Juan Antonio Cebrián - El mariscal de las tinieblas
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- Libro:El mariscal de las tinieblas
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2005
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El mariscal de las tinieblas: resumen, descripción y anotación
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Aun siendo una figura importante de la corte francesa del siglo XV y poseedor de una inmensa fortuna, el mariscal de Francia fue condenado a morir en la hoguera.
Juan Antonio Cebrián aborda, con su habitual agilidad narrativa y su instinto periodístico, la historia de esta figura mítica, asesino, nigromante con desvaríos alquimistas, psicópata, necrófilo y pederasta en el que se basó Perrault para su mítico personaje de Barba Azul. Su verdadero nombre, Giles de Rais (1404-1440), recorre las páginas más estremecedoras de este libro. A raíz de la muerte de Juana de Arco, una intrigante atracción de polos opuestos nunca confesada, este bello joven que fue escolta y protector se convierte en una fiera que guarda en su castillo a los numerosos niños que secuestra, para poder así desatar su más oculta fantasía sexual.
Juan Antonio Cebrián
La verdadera historia de Barba Azul
ePub r1.1
Rob_Cole 04.01.2016
Título original: El mariscal de las tinieblas
Juan Antonio Cebrián, 2005
Retoque de cubierta: Rob_Cole
Editor digital: Rob_Cole
Primer editor: Basabel (r1.0)
Corrección de erratas: kraken61
ePub base r1.2
Este libro está dedicado a la memoria de todos aquellos niños que en el mundo murieron por culpa de las aberraciones gestadas en la mente de los adultos.
Víctimas inocentes que no pudieron escapar de ogros ávidos de su inmaculada pureza.
Pequeños como Jean Jeudon, Jean Roussin, Colin Avril, Guillaume Le Barbier, Kerguen, Aisé, Edelim, Chastelier, Giullaume Delit, Fougére, Loessart, Perrot Degaye, Bouer, Olivier Darel, Jean Totulblanc, Jamet Brice, Lavary, Sorin, Jenvret, Jean Degrepie, Jean Hubert, Sergent, Jean de Lanté, Eustache Drouet, Guillaume Hamelin, Robin Pavot, Antoine, Bernard Le Camus, Durand, Jean Barnard, Fort Launey, Janet Brice… son una mínima parte de los más de doscientos que sucumbieron a manos de Gilles de Rais. Para ellos, mi emocionado recuerdo.
JUAN ANTONIO CEBRIÁN ZÚÑIGA (Albacete, 30 de noviembre de 1965 - Madrid, 20 de octubre de 2007) fue un periodista, escritor y locutor de radio español. Su obra literaria y los programas de radio realizados, especialmente Turno de Noche y La rosa de los vientos, fueron su principal fuente de éxito y reconocimiento.
Era conocido sobre todo por sus programas de radio, como La red, Azul y verde y Turno de noche. En su última etapa (1997-2007) dirigió y presentó el programa de radio La rosa de los vientos, en la emisora española Onda Cero. Contó con dos máster en comunicación y realización de programas. Fue fundador y director de la revista La Rosa de los Vientos y participó en publicaciones como Arqueología, Muy Interesante, Enigmas del hombre y del universo y Más Allá de la Ciencia. Colaboró con el magazine dominical del diario El Mundo y con la revista Historia de Iberia Vieja. Además, fue director de la colección literaria «Breve historia» de ediciones Nowtilus. La tarde del sábado 20 de octubre de 2007, Juan Antonio Cebrián falleció de un súbito ataque al corazón a la edad de 41 años. Poco después, Onda Cero emitió el comunicado de su muerte a la hora que debiera haber empezado el programa de La rosa de los vientos.
Es difícil imaginar que una tierra tan excelsa como es Francia pudiera albergar un monstruo de la singularidad ofrecida por Gilles de Rais. No obstante, este «creciente fértil» de nuestra civilización occidental fue y es tan pródigo en manifestaciones humanas de toda índole que debemos aceptar entre sus hijos la aparición casi espectral de algunos personajes siniestros, los cuales nos invitan a entender mejor el complejo entramado que se instala en la mente de determinados individuos, sea cual fuere su procedencia natal. El país galo se alza desde su atalaya predominante en la cultura y sentir de los europeos desde tiempos ancestrales. Sus leyendas caminan parejas a su historia real y en ocasiones ambos sentires se mezclaron dando rienda suelta a toda suerte de narraciones y especulaciones. Gilles de Rais, arquetipo del mal en su peor manifestación, nació en una Francia trastornada por los acontecimientos bélicos de la guerra de los Cien Años y fue caldo de cultivo, como tantos de su generación, de auténticos ríos de superstición, alianzas con el maligno y alquimia frenética, mientras se instruía en las severas leyes impuestas por Dios y por los hombres. Con todo, aquel territorio se nos muestra bello, de orografía perfilada para inspirar las mejores epopeyas no sólo en el periodo que vivió Gilles, sino a lo largo de toda la cronología franca. El mariscal de las tinieblas deambuló la mayor parte de su vida por los terrenos pertenecientes a las antiguas Poitou, Anjou, Normandía y Bretaña. En aquellos lares creció, guerreó y masacró a sus víctimas, regando con la sangre de éstas la tierra que le vio nacer. Acaso su predilección se fijó con más emotividad en Bretaña, esa maravillosa región preñada de misterios, situada en el noroeste francés, y que fue el lugar donde vino al mundo Gilles de Rais. Posiblemente, su influjo y enraizamiento en los enigmas más ancestrales de la humanidad no permanecieron ajenos para el futuro mariscal de Francia. Hoy en día sus más de 27 000 kilómetros cuadrados, con casi tres millones de habitantes, mantienen vivas las inquietantes historias que se originaron durante centurias en aquel enclave, refugio de los celtas britanos, emigrantes forzosos de su isla en el siglo V d. C., cuando las invasiones bárbaras de anglos, jutos y sajones les empujaron hacia el continente en busca de libertad y mejores oportunidades. Desde tiempo inmemorial la antigua Armórica, y posterior Bretaña francesa, fue hogar para el hombre. En la prehistoria, los primeros bretones cazaban mamuts y grandes ciervos rojos en una tierra fértil que besaba las aguas atlánticas así como majestuosos ríos, como el Loira, auténtica arteria vital de una zona dividida geográficamente en tierras del mar (Armor) y tierras del bosque (Argoat), paisajes en definitiva convertidos en primeras impresiones visuales que marcaron a nuestro personaje protagonista. Es más que probable que Gilles visitara durante su infancia el majestuoso recinto megalítico de Carnac, santuario único en su género y emparentado directamente con Stonehenge, en Gran Bretaña. Carnac se nos ofrece como una muestra viva de las inquietudes místicas del hombre antiguo. El gran menhir brisée, con más de veinte metros de altitud, cuatro de ellos incrustados en la madre tierra, y los innumerables monolitos alineados con perfecta marcialidad durante cientos de metros dan vivo testimonio acerca de lo que aquellas gentes rudas y supersticiosas debieron de pensar sobre el origen del universo y de ellos mismos. Bretaña es, por tanto, un lugar de poder en el que confluyen fuerzas cósmicas y telúricas, motivo por el cual fue elegido por los humanos en su lento transitar por este plano existencial. Antiguamente, la región formaba parte de Armórica (al noroeste de Francia), siendo centro de una confederación de tribus del pueblo cimbrio. Los romanos, bajo las órdenes de Julio César, invadieron la zona en el año 56 a. C., y a partir de entonces se convirtió en la provincia romana de la Galia Lugdunensis (Galia céltica), si bien la romanización nunca terminó de cuajar entre aquellas gentes aferradas a viejos ritos que conferían a los dioses de la naturaleza supremacía sobre todas las cosas. Buena prueba de ello es que la lengua bretona original pudo sobrevivir a pesar de los inconvenientes sufridos en aquellos tiempos de asimilación cultural. En los siglos V y VI d. C., tras la retirada de los romanos, muchos britanos —celtas de Britania—, al huir de su tierra natal a causa de las invasiones bárbaras, se refugiaron en la parte noroeste de Armórica. Ellos dieron a la región su nombre actual: Bretaña. Los britanos —más tarde llamados bretones— convirtieron gradualmente al cristianismo a los celtas armóricos, paganos en su mayoría. Tras la caída del Imperio Romano en Occidente y sus formas de gobierno a través de las instituciones creadas, el poder de los bárbaros germanos se extendió durante el siglo V por buena parte de los otrora territorios sometidos a la influencia romana. En el caso de las Galias, geografía perteneciente a la actual Francia, diversos pueblos, como visigodos y francos, se asentaron en aquella latitud dando origen a varios reinos, los cuales fueron a la postre la semilla fundadora del futuro Estado francés. La dinastía merovingia quedó instaurada a mediados de esa centuria con Meroveo, convertido en padre de esta saga tan peculiar como misteriosa, dado que ni siquiera los orígenes del fundador están claros, aunque sí su reinado, que parece haber tenido lugar entre los años 448 y 457-458 d. C. A él le cupo el honor de haber asistido a la trascendental derrota de Atila y los hunos, mientras que a sus sucesores hay que atribuirles otros méritos. Uno de los personajes más atractivos de este periodo es sin duda Genoveva de París. Una carismática mujer que supo estar al lado de los reyes merovingios en momentos decisivos. Nacida hacia 422 d. C., en Nanterre, una pequeña aldea cercana a París, era hija de Leoncia y Severo, un matrimonio de galorromanos que reconocieron muy pronto los dones y virtudes demostrados por su pequeña descendiente. La pequeña Genoveva vivió el desmembramiento del Imperio Romano en Occidente y con tan sólo seis años se consagró a Dios por mediación de san Germano de Auxerre, quien iba de paso hacia Britania. A los quince años ofreció, en compañía de otras dos amigas, su virginidad a la causa cristiana, si bien nunca llegó a profesar su vocación en un convento, siendo una comunidad seglar la morada elegida para sus acciones caritativas. Con el tiempo sus predicaciones y famosos ayunos la encumbraron como personaje relevante de la futura Ciudad Luz y algunos reyes del incipiente linaje merovingio, como Childerico (458-481), accedieron a liberar numerosos presos gracias a las peticiones de la religiosa, quien vio su fama incrementada cuando el feroz Atila amenazaba con devastar París. Fue entonces cuando con notable enardecimiento animó a los parisinos que huían de la ciudad presos del pánico a quedarse y orar con el fin de anteponer un escudo sobrenatural frente a los invasores bárbaros. Nunca sabremos si fueron los rezos o una decisión caprichosa de Atila, pero lo cierto es que los hunos sortearon incomprensiblemente París para dirigirse a Orleans, sufriendo al poco una terrible derrota en los Campos Cataláunicos a manos de los romanos y sus aliados visigodos. Más tarde, la futura santa trabó amistad con el influyente monarca Clodoveo I (481-511), vencedor de los poderosos alemanes, una tribu que amenazaba constantemente la frontera establecida por los francos en los territorios que hoy pertenecen al país germano. Su casi milagroso éxito sobre la confederación de tribus germánicas provocó su conversión al catolicismo, motivado, en buena parte, por la acción de su mujer cristiana, la burgundia Clotilde, quien hizo ver a su esposo que todas las victorias sobre sus enemigos venían dadas por la acción directa del Dios único y verdadero, y por Genoveva de París, quien gracias a sus conversaciones religiosas con el merovingio consiguió inculcarle un gran amor por la causa de la Cruz. Clodoveo se bautizó con absoluta devoción en 496 recibiendo bendiciones y parabienes del sumo pontífice romano, que desde entonces recibió el apoyo incondicional de su nuevo aliado franco. Por su parte, Genoveva prosiguió con una vida de entrega a los demás, consiguiendo trigo y otros alimentos en momentos de escasez, y obrando prodigios cuando la moral ciudadana andaba escasa de ánimo espiritual. Falleció en 502 d. C., rodeada por el cariño de todos aquellos que la habían conocido. Hoy en día es la santa patrona de París y, junto con Juana de Arco, uno de los personajes más queridos por la Francia católica.
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