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Magnet Alberto - Muerte de una heroína roja

Aquí puedes leer online Magnet Alberto - Muerte de una heroína roja texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Ciudad: Barcelona, Año: 2013, Editor: Tusquets Editores S.A, Género: Detective y thriller. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Magnet Alberto Muerte de una heroína roja

Muerte de una heroína roja: resumen, descripción y anotación

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Un viernes de mayo de 1990, Gao Ziling, capitán de la patrullera Vanguardia, sale a pescar con un amigo al que no veía desde la época del instituto. De regreso, en el canal Baili, a unos treinta kilómetros al oeste de Shanghai, algo impide el avance de la patrullera. Cuando Gao se lanza al agua para ver qué le ocurre a la hélice, descubre una gran bolsa de plástico negra y, en su interior, el cadáver de una joven desnuda. El capitán Gao avisa de inmediato a la policía y, casualmente, atiende su llamada el subinspector Yu, quien trabaja a las órdenes del inspector jefe Chen. Éste, recién ascendido y tras estrenar piso, no tardará en descubrir que la joven, empleada de los grandes almacenes Número Uno de Shanghai, era una trabajadora modélica cuya entrega a la causa del Partido la convirtió en una celebridad. Ahora debe investigar qué se oculta detrás de la muerte de esa «heroína roja».

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Índice Para Lijun Tan profundo como puede ser el Lago de la Flor de Melocotón - photo 1

Índice

Para Lijun

Tan profundo como puede ser el Lago de la Flor de Melocotón,

pero no tan profundo como la canción que tú me cantas.

Li Bai

1

Encontraron el cuerpo a las cinco menos veinte de la tarde del 11 de mayo de 1990, en el canal Baili, un lugar poco frecuentado, a unos treinta kilómetros al oeste de Shanghai.

De pie junto al cuerpo, Gao Ziling, el capitán del Vanguardia, escupió tres veces con fuerza sobre la tierra húmeda. Un flaco intento de conjurar los espíritus malignos del día, un día que había empezado con la reunión, durante tanto tiempo anhelada, de dos amigos que llevaban más de veinte años sin verse.

Era una pura casualidad que el Vanguardia, una patrullera guardacostas del Departamento de Seguridad Fluvial de Shanghai, se hubiera aventurado hasta el canal Baili, al que llegó alrededor de la una y media. No solía acercarse a aquella zona. Ese paseo, tan poco habitual, lo había propuesto Liu Guoliang, el viejo amigo al que Gao no había vuelto a ver desde los años del instituto, donde habían sido buenos compañeros. Después, a principios de los años sesenta, Gao empezó a trabajar en Shanghai y Liu emprendió sus estudios en la Universidad de Pekín antes de marcharse a un centro de experimentación nuclear en la provincia de Qinghai. Durante la Revolución Cultural perdieron el contacto. Ahora Liu había venido a Shanghai para presentar un proyecto a una empresa estadounidense y, entretanto, se había tomado un día libre para encontrarse con Gao. Volver a verse después de tantos años era un grato acontecimiento que los dos habían estado esperando.

La idea se les ocurrió cerca del puente de Waibaidu, allí donde confluyen las aguas de los ríos Suzhou y Huangpu, cuya línea divisoria puede verse a la luz del sol. El Suzhou estaba todavía más contaminado que el Huangpu. Parecía una lona alquitranada que contrastaba con el azul claro del cielo. A pesar de la agradable brisa de verano, las aguas del río apestaban. Gao no paraba de disculparse. Debería haber elegido un lugar más en consonancia con la ocasión, como el salón de té Pabellón del Lago, por ejemplo, en la Ciudad Antigua de Shanghai, para poder disfrutar de una plácida tarde en la que conversar de tantas y tantas cosas frente a un exquisito juego de té con la vibrante música de pipa y sanxun de fondo. Gao, sin embargo, no podía dejar el Vanguardia durante un día entero, y ninguno de sus compañeros había querido cambiarle el turno.

Al ver las aguas llenas de lodo, en las que flotaban residuos —botellas de plástico, latas de cerveza vacías, envases aplastados y paquetes de cigarrillos—, Liu sugirió que continuaran navegando en busca de otro lugar donde pescar. El río había cambiado hasta el punto de que apenas lo reconocían; los dos amigos, sin embargo, no habían cambiado tanto. Y la pesca era una pasión que habían compartido en sus años de instituto.

—En Qinghai he echado de menos el sabor de la carpa —confesó Liu.

Gao cogió al vuelo la insinuación. No tendría problemas para explicar que había bajado por el río como parte de una inspección rutinaria, y podría, además, hacer gala de sus habilidades como capitán. Así que propuso poner rumbo a Baili, una derivación del río Suzhou, a unos ciento diez kilómetros al sur del puente Waibaidu. El canal Baili aún no había padecido los efectos de las reformas económicas de Deng Xiaoping. Se hallaba apartado de las carreteras principales y a varios kilómetros del pueblo más cercano. Sin embargo, no les resultó fácil llegar hasta allí por el río. Pasada la imponente Refinería Oriental desde la que se dominaba Wusong, el paso se estrechaba, y algunos tramos eran tan poco profundos que la navegación se hacía casi imposible. Tuvieron que abrirse camino echando a un lado las ramas que invadían el canal, y tras grandes esfuerzos, por fin llegaron a un área de aguas enturbiadas por arbustos y altas hierbas.

Por fortuna, Baili resultó ser el lugar maravilloso que Gao había prometido. Era un cauce pequeño, pero el nivel del agua era alto debido a las lluvias del mes anterior. Los peces abundaban, pues el canal apenas estaba contaminado. En cuanto lanzaron los cebos, notaron que empezaban a picar, y al poco rato comenzaron a recoger los sedales. Los peces daban saltos y caían dentro del bote boqueando y retorciéndose.

—Mira éste. —Liu señalaba un pez que coleaba a sus pies—. Pesará más de una libra.

—Fabuloso —dijo Gao—. Parece que tú traes suerte.

Minutos después, también Gao quitaba, con la uña del pulgar, el anzuelo de una perca.

Feliz, volvió a lanzar el hilo con un movimiento experto de la muñeca. Antes de que hubiera recogido la mitad, algo dio a su hilo un tirón formidable. La caña se arqueó y una enorme carpa saltó en el aire bajo los destellos del sol.

No tenían mucho tiempo para conversar. El tiempo corría hacia atrás mientras las escamas plateadas centelleaban bajo la luz dorada del sol. Veinte minutos... o veinte años. Habían vuelto a los viejos tiempos. Dos alumnos del instituto, sentados uno al lado del otro, conversando, bebiendo y lanzando los anzuelos como si el mundo colgara de sus hilos.

—¿A cuánto se paga la libra de una carpa como ésta? —preguntó Liu, que ahora sostenía otra en las manos.

—Yo diría que por lo menos a treinta yuanes.

—Ya tengo más de cuatro libras. Suman unos cien yuanes, ¿no? —dijo Liu—. Llevamos aquí sólo una hora y lo que he pescado vale más que el salario de una semana.

—¿Bromeas? —exclamó Gao mientras le quitaba el anzuelo a una perca—. ¡Un ingeniero nuclear de tu reputación!

—Es la pura verdad. Debería haberme dedicado a la pesca en la región al sur del río Yangtsé. —Liu meneaba la cabeza—. En Qinghai, a veces pasábamos meses sin probar el pescado.

Liu había vivido veinte años en una región desértica donde los campesinos locales seguían una venerable tradición que consistía en servir un pescado tallado en madera para celebrar la Fiesta de Primavera. El carácter chino para la palabra «pez» también puede significar «excedente», un signo de suerte para el nuevo año. Quizá habían olvidado su sabor, pero no la tradición.

—No me lo puedo creer —se indignó Gao—. El gran científico que fabrica bombas nucleares gana menos que un insignificante vendedor ambulante de huevos cocidos en té. ¡Es una vergüenza!

—Así es la economía de mercado —añadió Liu—. El país cambia, y cambia en la dirección correcta. La gente vive mejor.

—Pero es una injusticia..., quiero decir, en tu caso.

—Bueno, actualmente no puedo quejarme demasiado. ¿Puedes imaginarte por qué no te escribí durante los años de la Revolución Cultural?

—No, ¿por qué?

—Me acusaron de intelectual burgués y me encarcelaron durante un año entero. Incluso después de ser liberado, seguí siendo un personaje «políticamente turbio», de manera que no quise comprometerte.

—Lamento mucho lo que me cuentas —dijo Gao—, pero tendrías que haberme informado. En realidad, debería habérmelo imaginado al ver que me devolvían las cartas.

—Todo eso ya pasó —replicó Liu—. Aquí estamos de nuevo, juntos, pescando y desquitándonos de los años perdidos.

—¿Sabes? —dijo Gao, deseoso de cambiar de tema—, tenemos bastante para preparar una buena sopa.

—Una sopa deliciosa, sí... ¡Mira, ha picado otro! —exclamó Liu y comenzó a tirar del hilo que traía una perca—. ¡Mide casi treinta centímetros!

—Mi esposa no es una mujer muy instruida, pero sabe cocinar excelentes sopas de pescado. Con unas tajadas de tocino de Jinhua, una pizca de pimienta negra y un par de cebolletas verdes, ¡qué sopas tan sabrosas prepara!

—Tengo muchas ganas de conocerla.

—No eres un extraño para ella. Ha visto muchas veces una foto tuya.

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