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Eduardo Ortega y Gasset - Annual

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Eduardo Ortega y Gasset Annual

Annual: resumen, descripción y anotación

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Cuando en julio de 1921 llegan a Madrid las primeras noticias de los sucesos de Annual, el diputado y periodista Eduardo Ortega y Gasset viaja rápidamente a Melilla para cubrir la guerra. Allí conoce al soldado madrileño Bernabé Nieto, que ha sobrevivido a la masacre (en la que morirían más de diez mil españoles) y relata al reportero su horrible experiencia, lo que se refleja en la primera mitad de esta obra.

En la segunda el autor, político, pero también auténtico corresponsal de guerra, nos narra las operaciones para recuperar el territorio perdido en unas crónicas en las que aparecen personajes como Franco, Sanjurjo, Abd-el-Krim, Millán Astray, Indalecio Prieto, Cabanilles. Esta obra del mayor de los Ortega se encontraba inédita desde su publicación en 1922.

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Abd-el-Krim

ABD-EL-KRIM

HISTORIA DE UNA ADHESIÓN Y UNA ENEMISTAD

Es de un gran interés conocer las cualidades del enemigo. Independientemente de la legítima curiosidad del público, de la que quisiéramos ser fieles servidores, es posible que ante la figura de Abd-el-Krim, sus andanzas por la zona melillense, la amistad que durante mucho tiempo mantuvo con los españoles y presentar las causas que produjeron su hostil enojo, el lector tenga, en más de un momento, que echarse las manos a la cabeza y exclamar: «¿Pero así se comprometen intereses tan delicados? ¿A eso se apellida política marroquí?».

Nuestro adversario, el actual jefe de la jarka, se llama Abd-el-Krim-ben-Mohamed-el-Jabati. Nació en el poblado de Agadir-Aaif-Jusef-u-Ali, enclavado en la extensa y populosa kabila de Beniurriaguel. Su padre, que ha muerto muy anciano, hace pocos meses, era el jefe del poblado. Conviene distinguir entre esa jefatura y la de la kabila entera. En la organización patriarcal, y muchas veces secular, de estos montañeses, cada núcleo de casas, por pequeño que sea, tiene un jefe. No siempre se destaca entre ellos, sin embargo, un jefe de toda la kabila.

La selvática individualidad de los bereberes no suele tolerar esa superior disciplina más que en el caso de que los acontecimientos o el prestigio de las victorias o de la fuerza lo impongan. Los asuntos que a la kabila en general afectan, en sus relaciones de vecindad con las otras, suelen decidirlos, reunidos, los jefes del poblado.

Abd-el-Krim, que tiene, según los datos existentes en la oficina de Policía indígena, treinta y cinco años, es de mediana estatura, y su faz ofrece el aspecto cauteloso de un campesino. Es, sin embargo, hombre de positiva cultura. Estudió Derecho musulmán en Fez. Por lo tanto, su profesión es la de abogado y no la de guerrero.

Después de terminar su educación, y hablando ya correctamente el castellano, vino a Melilla en el año 1909, colocado en la oficina indígena como kadi, esto es, juez para las cuestiones criminales que entre los moros surgiesen. Demostró su clara inteligencia en el desempeño de esa función, y en el año 1914 fue ascendido a kadi-koda, o sea juez de jueces, estilo de magistratura superior, que decide las alzadas y recursos.

Durante todo este período su autoridad en la zona de Melilla era grande. He hablado aquí con muchas personas que frecuentaron su trato y todas manifiestan que era inteligente y agradable y que demostraba siempre verdadera adhesión a la causa de España, de cuyo protectorado esperaba el mejoramiento y cultura de sus paisanos. Mostraba gran afición a asistir a asambleas o reuniones, en que pedía siempre la palabra y expresaba sus opiniones con gran claridad. También era inclinado al periodismo. Durante largo tiempo colaboró en El Telegrama del Rif, en el cual redactaba una sección en árabe.

Envió a España, para que hiciese sus estudios de ingeniero de Minas, a un hermano suyo, con el que le confundieron en las primeras informaciones periodísticas, lo cual hizo creer que el caudillo de la jarka había vivido en Madrid.

Todos estos datos, su cultura, que le inclinaba, con los fuertes lazos del espíritu, hacia Europa, hacen pensar en que hasta ese instante su lealtad a la causa del protectorado era sincera.

Pronto, sin embargo, iban a envenenarse sus relaciones con nosotros. Según los elementos de juicio que hasta ahora tengo, que he de completar aún más porque el asunto merece ser escudriñado, se hizo cargo de la dirección de la Oficina indígena, en el año 1917, el coronel D. Juan Gil y Gil. Este señor parece que revolvió un tanto los delicados asuntos de política y la trabazón de intereses personales allí creados.

Tómase como vitanda y desleal una opinión expresada por Abd-el-Krim, según la que era defensor y partidario de la acción española porque al traer a esta comarca gérmenes de cultura y progreso abría el camino para que su raza saliese de la rutinaria paralización en que vivía desde siglos, pudiendo acaso, en un porvenir remoto, ser una nación.

A nosotros, y con perdón de quienes entonces se alarmasen, nos parece que si lo llamado política marroquí es algo más que una faramalla, sería difícil encontrar una fórmula más hábil ni más exacta para ejercitarla. No es ella, sino un desarrollo y una expresión de cuanto en la jerga diplomática supone nuestro protectorado en esta zona. Según mis comunicantes, sin embargo, el Sr. Gil y Gil se sintió preocupado, y el kadi-koda comenzó a experimentar frialdades y molestias. Un incidente grave enredó ya las cosas diabólicamente. Abd-el-Krim hacía ostentación de germanofilia.

Discutía cual tantos españoles en la mesa del café sobre los tremendos choques de la guerra europea, y como detalle curioso que expresaba sus simpatías, diremos que colgaba de su cadena un dije que representaba un minúsculo casco prusiano.

Aunque el origen de la iniciativa no está claro, se dice que, atendiendo a reclamaciones de la diplomacia francesa, el ministerio de Estado ordenó que fuese encarcelado y previamente desposeído de su cargo. En este momento no dispongo del calendario de nuestros ministros, pues casi como el santoral varían, e ignoro a quién corresponde la funesta responsabilidad de esa medida. Celebro, por otra parte, que así sea, porque de tal suerte el comentario que merezca no podrá ser tachado de personalista ni parcial.

Fue, en consecuencia, detenido en el fuerte de Rostrogordo, juntamente con otros muchos acusados de haber pertenecido a la jarka de Abd-el-Malek, que es el caudillo que dirige la guerra en la zona francesa.

A los pocos meses de su encierro intentó Abd-el-Krim fugarse y se descolgó de las tapias del fuerte; pero el golpe fue tan grande que se rompió una pierna. Los centinelas le encontraron y de nuevo volvió a su prisión. El médico, solícitamente, procuró curarle. La fractura era sencilla y habría quedado bien. Pero el odio había germinado ya en el corazón del moro, y con la extrema virulencia de estos temperamentos no quería de los cristianos ni la salud.

No consintió, pues, que lo curasen, y por eso es cojo, con cojera que le obliga a caminar muy difícilmente y con ninguna marcialidad guerrera. Tal es, por lo tanto, el adalid de la temible jarka: ¡un abogado cojo!

Terminó la guerra europea. Entonces fue puesto en libertad, y por gestiones muy hábiles y bien intencionadas, en el sentido de que se le aplacasen las iras y naciera nuevamente la amistad en el vejado Abd-el-Krim, fue reintegrado en el cargo de kadi-koda.

Pero ello fue estéril. Ya no eran para él los mismos melillenses, y su expresión, de cordial y simpática, se convirtió en hosca y cerrada. Se aisló de sus viejas relaciones, ante las que se sentía humillado, y pronto abandonó esta ciudad con el pretexto de ir a visitar a su padre enfermo.

Llamó a su hermano, que, como hemos dicho, estaba en Madrid, y comenzó a organizar la jarka, diciendo, con cautela muy de su profesión, que sólo tenía fines defensivos ante los avances de las tropas españolas.

Como su padre, por sus muchos años, no estaba útil para los asuntos, fue en su lugar nombrado jefe del poblado, y por su prestigio entre los moros y la superioridad que su cultura le daba fue pronto jefe de la jarka en formación.

No obstante, su mentalidad ni su carácter poco belicoso le llevaban a iniciar acciones ofensivas.

Por conducto de una entidad muy importante de Melilla, entabló una negociación con el general Silvestre para continuar siendo amigo de España, aun después del grave accidente de la posición del monte Abarrán, en la que, con verdadera heroicidad y no como la que a veces se prodiga en letras de molde, murió Salafranca. Decía Abd-el-Krim:

—Lo ocurrido en Abarrán ha sido contra mi deseo. Los turbulentos de la jarka lo han hecho contra mi voluntad Aún es tiempo de que reanudemos la amistad, borrando este hecho.

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