Copyright de la presente edición: © 2022 Ediciones Nowtilus, S.L.
Decía Aristóteles que «una vida no examinada no merece la pena ser vivida», puesto que vivir implicaba necesariamente «ser consciente» de que se está viviendo, reflexionar con hondura acerca del hecho mismo; pues bien, no parece descabellado, trasladar esta lucidez al ámbito de la lengua: «una lengua no examinada no merece la pena ser hablada». Aunque no nos expresamos de manera exclusiva mediante la lengua, sí pensamos con, mediante, a través de, por ella; construimos nuestra relación con el mundo, la manera de interpretarlo -y de habitarlo- con la lengua; expresamos nuestras ideas y sentimientos, sobre todo cuando son complejos, a través de la lengua. Sin embargo, la lengua no puede ser un mero código, un simple código, un recipiente; la lengua no se limita a codificar y decodificar, sin más, sino que conlleva una visión de todo lo que nos rodea, conforma nuestra manera de pensar y de sentir; de alguna forma, somos lengua. Por tanto, reflexionar sobre su naturaleza, plantearnos incógnitas, asumir retos, conocer mejor nuestra lengua se convierte en una dinámica extraordinaria para conocernos mejor a nosotros mismos.
Nadie discutiría el hecho de que nuestra manera de utilizar el idioma nos define, nos caracteriza, forma parte de la imagen que transmitimos a los demás. Aunque parecen superadas ópticas trasnochadas, que encontraban irrelevante estudiar una lengua que ya eran capaces de hablar, en la actualidad parece que aún haya una tendencia que desprecie el conocimiento sobre nuestra propia lengua, lo que supone -en verdad- despreciarnos a nosotros mismos, porque estudiar la lengua, reflexionar sobre ella lleva aparejado ahondar en lo que nos hace humanos: un pensamiento indisociablemente unido a una lengua, sin olvidar la máxima unamuniana que reza: «siente el pensamiento y piensa el sentimiento», por lo que la lengua es tanto el universo de nuestra intelectualidad como de nuestro sentir.
En fin, tienen en sus manos, queridos lectores, celebrados humanistas, un volumen que pretende estimular nuestra reflexión sobre la lengua, ahondar en su multidimensionalidad, mediante inquietudes que se ocupan de todos los terrenos de la lengua española (distribuidas en diez bloques temáticos que, a su vez, se articulan en diez preguntas cada uno más un último capítulo, de «dudas razonables», con el fin de fomentar la reflexión lingüística desde usos cotidianos de la lengua para acceder a la norma inductivamente) de una manera amable, cercana y rigurosa, aunque limitada.
Solo resta, en fin, desearles al menos una lectura que suponga la mitad del interés, el disfrute y el estímulo -además del mucho trabajo- que me ha supuesto este libro, sin olvidar (de nuevo, Unamuno) que no debemos considerar la lengua como una simple envoltura del pensamiento, sino como el pensamiento mismo.
Pasen y piensen, sientan.
El caudal léxico de vocabulario en cualquier lengua presenta vocablos que no le pertenecen y que incorpora en diferente grado. En realidad, en el devenir de una lengua resulta inevitable encontrarlos, sobre todo cuando se ocupan de referir nuevas realidades. Por tanto, en un primer acercamiento, hemos de reconocer la realidad de esta incrustación de palabras extranjeras en todas las lenguas. Sin embargo, estos préstamos pueden responder a distintos grados de adaptación y deberse a diferentes causas. Podemos, pues, entender por préstamo el proceso a través del cual una lengua toma vocabulario de otra (Quilis et al., 1999), en relación interlingüística, pero hemos de diferenciar entre aquellos vocablos que no han sufrido ningún tipo de adaptaciones (préstamos crudos o xenismos) y los que han padecido modificaciones formales y de pronunciación provenientes de la lengua receptora. Sin embargo, hay lingüistas que diferencian entre préstamo y extranjerismo, ya que consideran al primero como vocablo adaptado a la lengua receptora y al segundo como palabra que conserva su grafía y pronunciación originales.
Sea como fuere, podríamos concebir los extranjerismos como un tipo de neologismos, en tanto en cuanto son palabras que no han sido utilizadas antes en el idioma que los incorpora de una lengua foránea. En este sentido, aquellas palabras que se mantienen -gráfica y fonéticamente- como en la lengua originaria suelen desaparecer, ya que se consideran modas de carácter efímero. Respecto a los calcos , parece haber mayor coincidencia, ya que se referirían a las expresiones traducidas literalmente desde su significado original, asumiendo los diferentes grados (calco literal, el más extendido dada su facilidad -como en el caso de «rascacielos», traducción directa de skyscraper ; calco aproximado, en el que algún término se traduce de manera literal o/y otro de manera figurada - gold rush y fiebre del oro; o el calco libre). Piénsese, en el caso de la lengua española, en vocablos como full-time o ratón, respectivamente. El primero es un caso de préstamo sin ningún tipo de adaptación por parte de la lengua meta y el segundo, en el ámbito de la informática, es un caso de calco, ya que traduce la palabra proveniente del inglés.
Por una parte, pues, hemos de recordar la necesidad que presenta una lengua de nutrirse de nuevas palabras (entre ellas, los extranjerismos), pero -por otra- no debemos olvidar que se trata también de una forma de dominación, de una impronta de colonización cultural, de consideración prestigiosa, puesto que la lengua receptora, en ocasiones, tiene expresiones propias para dar cuenta de esos conceptos, tal y como sucede en nuestra lengua con la adopción de un vocablo como cómic , cuando disponemos de la palabra tebeo , que se fue desprestigiando frente al anglicismo y reduciendo su significación a un ámbito de referencia más infantil. En estos casos, no parece necesario incorporar palabras de otras lenguas, ya que genera empobrecimiento idiomático.
Sin embargo, en el caso español, muchos extranjerismos se han ido incorporando por necesidad, causa de enriquecimiento para un idioma (los denominados neologismos denotativos, que designan nuevas realidades), y delatan la diacronía histórica de nuestro país, así como el prestigio del que gozaban diferentes culturas y, por ende, sus correspondientes lenguas de expresión.
En el caso de la lengua española, como en el resto de lenguas, los extranjerismos corren diferentes suertes; así, podemos encontrarnos con extranjerismos perfectamente integrados porque no existe para ellos una alternativa de vocablo español ( airbag, sushi, paparazzi …) o bien debido a que llevan mucho tiempo incrustados ya en el idioma ( pub, copyright,… ), pero deberíamos reaccionar contra aquellos vocablos que sustituyen, por discutibles motivaciones de prestigio, a términos existentes en la lengua meta; este fenómeno acontece en la actualidad sobre todo con los anglicismos como followers, single, cash, likes , etc. para los que existe vocabulario en español que ha sido desplazado por dudosas consideraciones de utilización prestigiosa (moda pasajera, consideración de superioridad foránea, sofisticación). Indudablemente, junto a las incorporaciones de los extranjerismos se rastrean diacrónicamente las diferentes influencias culturales que incidieron en las transformaciones de nuestro país, y de nuestra lengua. Aunque este volumen presenta su propio bloque de Historia de la Lengua, baste anticipar ahora la incidencia en nuestra lengua de helenismos, arabismos, germanismos, italianismos, galicismos y anglicismos como muestra histórica de las paulatinas influencias de otras culturas en la nuestra. Llama especialmente la atención el abuso de anglicismos en la actualidad, fruto de una consideración poderosa de una cultura económicamente muy fuerte que constituye un referente internacional.