginación rica y bien provista, y de un sentido ético altamente desarrollado. La máquina puede hacer cualquier cosa. Te puede hacer invisible; te proporciona una forma de deslizarte hacia atrás y hacia adelante en el tiempo; te proporciona el acceso telepático a las mentes de otros; te permite llegar a esas mentes y c-a-m-b-i-a-r-l-a-s. Y así sucesivamente. Llama a esa máquina como quieras. Llámala, por ejemplo, Actualizador de la Fantasía de Todo el Mundo. Llámala Máquina del Tiempo Mark Nueve. Llámala Caja Divina. Llámala Varita Mágica, si quieres. Muy bien. Yo te entrego una varita mágica. Y tú también me entregas una varita mágica, porque lector y escritor tienen que ser aliados, tienen que conspirar juntos. Tú y yo, con nuestras varitas mágicas. ¿Qué harías tú con la tuya? ¿Qué haría yo con la mía? Empecemos.
La venganza de los indios. En las llanuras, a quince kilómetros al oeste de Grand Otter Falls, Nebraska, se reúnen las tribus. Haciendo auto-stop, en camión, con tiendas de campaña, en Chevrolet, bicicleta y microbús, llegan desde todos los rincones de la nación. Son las delegaciones de los enojados pieles rojas. Aqui están los onondagas, los aglalas, los hunkpapas, los jicarillas, los punxsatawneys, los kickapoos, los gros ventres, los nez percés, los lenni lenapes, los wepawaugs, los pamunkeys, los penobscots, y toda esa multitud. Van vestidos con los símbolos que el hombre blanco espera ver en ellos: sombreros de plumas, pantalones polainas de cuero de ante, rostros pintados, tomahawks… ¡Mira cómo arde la gran hoguera! ¡Mira cómo los bravos, cubiertos de brillante sudor, bailan la danza de la cabellera cortada! ¡Escucha sus fantásticos gritos bárbaros! ¡Qué terror deben inspirar estos salvajes en los bien alimentados barrios residenciales que les observan por el canal cuatro!
Ahora empieza la reunión del Consejo. La pipa pasa de unas manos a otras. Se escuchan gruñidos de aprobación. El poderoso jefe navajo, Hosteen Dollars, es el principal orador. Habla en nombre de la más fuerte de las tribus, porque los poderosos navajos son propietarios de moteles, tiendas de regalos, pozos de petróleo, bancos, minas de carbón y supermercados. Tienen en sus manos la lucrativa distribución nacional de la excelente cerámica de sus vecinos, los hopi y los pueblo. Tranquilamente han ido acumulando grandes riquezas y poder, que han dedicado subrepticiamente al bienestar de sus parientes menos afortunados de otras tribus. Ahora el arsenal está completamente abarrotado: los tanques, los lanzallamas, los rifles automáticos, los camiones semi-orugas, las recolectoras llenas de napalm. Sólo falta la Big Bang. Pero esa falta, declara Hosteen Dollars, se ha remediado ahora gracias a una intervención milagrosa.
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