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Rosa Montero - Historias de mujeres

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Rosa Montero Historias de mujeres
  • Libro:
    Historias de mujeres
  • Autor:
  • Editor:
    Alfaguara
  • Genre:
  • Año:
    2010
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Historias de mujeres: resumen, descripción y anotación

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En 2014 Alfaguara cumple cincuenta años Desde su fundación en octubre de 1964 - photo 1

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En 2014 Alfaguara cumple cincuenta años. Desde su fundación en octubre de 1964 en el número 54 de la madrileña calle de Ríos Rosas, nuestra labor editorial ha perseguido siempre un objetivo: publicar la mejor narrativa salvando las fronteras; pensar la literatura como una patria común, rica y diversa. El resultado es un catálogo formado por más de 5000 títulos procedentes de países y lenguas muy distintas.

Esta ha sido una apuesta rigurosa, sostenida en el tiempo con perseverancia y entusiasmo, en la que nos hemos mantenido sensibles a las necesidades de los autores y al gusto de lectores.

La industria editorial está sufriendo cambios estructurales y, por tanto, la manera de enfocar nuestra actividad también debe cambiar, pero sin perder de vista que el fin último de nuestro quehacer sigue siendo el mismo: poner un libro en las manos de un lector.

Alfaguara ha sido construida con el trabajo de mucha gente. Va nuestra gratitud a todos ellos: editores, traductores, agentes literarios, periodistas, autores. Pero, sobre todo a los libreros y a los lectores.

Para celebrar con todos ellos nuestro aniversario hemos seleccionado cincuenta grandes títulos de nuestro catálogo que ofreceremos durante este año a un precio muy especial.

Una selección de la mejor literatura al alcance de todos, para festejar nuestro cumpleaños diciendo: ¡Gracias!

Índice Para mis amigas todas esas mujeres que han sido y son importantes para - photo 3

Índice

Para mis amigas, todas esas mujeres que han sido y son importantes para mí: para Reyes, Macu y Gabi; para Carmen, para la otra Carmen, para Olga; para Malén, Ángeles, Solete y las dos Soles; para Virginia, Ingrid y Ximena; para Isabel y María José; para algunas más a las que trato menos pero también quiero, como Ana Cristina, Nuria o Marisé. Y, por supuesto, para Nativel, con mis disculpas.

Para las compañeras de la infancia y de la primera juventud a quienes ya no veo: Mari Tere, Ofelia, Alicia, María José, Begoña, Pili, Pilar, Fátima, María.

En memoria de las que ya se fueron: Monserrat, María Luisa y Carmina.

Y, sobre todo, para todas aquellas que se van a enfurruñar por no estar en la lista.

Introducción
LA VIDA INVISIBLE

Desde hace un par de siglos, los humanos hemos empezado a cuestionarnos por qué las sociedades diferenciaban de tal modo a hombres y mujeres en cuanto a jerarquía y a funciones. Alguna hembra especialmente intrépida ya se había planteado esas preguntas antes, como, por ejemplo, la francesa Christine de Pisan, que escribió en 1405 La Cité des Dames (La Ciudad de las Damas); pero tuvieron que llegar el positivismo y la muerte definitiva de los dioses para que los habitantes del mundo occidental desdeñaran la inmutabilidad del orden natural y comenzaran a preguntarse masivamente el porqué de las cosas, curiosidad intelectual que por fuerza hubo de incluir, pese a la resistencia presentada por muchos y muchas, los numerosos porqués relativos a la condición de la mujer: distinta, distante, subyugada.

Y en realidad aún no hay una respuesta clara a esas preguntas: cómo se establecieron las jerarquías, cuándo sucedió, si siempre fue así. Se han acuñado teorías, ninguna de ellas suficientemente demostrada, que hablan de una primera etapa de matriarcado en la humanidad. De grandes diosas omnipotentes, como la Diosa Blanca mediterránea que describe Robert Graves. Tal vez no fuera una etapa de matriarcado, sino simplemente de igualdad social entre los sexos, con dominios específicos para unas y otros. La mujer paría, y esa asombrosa capacidad debió de hacerla muy poderosa. Las venus de la fertilidad que nos han llegado desde la prehistoria (como la de Willendorf: gorda, oronda, deliciosa) hablan de ese poder, así como las múltiples figuras femeninas posteriores, fuertes diosas de piedra del neolítico.

Engels sostenía que la supeditación de la mujer se originó al mismo tiempo que la propiedad privada y la familia, cuando los humanos dejaron de ser nómadas y se asentaron en poblados de agricultores; el hombre, dice Engels, necesitaba asegurarse unos hijos propios a los que pasar sus posesiones, y de ahí que controlara a la mujer. A mí se me ocurre que tal vez el don procreador de las hembras asustara demasiado a los varones, sobre todo cuando se convirtieron en campesinos. Antes, en la vida errante y cazadora, el valor de ambos sexos estaba claramente establecido: ellas parían, amamantaban, criaban; ellos cazaban, defendían. Funciones intercambiables en su valor, fundamentales. Pero después, en la vida agrícola, ¿qué hacían los hombres de específico? Las mujeres podían cuidar la tierra igual que ellos, o quizá, desde un punto de vista mágico, aún mejor, porque la fertilidad era su reino, su dominio. Sí, resulta razonable pensar que debían de verlas demasiado poderosas. Tal vez el afán masculino de control haya nacido de este miedo (y de la ventaja de ser más fuertes físicamente).

Ese recelo hacia el poder de las mujeres se advierte ya en los mitos primeros de nuestra cultura, en los relatos de la creación del mundo, que por un lado se esfuerzan en definir el papel subsidiario de las hembras pero que al mismo tiempo nos otorgan una capacidad para hacer daño muy por encima de nuestro lugar de segundonas. Eva pierde a Adán y a toda la humanidad por dejarse tentar por la serpiente, y lo mismo hace Pandora, la primera mujer según la mitología griega, creada por Zeus para castigar a los hombres: el dios da a Pandora un ánfora llena de desgracias, jarra que la mujer destapa movida por su irrefrenable curiosidad femenina, liberando así todos los males. Estos dos cuentos primordiales presentan a la hembra como un ser débil, atolondrado y carente de juicio. Pero por otro lado la curiosidad es un ingrediente básico de la inteligencia, y es la mujer quien posee en estos mitos el atrevimiento de preguntarse qué hay más allá, el afán de descubrir lo que está oculto. Además, los males que traen Eva y Pandora al mundo son la mortalidad, la enfermedad, el tiempo, condiciones que forman la sustancia misma de lo humano, de modo que en realidad la leyenda les adjudica un papel agridulce pero inmenso como hacedoras de la humanidad.

Más fascinante aún es la historia de Lilit. La tradición judía cuenta que Eva no fue la primera mujer de Adán, sino que antes existió Lilit. Y esta Lilit quiso ser igual que el hombre: le indignaba, por ejemplo, que la forzaran a hacer el amor debajo de Adán, una postura que le parecía humillante, y reclamaba los mismos derechos que el varón. Adán, aprovechándose de su mayor fuerza física, intentó obligarla a obedecer, pero entonces Lilit le abandonó. Fue la primera feminista de la Creación, pero sus moderadas reivindicaciones eran por supuesto inadmisibles para el dios patriarcal de la época, que convirtió a Lilit en una diabla mataniños y la condenó a padecer la muerte de cien de sus hijos cada día, horrendo castigo que emblematiza a la perfección el poder del macho sobre la hembra. Y es que tal vez en el mito de Lilit subyazca la memoria olvidada de ese posible tránsito entre un mundo antiguo no sexista (con mujeres tan fuertes y tan independientes como los hombres) y el nuevo orden masculino que se instauró después.

El hecho, en fin, es que las mujeres han sido ciudadanos de segunda clase durante milenios, tanto en Oriente como en Occidente, en el Norte como en el Sur. El infanticidio por sexo (matar a las niñas recién nacidas porque son una carga no deseada, al contrario que el codiciado hijo varón) ha sido una práctica extendidísima y habitual en toda la historia, desde los romanos a los chinos o los egipcios, y aún hoy se practica más o menos abiertamente en muchos países del llamado Tercer Mundo. Lo que da una idea del escaso valor que se daba a la mujer, que ya venía al mundo con el desconsuelo fundamental de no haber sido ni tan siquiera deseada.

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