La geología
en 100 preguntas
La geología
en 100 preguntas
Vicente del Rosario Rabadán
Raquel Rossis Alfonso
Colección: 100 preguntas esenciales
www.100Preguntas.com
www.nowtilus.com
Título: La geología en 100 preguntas
Autor: © Vicente del Rosario Rabadán, © Raquel Rossis Alfonso
Director de la colección: Luis E. Íñigo Fernández
Copyright de la presente edición: © 2018 Ediciones Nowtilus, S.L.
Doña Juana I de Castilla 44, 3º C, 28027 Madrid
www.nowtilus.com
Elaboración de textos: Santos Rodríguez
Diseño de cubierta: eXpresio estudio creativo
Imagen de portada: NASA Goddard Photo and Video
Fuente: https://www.flickr.com/photos/gsfc/
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública
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ISBN Digital: 978-84-9967-930-3
Fecha de publicación: marzo 2018
Depósito legal: M-3206-2018
A nuestros familiares y amigos.
La transmisión del conocimiento adquirido por la ciencia es publicada en revistas especializadas. Los investigadores acceden a una pequeñaa parte de esos artículos, pero lógicamente la población no posee los medios necesarios para interpretar y comprender esos resultados. La sociedad en general es mucho más diversa que el sector científico haciendo que la divulgación de la ciencia pueda convertirse en una difícil tarea y las escuelas, un lugar desde el que intentarlo.
Un profesor de instituto que enseñaba geología en Andalucía afirmó que «la ciencia que se muestra en el aula es con frecuencia estática, cerrada, acabada. Al alumno se le ocultan tanto las incertidumbres e interrogantes del pasado como los que pueden encontrarse hoy». Quizás no fue el primero ni el único que lo pensó, pero han pasado ya más de veinte años desde que don Emilio Pedrinaci publicara esas palabras en la revista de la Asociación Española para la Enseñanza de las Ciencias de la Tierra y, desgraciadamente, en este sentido muy poco o nada ha cambiado. En cualquier caso, probablemente no haya razones para ser pesimistas; humildemente pensamos, señor Manrique, que no andaba en lo cierto cuando dijo que «cualquier tiempo pasado fue mejor». Pero tampoco podemos negarlo: hay cosas que en el pasado iban mejor, y ese es el caso de la enseñanza de la geología.
El simpático Sheldon Cooper dijo que la geología no es una ciencia real, pero cualquiera que tenga dos dedos de frente sabe que esto no es así. No cabe duda de que es una ciencia llena de peculiaridades: los que la estudian suelen tener más aspecto de excursionistas que de universitarios y muchos creen que se puede ser geólogo sin saber matemáticas; pero, evidentemente estos estereotipos no son ciertos (bueno, al menos no completamente ciertos).
La geología es una ciencia maravillosa que no solo permite el deleite con preciosos paisajes y soleados paseos por el campo, sino que nos lleva a realizar viajes inimaginables que desafían los límites de la comprensión humana. Galileo no fue un geólogo, pero sí un científico de la Tierra. Él fue quién puso nuestro planeta en movimiento y nos alejó irremediablemente del centro del espacio. Más tarde vino un médico, de nombre James Hutton, y nos hizo ver que tampoco nosotros ocupábamos un lugar privilegiado en el tiempo. Y poco después llegó Darwin, quien tratando de evitarse problemas, pidió a quienes no tuvieran la capacidad de comprender la inmensidad del tiempo geológico que cerraran su libro. Nadie hizo caso a este joven geólogo y muchos seguimos fascinados al comprender que en este universo no tenemos un papel protagonista.
La geología es imprescindible. La geología no se puede perder. La geología debe formar parte del conocimiento de cualquier persona culta. Este libro pretende ser un granito de arena. Esperamos que sea de cuarzo y resista un tiempo antes de convertirse en el alimento de los fangosos, ocultos y olvidados fondos marinos.Eso es lo que hemos intentado y nos gustaría que este libro continuara vivo. Nos gustaría mantener el contacto con usted, con el lector; y para ello esperamos verle por nuestra web de GEOLOGÍAparaINSTITUTOS (puede buscarnos en google).
Por último quisiéramos mostrar nuestro agradecimiento a las personas que de una forma u otra nos han llevado a sentir una cierta pasión por la divulgación de la ciencia en general y de la geología en particular: autores como Sagan, Asimov, Anguita y, muy especialmente, a nuestros padres.
Ojalá que disfruten del libro.
Santa Cruz de Tenerife, 4 enero de 2018
Somos parte de la naturaleza. Comemos, matamos y morimos como los animales, pero somos diferentes a ellos. Ayudándonos de ramas, tendones y piedras construimos herramientas. Enseñamos a nuestros hijos a identificar las piedras más adecuadas para construirlas, especialmente aquellas de las que podemos obtener bordes cortantes.
Conocemos los puntos en que el agua brota del suelo y otras cuevas donde pernoctar. Nos gusta este lugar para vivir porque estamos cerca de un terreno donde recoger barro con el que construir nuestras vasijas. También solemos recolectar tierras verdes, rojas y blancas con las que podemos decorar nuestros cuerpos en ocasiones especiales. Cerca del río solemos encontrar piedras traslúcidas con bellos colores con los que hacemos collares y amuletos.
Cuando mis hermanos y yo éramos pequeños, un sonido ensordecedor hizo temblar la montaña, fue como si el mundo se rompiera. Los sabios nos dijeron que a veces los espíritus se enfadan, y por ello debíamos realizar ofrendas con frecuencia. Cuando los viejos nos lo indicaban, nos reuníamos en torno a un monolito cercano, donde venerábamos a los espíritus de nuestros antepasados. Nadie sabe quién talló el monolito, los sabios decían que fue el dios que se esconde bajo las montañas.
En las expediciones de caza, atravesábamos varios valles a pie. En algunos lugares veía cosas que no entendía. Observé conchas en lugares muy altos, enterradas en la tierra. El viejo sabio nos dijo que era normal, que a veces llovía mucho y que él había visto cómo nuestros padres fueron arrastrados por las aguas. Antes vivíamos en la llanura, junto al río, pero desde aquella catástrofe tuvimos que huir a nuestro nuevo asentamiento. El viejo sabio también contaba una antigua historia sobre la gran ola que había devorado a todas las tribus de la costa. Él nos explicó que aquellas conchas habían llegado allí de esa manera.
Lo que acaba de leer es un intento por emular a Carl Sagan, el genial divulgador neoyorquino que imaginó y publicó en Cosmos , una de sus grandes obras, los pensamientos de algún sabio del paleolítico en torno a cuestiones sobre las estrellas y la bóveda celeste. En nuestro caso, hemos tratado de reflejar algunas observaciones y reflexiones que aquellos humanos ancestrales pudieron tener sobre el entorno físico en que vivían.
Pasarían horas buscando cantos de fractura concoidea, como el sílex, de los que obtener piezas afiladas mediante golpes. También debían de conocer los manantiales en los que brotaba el agua subterránea, los yacimientos donde extraer arcillas y posteriormente minerales metálicos; así como las cuevas donde refugiarse y otras caprichosas formas producidas por la erosión donde rendir culto a sus creencias. Sufrirían como nosotros los estragos de los riesgos geológicos como inundaciones, terremotos o tsunamis. Y con el desarrollo de su civilización demandarían un suministro creciente de recursos geológicos.
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