Jessica Hart
Un Sueño Muy Real
Un Sueño Muy Real (2001)
Título Original: Wedding at Waverley Creek (2000)
Serie:4º Amor en Australia
ELLIE APARCÓ la camioneta a la sombra de un árbol y se bajó. Estaba agarrotada después de un viaje tan largo y se quedó durante un momento apoyada en la puerta, mirando las tierras familiares que se extendían ante ella.
Bushman's Creek. El hogar de Jack.
Habían pasado más de tres años desde la última vez que viera a este, pero su imagen brillaba en el caluroso ambiente tan nítida como si la tuviera delante, como entonces, radiante de energía, con una sonrisa que cortaba la respiración y unos luminosos ojos marrones.
Ellie suspiró. Había intentado olvidarlo por todos los medios. Se había recordado un millón de veces que Jack era tan solo un viejo amigo, alguien que pensaba en ella, si acaso pensaba en ella, como la hermana pequeña que no había tenido.
Se había atormentado recordando cada una de sus novias, todas ellas hermosas y alegres, exactamente lo contrario que ella. Incluso se alejó durante tres largos años con la esperanza de borrar su recuerdo, pero no había servido para nada. Solo deseaba volver a verlo.
Y ya había regresado. Ella creía que no habría ningún peligro. Su madre le había comentado que Jack estaba fuera. No había riesgo de volver a quedar atrapada en ese círculo de anhelo sin esperanza. Recordaba la seguridad con que se había puesto en marcha esa misma mañana, y sonrió con cierta amargura. Debería haberlo sabido. Era posible que Jack no estuviera, pero su recuerdo estaba presente allí donde mirara, casi tan perturbador como el propio Jack.
Ellie, haciendo un esfuerzo por deshacerse de sus recuerdos, dio un portazo y se dirigió hacia la casa a través del patio polvoriento. No había vuelto por Jack. Había vuelto para saber qué hacía su caprichosa hermana mayor y por qué estaba con Gray, el hermano de Jack.
– ¡Ellie! -Lizzy estaba encantada de verla, sin sentimiento de culpa ni recelosa, como Ellie había temido-. No te puedes imaginar cuánto me apetecía tener a alguien con quien cotillear. Es tan aburrido no hablar con nadie en todo el día… -confesó una vez superada la emoción de encontrarse después de tres años.
Eso le dio a Ellie la excusa que necesitaba. Se sentaron en la vieja mesa de la cocina.
– Lizzy, ¿qué haces aquí? Mamá me dijo que rompiste tu compromiso y que te viniste con Gray ¿Qué demonios está pasando?
– Vaya, puedes estar segura de que mamá lo ha entendido todo al revés. He roto mí compromiso, pero, desde luego, ¡no me he venido con Gray! Hace tiempo que sabemos que no estamos hechos el uno para el otro. Solo me ocupo de las cosas hasta que vuelva Clare.
– ¿Clare?, ¿quién es Clare?
– La mujer de Gray, ¿no te habló mamá de la boda?
Ellie negó con la cabeza sin entender nada.
– ¿Te importaría empezar por el principio?
– Es muy sencillo -Lizzy puso agua hirviendo en la tetera y la dejó sobre la mesa-. Hace un par de meses Gray se casó con una chica inglesa que se llama Clare. Ojalá hubieses estado, Ellie. Fue una boda preciosa -suspiró con nostalgia mientras se sentaba-, ahora están en Inglaterra, pasando una merecida luna de miel. Además, yo no tenía nada que hacer y me vino muy bien dejar Perth una temporada para echar una mano aquí. Pero me iré pitando a casa en cuanto vuelvan, ¡así que puedes decirle a mamá que deje de preocuparse! -aclaró mientras servía el té en dos tazas.
Ellie tomó la taza que su hermana le acercó.
– ¿Gray no está aquí? -dijo como si acabara de comprender lo que había contado Lizzy-. ¿Quieres decir que estás sola?
– Ah, no -dijo Lizzy como si tal cosa-. Jack sí está.
El corazón le dio un vuelco, como ocurría siempre que se mencionaba el nombre de Jack, y Ellie dejó la taza con mano temblorosa.
– ¿Jack? -dijo, consciente del tono elevado y tenso de su voz. ¿Por qué el mero nombre de Jack impedía que respirara normalmente? Se aclaró la garganta-. Creía que mamá me había dicho que estaba fuera.
– Lo estaba. Pasó una temporada en Estados Unidos y Sudamérica, pero volvió hace un mes. Me sorprende que mamá no lo sepa.
Ellie no contestó. Miraba por la ventana, con sus ojos verdes perdidos en el infinito. Más allá del porche, los enormes y fantasmales sauces se recortaban con toda nitidez contra el cielo azul, pero Ellie no los veía. El rostro de Jack se apareció ante sus ojos y, de repente, fue consciente de la silla de madera sobre la que se sentaba, del color de la taza, del olor a té y de los latidos de su corazón.
Jack. Todo cobraba vida al saber que él estaba cerca.
– ¿Qué tal… qué tal está? -preguntó, intentando por todos los medios parecer indiferente.
– Bien… -Lizzy dudó, pero el sonido de unos pasos en el exterior tranquilizaron su rostro-. Lo podrás comprobar tú misma. Creo que ahí viene.
La puerta que daba al porche se cerró con estrépito y Ellie, sin saber muy bien lo que hacía, se levantó, agarrándose al respaldo de la silla para no caerse.
Jack entró en la cocina mientras sacudía el polvo de su sombrero.
– Lizzy, has… -se calló de golpe al darse cuenta de que Lizzy estaba acompañada y miró con curiosidad.
Una y otra vez Ellie rezaba para que la magia hubiese desaparecido, y una y otra vez pasaba lo mismo. Bastaba con que Jack entrase en la habitación para que ella se quedara sin respiración y mareada, y consciente de cómo la sangre fluía alegremente por sus venas.
Una y otra vez rezaba para que él fuese menos atractivo de lo que ella recordaba, pero nunca lo era. Estaba casi exactamente igual. El mismo cuerpo largo y estilizado; el mismo pelo rubio oscuro; los mismos ojos marrones y sonrientes. La misma mirada desconcertada mientras intentaba adivinar por qué ella le resultaba vagamente conocida.
«No ha llevado mi imagen en el corazón desde que nos vimos por última vez», pensó Ellie con tristeza. Estaba acostumbrada a que nadie la recordara. No es que no tuviese atractivo. Sencillamente no tenía nada especial, era normal. Pelo normal, ojos normales… Una cara normal y corriente.
– Hola, Jack.
Sus dedos se clavaron en el respaldo de la silla, hizo todo lo posible por parecer natural. Siempre pasaba lo mismo, tenía que fingir que le agradaba volver a encontrarse con un viejo amigo, aterrada de que alguien pudiese darse cuenta de lo que sentía. A veces se sorprendía de que todavía no hubiese ocurrido. ¿No se daban cuenta de lo que la afectaba su sola presencia? ¿No oían cómo el corazón golpeaba contra sus costillas?
El rostro de Jack se iluminó.
– ¡Ellie! -dijo, sonriendo y dándole un fraternal abrazo-. No te había reconocido. ¡Has crecido!
Ya había crecido tiempo atrás, pero él no se había dado cuenta. Siempre se sorprendía de que no siguiera correteando por ahí vestida con un peto y con coletas, pensó Ellie con cierta amargura. Siempre sería la hermana pequeña de Lizzy, demasiado pequeña para jugar con ella, demasiado pequeña para bailar con ella, demasiado pequeña para besarla.
– Me alegra volver a verte -continuó mientras le daba un último abrazo-. Hacía años que no te veía.
– Tres años y medio -dijo ella, arrepintiéndose al instante por dar la impresión de que llevaba la cuenta-. Aproximadamente -añadió sin convicción.
Le temblaban las piernas por el contacto con él y volvió a hundirse en la silla.
Jack dejó su sombrero en la mesa y a Ellie le pareció que su rostro se ensombrecía.
– ¿Qué has hecho durante todo ese tiempo? -preguntó él.
«Amarte, intentar olvidarte».
– Bueno, ya sabes… trabajar, viajar, ese tipo de cosas.
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