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Rafael Sánchez Ferlosio - La hija de la guerra y la madre de la patria

Aquí puedes leer online Rafael Sánchez Ferlosio - La hija de la guerra y la madre de la patria texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2002, Editor: ePubLibre, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Rafael Sánchez Ferlosio La hija de la guerra y la madre de la patria

La hija de la guerra y la madre de la patria: resumen, descripción y anotación

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Este volumen misceláneo contiene dos modalidades. El ensayo propiamente dicho se agrupa en los bloques “Pedagogos pasan, al infierno vamos” y “Campo de Marte”. Entre ambos se suceden casi 130 artículos denominados “pecios”. Los ensayos tratan de asuntos variados, algunos frecuentes en el escritor (la guerra o la lengua) y otros más ocasionales y apegados a conflictos de actualidad. En todos los casos, Ferlosio opina con gran desenvoltura y despreciando la prudencia que lastra las manifestaciones de los intelectuales en este fin de siglo políticamente correcto, y a veces lo hace con mucha originalidad.

No faltan en los ensayos las opiniones llamativas. Así, sostiene que el programa de televisión “Tómbola” es bastante más inofensivo que el de Teresa Campos, “Día a día”, “dechado de sentido común, vulgaridad y mala educación”. El verdadero alcance del talante polemista de los ensayos no se resume en juicios como éste, sino en su voluntad de afrontar problemas serios de la vida cotidiana. Y de buscar soluciones. Por ejemplo, Ferlosio aborda algunos aspectos de la educación. Explica que, contra lo que suele creerse, lo público está siendo invadido por lo privado en la enseñanza y denuncia la “onfaloscopia” o empobrecedora manía de mirarse el ombligo que impregna los contenidos de las materias escolares.

También echa su cuarto a espadas en la didáctica de la historia. Acerca de cómo debe enseñarse, defiende Ferlosio un sistema tan revolucionario como inviable: sustituir los libros de texto por monografías. Su propuesta la apoya en una sugerencia concreta, estudiar un ensayo de Humboldt sobre México. Desde una actitud marginal como la que Ferlosio adopta, caben esta o cualquier otra propuesta. No es la letra de estas páginas lo que cuenta, sino su propósito de cuestionar la inercia y estimular el debate. Aunque parece poco probable que de este unamuniano papel de “excitator Hispaniae” asumido por Ferlosio salga algo práctico, ha de celebrarse esta función iconoclasta del intelectual, que cada día resulta más rara. Ferlosio anda, dicho en broma, entre Pepito Grillo y Savonarola, y sus ensayos rezuman inquietud moral. Lo mismo ocurre, aunque con otro tono, en los “pecios”. Tal término designa, según los diccionarios, los restos de las naves que naufragaban. Esta etiqueta irónica se utiliza para denominar unas piezas muy breves que comparten algo del aforismo, la concentración gracianesca y hasta la greguería. El propio autor alerta con humorístico despegue de la falsa profundidad del pensamiento condensado en sus artículos.

Los pecios tienen variedad temática y de tono. Unos cuantos llaman la atención por salirse de la tónica común y rozar el lirismo; y uno tiene el aspecto de un auténtico cuento. En la mayor parte predomina una actitud discursiva que oscila de la aporía al silogismo y se inclinan a la formulación sintética y a veces lapidaria. En pocas líneas Ferlosio resume su interpretación de hechos concretos y cotidianos en un juicio moral, anticonvencional, puede que caprichoso y nunca vulgar.

La vida actual no parece gustarle mucho al autor de El Jarama y, en conjunto, asoma la oreja el detractor de la modernidad. Sublevado por el imperio del tópico, y consagrado a la reflexión como a un ministerio sagrado, bromea e increpa. Y lo hace con un estilo peculiar, gustoso en ocasiones de la frase amplia y laberíntica, de la paradoja, del exotismo gráfico o del arcaísmo (complugo). Y también mostrando sin reservas un perfil entre simpático, arbitrario e impertinente.

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Este volumen misceláneo contiene dos modalidades El ensayo propiamente dicho - photo 1

Este volumen misceláneo contiene dos modalidades. El ensayo propiamente dicho se agrupa en los bloques “Pedagogos pasan, al infierno vamos” y “Campo de Marte”. Entre ambos se suceden casi 130 artículos denominados “pecios”. Los ensayos tratan de asuntos variados, algunos frecuentes en el escritor (la guerra o la lengua) y otros más ocasionales y apegados a conflictos de actualidad. En todos los casos, Ferlosio opina con gran desenvoltura y despreciando la prudencia que lastra las manifestaciones de los intelectuales en este fin de siglo políticamente correcto, y a veces lo hace con mucha originalidad.

No faltan en los ensayos las opiniones llamativas. Así, sostiene que el programa de televisión “Tómbola” es bastante más inofensivo que el de Teresa Campos, “Día a día”, “dechado de sentido común, vulgaridad y mala educación”. El verdadero alcance del talante polemista de los ensayos no se resume en juicios como éste, sino en su voluntad de afrontar problemas serios de la vida cotidiana. Y de buscar soluciones. Por ejemplo, Ferlosio aborda algunos aspectos de la educación. Explica que, contra lo que suele creerse, lo público está siendo invadido por lo privado en la enseñanza y denuncia la “onfaloscopia” o empobrecedora manía de mirarse el ombligo que impregna los contenidos de las materias escolares.

También echa su cuarto a espadas en la didáctica de la historia. Acerca de cómo debe enseñarse, defiende Ferlosio un sistema tan revolucionario como inviable: sustituir los libros de texto por monografías. Su propuesta la apoya en una sugerencia concreta, estudiar un ensayo de Humboldt sobre México. Desde una actitud marginal como la que Ferlosio adopta, caben esta o cualquier otra propuesta. No es la letra de estas páginas lo que cuenta, sino su propósito de cuestionar la inercia y estimular el debate. Aunque parece poco probable que de este unamuniano papel de “excitator Hispaniae” asumido por Ferlosio salga algo práctico, ha de celebrarse esta función iconoclasta del intelectual, que cada día resulta más rara. Ferlosio anda, dicho en broma, entre Pepito Grillo y Savonarola, y sus ensayos rezuman inquietud moral. Lo mismo ocurre, aunque con otro tono, en los “pecios”. Tal término designa, según los diccionarios, los restos de las naves que naufragaban. Esta etiqueta irónica se utiliza para denominar unas piezas muy breves que comparten algo del aforismo, la concentración gracianesca y hasta la greguería. El propio autor alerta con humorístico despegue de la falsa profundidad del pensamiento condensado en sus artículos.

Los pecios tienen variedad temática y de tono. Unos cuantos llaman la atención por salirse de la tónica común y rozar el lirismo; y uno tiene el aspecto de un auténtico cuento. En la mayor parte predomina una actitud discursiva que oscila de la aporía al silogismo y se inclinan a la formulación sintética y a veces lapidaria. En pocas líneas Ferlosio resume su interpretación de hechos concretos y cotidianos en un juicio moral, anticonvencional, puede que caprichoso y nunca vulgar.

La vida actual no parece gustarle mucho al autor de El Jarama y, en conjunto, asoma la oreja el detractor de la modernidad. Sublevado por el imperio del tópico, y consagrado a la reflexión como a un ministerio sagrado, bromea e increpa. Y lo hace con un estilo peculiar, gustoso en ocasiones de la frase amplia y laberíntica, de la paradoja, del exotismo gráfico o del arcaísmo (complugo). Y también mostrando sin reservas un perfil entre simpático, arbitrario e impertinente.

Rafael Sánchez Ferlosio La hija de la guerra y la madre de la patria ePub r10 - photo 2

Rafael Sánchez Ferlosio

La hija de la guerra y la madre de la patria

ePub r1.0

Titivillus 24.08.15

Título original: La hija de la guerra y la madre de la patria

Rafael Sánchez Ferlosio, 2002

Retoque de cubierta: Titivillus

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

A Milagros Cortés Encinas y a Jesús Domínguez Domínguez I Pedagogos pasan al - photo 3

A Milagros Cortés Encinas y a Jesús Domínguez Domínguez

I

Pedagogos pasan, al infierno vamos

1

Borriquitos con chándal

§1. (Estado de la cuestión) Parece que sigue estando en discusión la dualidad entre enseñanza pública y enseñanza privada. Al distinguir la segunda con la sola determinación de «privada» se pasa en silencio el rasgo en que habría que haber puesto antes el acento: «de pago». Como tal discusión se ha centrado en la reivindicación del derecho de la libertad de enseñanza, se ha dejado de lado este factor principal: que los papás y mamás que reclaman la libertad de elegir para sus hijos la enseñanza que crean conveniente tienden a mandarlos «a colegios de pago». Sólo los de mi ya avanzada edad recordarán el enorme valor que tenía la fórmula «Un muchacho educado en los mejores colegios de pago», como una credencial cotizadísima no sólo para lograr un puesto sino incluso para contraer matrimonio. La diferencia está en que mientras hoy hay muchos colegios de pago, y que pueden por tanto contratar profesores más caros, que están en manos de laicos, en mis tiempos casi todos los colegios de pago eran de religiosos. Y esta diferencia aparejaba, además, lo siguiente: un colegio de jesuitas, por ejemplo, sacaba todos sus profesores, salvo raras excepciones, de la propia Compañía de Jesús; profesores, que, al estar sometidos al voto de pobreza, no recibían remuneración alguna, de modo que los colegios de pago de los jesuitas, por mucho que la Compañía se reservase un mayor o menor porcentaje de ganancia para las atenciones y finalidades de la propia institución, podían mantener los precios a un nivel por lo menos relativamente bajo, aparte de admitir un cierto número de becarios. Conozco algún ingeniero becario del ICAI que guarda un gran recuerdo de gratitud por el comportamiento y las atenciones que tuvieron con él los jesuitas. Por otra parte, estaría muy equivocado el que pensara que aquellos profesores jesuitas, sin salario alguno, fuesen mínimamente incompetentes en sus asignaturas respectivas; por el contrario, yo mismo, habiendo estudiado cuatro años en el internado de Villafranca de los Barros, puedo dar fe de la excelente calidad académica que en todas las asignaturas exigían y lograban los jesuitas de su profesorado. (Lo cual, por lo demás, pertenece a la gran tradición de la Compañía de Jesús, que desde su fundación cuidó de manera insuperable el saber de sus profesores, y al prestigio académico de sus aceleradamente crecientes fundaciones escolares se debió el inmenso papel de recuperación católica que se le reconoce en la Contrarreforma; recuperación de elites, desde luego, pero no por vanidad mundana, sino por pensar que, dada la importancia capital de la opción religiosa de los «príncipes cristianos» y de sus cortes, había que empezar por «los de arriba»). Otro caso algo distinto era el de los colegios de pago femeninos de las monjas del Sagrado Corazón, cuyos estatutos obligaban a admitir una becaria por cada niña de pago que tuviesen, de manera que la matrícula de cada niña rica costeaba a la vez la enseñanza de una niña pobre. Hasta aquí todo muy monamente cristiano, salvo que la segunda parte era que las alumnas pobres, vulgarmente designadas como «las gratuitas», traían unas baritas de rayadillo muy modestas frente a los elegantes e impolutos uniformes azules de «las de pago», entraban y salían por otra puerta diferente y no recibían, desde luego, las mismas enseñanzas: tal vez un barnizado de «cultura general», contabilidad para dependientas de comercio, acaso mecanografía y taquigrafía o bien costura a máquina y corte y confección… no querría ser calumnioso, pero parece que la idea era la de prepararlas para los oficios o empleos «propios de su clase», a lo que hay que alegar que las grandes diferencias de clase y económicas no las habían inventado aquellas monjas, sino que están ya en la estratificación, casi fosilizada, de nuestras sociedades, y ellas sabían que las familias pobres necesitan que sus hijos —hijas, en este caso— se pongan a ganar un sueldo lo más pronto posible.

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