Qiu Xiaolong
Cuando El Rojo Es Negro
SERIE INSPECTOR CHEN CHAO 3
El detective Yu Guangming del Departamento de Policía de Shanghai se encontraba a solas, recuperándose todavía del terrible golpe. La noticia se hizo esperar, pero cuando llegó fue demoledora. Tras meses de reuniones y más reuniones, de negociaciones y más negociaciones, había perdido el apartamento prometido en Tianling New Village. Se trataba de un apartamento nuevo que le habían asignado oficialmente; el anuncio incluso se. había hecho público, y todo el mundo en la oficina lo había aplaudido con efusión.
En la superpoblada ciudad de Shanghai, donde viven más de trece millones de personas, la escasez de casas es un gran problema. La asignación de un apartamento era un acontecimiento importante. Durante muchos años, las empresas habían sido las encargadas -en el caso de Yu, el Departamento de Policía de Shanghai- de decidir cuáles de sus empleados conseguirían una habitación o un apartamento de los ofrecidos anualmente por el Gobierno. Como reconocimiento por sus excepcionales servicios durante más de una década, a Yu le habían premiado finalmente con un apartamento de dos habitaciones, o por lo menos con las llaves de éste. Pero antes incluso de que pudiera planear mudarse, se lo retiraron de forma repentina.
Yu estaba de pie en mitad del patio pequeño y polvoriento, repleto de basura que arrojaban las personas que vivían en aquel viejo edificio estilo shikumen, en donde se alojaban más de doce familias, entre ellas la suya. El viejo patio parecía una chatarrería, al igual que su cabeza. Encendió un cigarrillo.
La explicación -o excusa- que le dieron por la retirada del apartamento fue un ajuste de cuentas entre las compañías controladas por el Estado. Un acreedor de otra empresa estatal se había apoderado de algunos de los apartamentos nuevos que la Golden Dragón Construction Corporation acababa de construir en Tianling New Village. Entre ellos se encontraba el apartamento que había sido asignado a Yu. Este cambio de suerte resultó increíble; como si el pato asado de Pekín alzara el vuelo una vez en el plato.
Unos cuantos días antes, tras recibir la mala noticia, Yu mantuvo una larga conversación con Li, secretario del Partido Comunista Chino en el Departamento Policial de Shanghai, quien había concluido, como siempre, con una característica nota positiva:
– La reforma económica nos está proporcionando grandes cambios. Muchos de ellos no habrían sido imaginables hace dos o tres años. También afectan a nuestro sistema de viviendas. Pronto, la población china nunca más tendrá que depender del cupo de viviendas que ofrece el Gobierno. Mi cuñado, por ejemplo, acaba de adquirir un apartamento nuevo en el distrito de Luwan. Por supuesto su nombre figura todavía en los primeros puestos de la lista. El departamento considerará especialmente su caso. Aunque pueda comprar un apartamento en el futuro, quizás podamos conseguirle algún piso a modo de compensación.
¡Ese fue su único consuelo!
Después de cuarenta años, durante los cuales la asignación de viviendas había sido tarea del Gobierno, una nueva política había hecho posible que la gente pudiese adquirir sus propios apartamentos. Sin embargo, tal y como le explicó después Li, «la política podía cambiar tres veces en un solo día». Nadie podía predecir el futuro de la reforma en China. Para el cuñado del secretario del Partido, dueño de varios restaurantes y bares de lujo, no significaba un problema comprar un apartamento a cuatro mil yuanes el metro cuadrado. Para el detective Yu, un policía de rango bajo con un sueldo mensual de aproximadamente cuatrocientos yuanes, tal gasto era un sueño al que no podía aspirar.
– Pero ya me habían concedido el apartamento -dijo Yu obstinado-. Fue una decisión firme del departamento.
– Entiendo. Sé que no le parece justo, camarada detective Yu. Créame, hemos hecho todo lo posible. Sabemos que ha hecho un trabajo excelente como policía. Pero ya hemos hecho todo lo que estaba en nuestra mano. Lo sentimos.
La charla tranquila con Li no cambió los hechos: el detective Yu había perdido el apartamento.
Además, iba a sentir una vergüenza terrible. Ya le había comunicado la buena noticia a sus amigos y familiares. Todos le habían felicitado y algunos le habían preparado una fiesta para celebrarlo. ¿Ahora qué?
Pero lo que sin duda le preocupaba más era la reacción de su esposa, Peiqin. En los quince años que llevaban casados siempre habían estado «Cogidos de la mano, hablando, hablando, hablando», igual que en una canción. Siempre habían estado muy unidos, desde sus días de «juventud educada» en los que habían sido enviados a Yunnan durante la Revolución Cultural, hasta su estancia en Shanghai, junto con otros tantos millones de parejas como ellos. Últimamente, sin embargo, Peiqin parecía distante.
A Yu no le resultó difícil comprender ese distanciamiento. Durante todos esos años, Yu había contribuido económicamente menos en comparación con su mujer. Resultaba innegable, y de vez en cuando también insoportable, que Peiqin ganase más dinero trabajando como contable en un restaurante de lo que Yu ganaba como policía. La diferencia de salarios había aumentado en los últimos años, ya que Peiqin había recibido muchas bonificaciones. Por no mencionar los manjares exquisitos -y gratis- que llevaba del restaurante a casa. El anuncio inicial sobre el apartamento había hecho que Yu ascendiera momentáneamente un peldaño o dos, por así decirlo. Peiqin se había puesto contentísima, y ya le había contado a todo el mundo que a su marido le habían asignado un apartamento «gracias a su excelente labor».
Sin embargo, cuando recibió la mala noticia reaccionó con aspereza. Yu reflexionaba mientras el cigarrillo se consumía entre sus dedos. No era sino una prueba más de que trabajar como policía de rango bajo en la sociedad actual no llevaba a ninguna parte.
En la época de su padre, Oíd Hunter, también policía, éste al menos había disfrutado de la dignidad que proporcionaba formar parte de la «dictadura del proletariado» y había experimentado qué significaba ser económicamente igual que los demás en una sociedad igualitaria. Ahora, en los noventa, el mundo había cambiado: las personas se medían según su dinero. El camarada Deng Xiaoping dijo: «A algunos se les debería permitir hacerse ricos antes que a otros». Y así fue, sin duda. Y en este país socialista, convertirse en rico significó convertirse en glorioso. Para quienes no se hicieron ricos no importó lo mucho que trabajaron: el People's Daily no les dedicó una sola línea.
El detective Yu, un buen agente de policía, nunca había tenido una habitación propia, a pesar de estar entrado en los cuarenta. Desde que Peiqin y él volvieron a la ciudad, a principios de los ochenta, habían compartido dormitorio con su hijo. Originariamente la habitación había sido un comedor situado en el ala de la casa que le habían asignado a Oíd Hunter a comienzos de los cincuenta.
En realidad Peiqin no protestó, pero después del fiasco del apartamento, su expresión lo decía todo. En una ocasión cuestionó la dedicación de su marido al trabajo policial, aunque no de forma explícita. En estos tiempos de «reforma económica», la gente podía escoger sus propias carreras profesionales, aunque algunas de ellas entrañaran riesgos. Como agente de policía, Yu tenía su «tazón de hierro para el arroz», lo cual, durante muchos años, había significado tener un trabajo seguro para toda la vida en la utopía comunista del presidente Mao. El tazón de hierro -irrompible- para el arroz era sinónimo de un trabajo permanente con un salario fijo, ayudas médicas y cupones de comida. Pero ahora, disponer de un tazón de hierro para el arroz ya no resultaba tan atrayente. Geng Xing, un antiguo compañero de Peiqin, había dejado su anterior trabajo para dirigir un restaurante privado y, según contaba Peiqin, ganaba cinco o seis veces más de lo que percibía anteriormente en el restaurante controlado por el Estado. Peiqin le explicó a su marido la elección de Geng, como si esperase alguna reacción por su parte, recordaba Yu.
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