Annotation
En estos `Estudios sobre el amor`, la palabra ideal es la intersección de lo sentimental, lo ético y lo estético. Hay tantos ideales como cosas, y no son, por tanto, privativos de los seres humanos. Luego las cosas y los demás no son tampoco ciegos, saben lo que quieren, y el amor consiste en la perspicacia misma que descubre ese querer de ellas y de los demás. Es entonces cuando se trata de un amor auténtico. Estos son raros. Pero, cuando esto sucede, se puede decir con el poeta: Tú eres mi mejor yo. Esta edición limitada al propio `Estudios sobre el amor`, publicado inicialmente en Buenos Aires en 1939, se convertiría en uno de los libros más difundidos y estudiados de Ortega y Gasset.
ESTUDIOS SOBRE EL AMOR
ORTEGA Y GASSET
REVISTA DE OCCIDENTE
NOTA PRELIMINAR
El libro Estudios sobre el amor se publicó inicialmente en 1939 y en Buenos Aires. A los ensayos que llevan ese título (de 1926 y 1927) agregó entonces Ortega otros de tema afín, pero en las sucesivas y numerosas reediciones del libro esa segunda parte experimentó cambios por incluirse o extraerse de la misma algunos de ellos. En esta nueva edición, además de los estudios que originaron el libro —los titulados «Facciones del amor», «Amor en Stendhal» y «La elección en amor»—, he incluido otros artículos y ensayos (de fechas precedente y posterior) en los que converge la doble circunstancia de la afinidad temática y de no formar parte de los otros libros de Ortega que aparecerán en esta misma colección. Su contenido es el más completo y extenso de los publicados bajo este título, y, por primera vez, alberga los ensayos denominados «El manifiesto de Marcela», «La poesía de Ana de Noailles» y «Meditación de la criolla».
La presencia del tema en la obra del autor no es, ciertamente, azarosa. Su pensamiento central es la consideración de la vida humana entendida como realidad radical; pero lo humano aparece condicionado por el hecho de ser, en su raíz, dual, viril y femenino. Y la amplia cuestión tratada en estas páginas es, en rigor, cuanto se origina directamente en esa división básica. Quizá no sea ocioso advertir que se trata de uno de los caracteres más decisivos en la vida de la humanidad, pero menos frecuentados por la meditación, por tanto, más urgentes que un pensador debe afrontar. Así, en otras páginas suyas —en El Espectador, I— escribía Ortega: «Abrigo la creencia de que nuestra época va a ocuparse del amor un poco más seriamente que era uso... Desde todos los tiempos ha sido lo erótico sometido a un régimen de ocultación. El Espectador se resiste a aceptar que en el espectáculo de la vida haya departamentos prohibidos. Hablaremos, pues, a menudo de estas cosas, las únicas en que Sócrates se declaraba especialista.».
Así pues; puede afirmarse que el propósito de Ortega en todas estas páginas responde al título de otro de sus estudios sobre el tema: «Para la cultura del amor» (incluido en El Espectador, 11). Pese al incomparable relieve que la aventura amorosa tiene siempre es bien poco lo que sobre el amor se sabe. No hay, todavía, una cultura del amor, aunque ningún afán suelta tanto la palabra ni solicita con tal vehemencia el consejo. Y esta escandalosa incultura es causa inequívoca de muchos desajustes y zozobras del mundo contemporáneo.
Con reiteración e insistencia, desde sus escritos juveniles hasta los de madurez, Ortega ha cumplido su proyecto de ocuparse extensamente del magno tema. Una antología que seleccione cuanto el autor ha escrito sobre el asunto en su vasta obra requiere muchas páginas. Pero en esta nueva edición de los Estudios sobre el amor, en la que el texto se ha revisado y cotejado con los originales, se contienen los ensayos más conclusos y sustanciales para iniciarnos en la deseada «cultura del amor».
PAULINO GARAGORRI.
ESTUDIOS SOBRE EL AMOR
FACCIONES DEL AMOR
Hablemos del amor, pero comencemos por no hablar de «amores». «Los amores» son historias más o menos accidentadas que acontecen entre hombres y mujeres. En ellas intervienen factores innumerables que complican y enmarañan su proceso hasta el punto que, en la mayor parte de los casos, hay en los «amores» de todo menos eso que en rigor merece llamarse amor. Es de gran interés un análisis psicológico de los «amores» con su pintoresca casuística; pero mal podríamos entendemos si antes no averiguamos lo que es propia y puramente el amor. Además, fuera empequeñecer el tema reducir el estudio del amor al que sienten, unos por otros, hombres y mujeres. El tema es mucho más vasto, y Dante creía que el amor mueve el sol y las otras estrellas.
Sin llegar a esta ampliación astronómica del erotismo, conviene que atendamos al fenómeno del amor en toda su generalidad. No sólo ama el hombre a la mujer y la mujer al hombre, sino que amamos el arte o la ciencia, ama la madre al hijo y el hombre religioso ama a Dios. La ingente variedad y distancia entre esos objetos donde el amor se inserta nos hará cautos para no considerar como esenciales al amor atributos y condiciones que más bien proceden de los diversos objetos que pueden ser amados.
Desde hace dos siglos se habla mucho de amores y poco del amor. Mientras todas las edades, desde el buen tiempo de Grecia, han tenido una gran teoría de los sentimientos, las dos centurias últimas han carecido de ella. El mundo antiguo se orientó primero en la de Platón; luego, en la doctrina estoica. La Edad Media aprendió la de Santo Tomás y de los árabes; el siglo XVII estudió con fervor la teoría de las pasiones de Descartes y Spinoza. Porque no ha habido gran filósofo del pretérito que no se creyese obligado a elaborar la suya. Nosotros no poseemos ningún ensayo, en grande estilo, de sistematizar los sentimientos. Sólo recientemente los trabajos de Pfánder y Scheler vuelven a movilizar el asunto. Y en tanto, nuestra alma se ha hecho cada vez más compleja y nuestra percepción más sutil.
De aquí que no nos baste alojamos en esas antiguas teorías afectivas. Así, la idea que Santo Tomás, resumiendo la tradición griega, nos da del amor es, evidentemente, errónea. Para él, amor y odio son dos formas del deseo, del apetito o lo concupiscible. El amor es el deseo de algo bueno en cuanto bueno —concupiscibile circa bonun—; el odio, un deseo negativo, una repulsión de lo malo en cuanto tal —concupiscibile circa malum. Se acusa aquí la confusión entre los apetitos o deseos y los sentimientos, que ha padecido todo el pasado de la psicología hasta el siglo XVIII; confusión que volvemos a encontrar en el Renacimiento, si bien transportada al orden estético. Así, Lorenzo el Magnifico, dice que l'amore e un oppetito di bellezza.
Pero esta es una de las distinciones más importantes que necesitamos hacer para evitar que se nos escape entre los dedos lo específico, lo esencial del amor. Nada hay tan fecundo en nuestra vida íntima como el sentimiento amoroso; tanto, que viene a ser el símbolo de toda fecundidad. Del amor nacen, pues, en el sujeto muchas cosas: deseos, pensamientos, voliciones, actos; pero todo esto que del amor nace como la cosecha de una simiente, no es el amor mismo; antes bien, presupone la existencia de éste. Aquello que amamos, claro está que, en algún sentido y forma, lo deseamos también; pero, en cambio, deseamos notoriamente muchas cosas que no amamos, respecto a las cuales somos indiferentes en el plano sentimental. Desear un buen vino no es amarlo; el morfinómano desea la droga al propio tiempo que la odia por su nociva acción.