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LA PRIMERA CRUZADA
(1095-1099)
PRIMER ACTO
La vehemencia de Pedro el Ermitaño
FUE EN EL AÑO 1097 CUANDO UN HOMBRE llamado Orderic Vital Pedro, nacido en Amiens cuarenta y siete años atrás, recorrió el orbe cristiano arengando a los cristianos para hacer posible una Guerra Santa en contra de los ocupantes de Jerusalén. Hombre vesánico y fanático, se inventó una serie de visiones en las que Jesucristo desde el mismo Santo Sepulcro le ordenaba que reuniera a todos los creyentes dispuestos a formar parte de un gran ejército que fuera a liberar la ciudad y, de paso, controlar los caminos utilizados por los peregrinos para llegar hasta allí. Además, el milenarismo excitó algunos movimientos integrista-cristianos, como los «monjes flagelantes».
Nota: Pueden verse los mapas descriptivos de Las Cruzadas en los anexos que figuran al final del libro.
Grabado que muestra a Pedro el Ermitaño convocando la Primera Cruzada. Grabado de Gustavo Doré.
Pedro el Ermitaño consiguió reunir cerca de sesenta mil voluntarios que cosieron una gran cruz roja en sus vestimentas y se convirtieron en una especie de horda descontrolada que se puso camino de Tierra Santa al grito de «¡Dios lo quiere!».
En Constantinopla, el basileus Alejo Comneno, como adelantamos, esperaba recibir ayuda de los gobernantes europeos para frenar las ansias expansionistas de sus enemigos, pero iban llegando noticias de los desmanes que causaban los desastrados que se acercaban a Constantinopla. Así que tuvo que tomar algunas decisiones para quitárselos de encima. Desde Bitinia, donde estaba realizando fortificaciones, mandó a Juan, duque de Iliria, que les suministrara las provisiones necesarias para que pasaran de largo y se fueran directamente a cruzar el Bósforo, camino de Tierra Santa.
El primer lugar al que llegaron fue a Nicea, dejando a su paso las huellas de su especial crueldad. Acamparon en Helenópolis y les recomendaron que esperaran al ejército que estaba reclutando Godofredo de Bouillón, compuesto por franceses y alemanes nobles. Sin embargo, muchos exaltados empezaron la campaña por su cuenta, haciendo gala de una brutalidad y crueldad desmedidas, como reflejan las palabras de la cronista Anna Comneno: «… se dedicaban a quemar recién nacidos y también empalar y descuartizar a la gente».
Al principio tuvieron algún éxito y causaron muchas bajas entre los turcos, pero en la retaguardia no había sentado bien tanta precipitación. Discutieron y una parte se separó y marchó con la intención de tomar la ciudad de Xerigordon, cosa que creyeron fácil. Durante la escaramuza, se presentaron tropas enemigas que venían de Nicea y masacraron prácticamente a todos. Mientras tanto, los que quedaron con Pedro el Ermitaño no tuvieron mejor suerte, puesto que cayeron en gran número de emboscadas, sobre todo en el paso de Dracón donde les capturaron y esclavizaron. Al parecer, los huesos de los muertos fueron empleados como material de construcción para levantar una fortificación en previsión de futuras campañas.
Sin embargo, el predicador que fue responsable de este fracaso pudo escapar y refugiarse en un lugar seguro del que sería rescatado por el basileus de Constantinopla. Aunque fue amonestado enérgicamente por su inconsciencia e imprevisión, culpó del fracaso a todos los demás con ademanes soberbios e insoportables, y se marchó para unirse a las tropas de Bohemundo y de Tancredo. Tiempo después volvería a desertar, dejando bien claro a todo el mundo su categoría moral.
SEGUNDO ACTO
Asedios y conquistas
Pronto llegarían a Constantinopla tropas más profesionales y mejor organizadas, al mando de algunos nobles franceses. El objetivo de éstos no era tanto liberar Tierra Santa como asentarse allí, conquistar sus tierras, y apoderarse de sus inmensas riquezas. Unos atravesaron el Mediterráneo en sus navíos y otros lo hicieron sobre sus caballos a través de los Balcanes y la región dálmata.