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Pamuk - El libro negro

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Pamuk El libro negro
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    El libro negro
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El libro negro: resumen, descripción y anotación

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Un día la hermosa mujer de un hombre que la quería muchísimo lo abandonó Él - photo 1

«Un día la hermosa mujer de un hombre que la quería muchísimo lo abandonó. Él empezó a buscarla. Allá donde fuera por la ciudad encontraba su rastro pero no a ella…».

Así cuenta su caso Galip, un joven abogado que vive en Estambul y quiere reencontrarse con Rüya, su esposa y prima. Sospecha que ha huido con otro hombre, con un hombre que bien podría ser alguien muy cercano, casi tan cercano como su propio hermanastro, Celâl, un periodista excéntrico que también ha desaparecido. En su persecución alucinada, Galip recorre día y noche las calles de un Estambul real y fabuloso que alberga en cada esquina una historia secreta, y donde todas las pistas, como si fueran cajas chinas, esconden nuevos misterios. Pero cuando Galip da su paso más audaz y asume la identidad de Celâl, ignora el riesgo al que se expone. Porque hay juegos que desembocan en crímenes inesperados.

El libro negro es una novela policíaca, tan espectacular como poco convencional, donde la investigación se centra en la identidad y la escritura. Con esta obra, que en Turquía se convirtió a la vez en lectura de culto y de masas, Orhan Pamuk se consagró como uno de los maestros actuales de la literatura mundial.

Orhan Pamuk El libro negro ePub r10 German25 260715 Título original Kara - photo 2

Orhan Pamuk

El libro negro

ePub r1.0

German25 26.07.15

Título original: Kara Kitap

Orhan Pamuk, 1994

Traducción: Rafael Carpintero

Diseño de cubierta: Random House Mondadori

Editor digital: German25

ePub base r1.2

A Aylin ORHAN PAMUK Premio Nobel de Literatura 2006 nació en 1952 en - photo 3

A Aylin

ORHAN PAMUK Premio Nobel de Literatura 2006 nació en 1952 en Estambul - photo 4

ORHAN PAMUK, Premio Nobel de Literatura 2006, nació en 1952 en Estambul, Turquía. Ha realizado estudios de Arquitectura y Periodismo, y ha pasado largas temporadas en EE UU, en la Universidad de Iowa y en la Universidad de Columbia. Es autor de ocho novelas, entre ellas La casa del silencio (1983), El libro negro (1990), La vida nueva (1994), Me llamo Rojo (1998) y Nieve (2002). Comenzó a destacar con sus primeras obras, y pronto se erigió en uno de los fenómenos literarios de la nueva literatura turca. Su éxito mundial se desencadenó a partir de los elogios que John Updike dedicó a su novela El astrólogo y el sultán (1991). Antes del Premio Nobel ya había obtenido numerosos reconocimientos internacionales, como el Premio al Mejor Libro Extranjero en Francia, el Premio Grinzane Cavour en Italia y el Premio Internacional IMPAC de Dublín, por Me llamo Rojo. Además, en el 2005 recibió el Premio de la Paz de los libreros alemanes. Sus libros se han traducido a más de cuarenta idiomas.

La primera vez que Galip vio a Rüya

Adli: «¡No uses epígrafes porque mata

rían el misterio de la escritura!».

Bahti: «Si tiene que morir así, mata en

tonces tú también el misterio, ¡mata al

falso profeta vendedor de misterios!».

Cartas a un joven periodista, M. BALAMIR

Rüya dormía boca abajo en la dulce y templada oscuridad cubierta por los altozanos, los valles sombríos y las suaves colinas azules del edredón de cuadros azules que se extendía desde la cabecera hasta los pies de la cama. Desde el exterior llegaban los primeros sonidos de la mañana invernal: coches y viejos autobuses que pasaban de vez en cuando, el ruido de las vasijas de cobre del vendedor de salep, que colaboraba con el vendedor de bollos, cuando las dejaba en la acera, y el silbato del jefe de la parada de taxis colectivos. En la habitación había una plomiza luz invernal filtrada por las cortinas azul marino. Galip, entontecido por el sueño, miró la cabeza de su mujer, que se extendía fuera del edredón azul: la barbilla de Rüya estaba hundida en la almohada de plumas. En la curva de su frente había algo sobrenatural que provocaba que uno se preguntara con temor por las cosas maravillosas que en ese momento pudieran estar ocurriendo en su mente. «La memoria —había escrito Celâl en una de sus columnas del periódico— es un jardín». «Los jardines de Rüya, los jardines de Rüya… —pensó Galip—, no pienses, no pienses, o sentirás celos». Pero Galip pensó mirando la frente de su esposa.

En ese momento le habría gustado pasear entre los sauces, las acacias, los rosales trepadores y bajo el sol de aquel jardín de puertas cerradas de Rüya, sumergida en la tranquilidad del sueño. Temía avergonzado los rostros que pudiera encontrarse allí: ¡Hola! ¿Tú también estás aquí? Viendo con curiosidad y dolor inesperadas sombras de hombres tal y como vería los desagradables recuerdos, conocidos y esperados: Disculpe, hermano, ¿usted dónde ha coincidido con mi mujer, dónde la ha conocido? Hace tres años en su casa, en una revista extranjera de modas que se había llevado de la tienda de Aladino, en el edificio, de la escuela secundaria a la que ustedes iban juntos, a la entrada de un cine en el que ustedes entraban cogidos de la mano… No, quizá la memoria de Rüya no estuviera tan poblada ni fuera tan despiadada; quizá ahora, en el único rincón soleado del oscuro jardín de su memoria, Rüya y Galip salían de paseo en barca. Seis meses después de que la familia de Rüya se mudara a Estambul, Rüya y Galip habían contraído las paperas. Por aquel entonces, a veces la madre de Galip, a veces la bonita madre de Rüya, la Tía Suzan, o a veces ambas a un tiempo, cogían a Galip y a Rüya de la mano, tomaban un autobús que temblaba a lo largo del camino adoquinado e iban de paseo en barca en Bebek o en Tarabya. En aquellos años los microbios eran famosos pero las medicinas no: se creía que el aire puro del Bósforo le iba bien a las paperas de los niños. Por las mañanas el mar estaba tranquilo, la barca blanca, el mismo barquero siempre amistoso. Ellas, madres y cuñadas a un tiempo, se sentaban a popa y Rüya y Galip en la proa, uno al lado del otro, ocultos detrás de la espalda del barquero, que subía y bajaba. El mar se deslizaba lentamente bajo sus pies y sus flacos tobillos, tan parecidos, que ellos alargaban hacia el agua; algas, manchas de fuel de siete colores, guijarros pequeños y semitransparentes y trozos de periódico aún legibles que miraban por si en ellos había algún artículo de Celâl.

La primera vez que Galip vio a Rüya, seis meses antes de enfermar de paperas, estaba sentado en un taburete que habían colocado sobre la mesa del comedor y el barbero le cortaba el pelo. En aquella época, Douglas, el alto y bigotudo barbero, venía cinco días por semana a casa y afeitaba al Abuelo. Eran los tiempos en que las colas del café se alargaban ante las tiendas de Arap y Aladino, en que los contrabandistas vendían medias de nailon, en que en Estambul se iban multiplicando los Chevrolet modelo del 56, en que Galip empezó la escuela primaria y en que leía con atención los artículos que Celâl escribía en la segunda página del diario Milliyet cinco veces por semana bajo el nombre de Selim Kaçmaz, pero no cuando aprendió a leer y escribir porque la Abuela le había enseñado dos años antes. Se sentaba en una esquina de la mesa del comedor; después de que la Abuela le anunciara con voz ronca que la mayor magia consistía en cómo encajaban las letras unas en otras, soplaba el humo del cigarrillo Bafra que nunca le faltaba en la comisura de los labios, el humo provocaba que se humedecieran los ojos de su nieto y entonces el caballo de extraordinario tamaño que había en la cartilla azuleaba y cobraba vida. Aquel enorme caballo, bajo el que estaba escrito que era un caballo, era mayor que los huesudos animales de los carros del aguador cojo y el trapero ladrón. En aquellos tiempos Galip pensaba en que le habría gustado verter una poción mágica que le diera vida a aquel saludable caballo de la cartilla cuando la echara sobre el dibujo, pero luego, como no le permitieron empezar la escuela primaria en segundo, encontraría estúpido aquel deseo mientras volvía a aprender a leer y escribir en la escuela con la misma cartilla del caballo.

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