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Isaac Asimov - De Saturno a Plutón

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Isaac Asimov De Saturno a Plutón
  • Libro:
    De Saturno a Plutón
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1979
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De Saturno a Plutón: resumen, descripción y anotación

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La invención del telescopio amplió radicalmente los confines celestes de - photo 1

La invención del telescopio amplió radicalmente los confines celestes de nuestro mundo antiguo. Si Galileo observó en 1610 los anillos de Saturno, cuya estructura explicaría en 1655 Huygens, el descubrimiento de Urano por W. Herschel en 1781, de Neptuno por J. C. Galle en 1846 y de Plutón por C. W. Tombaugh en 1930 completaría el conocimiento de los planetas del sistema solar. ISAAC ASIMOV relata la apasionante historia de estos avances astronómicos y describe los objetos celestes comprendidos en el espacio que se extiende DE SATURNO A PLUTÓN.

Isaac Asimov De Saturno a Plutón ePub r13 FLeCos 081016 Título original - photo 2

Isaac Asimov

De Saturno a Plutón

ePub r1.3

FLeCos 08.10.16

Título original: Saturn and Beyond

Isaac Asimov, 1979

Traducción: Jesús Fernández Zulaica

Editor digital: FLeCos

ePub base r1.2

A la memoria de John y Rae Jeppson con cuya hija tuve la fortuna de casarme - photo 3

A la memoria de

John y Rae Jeppson,

con cuya hija tuve la fortuna de casarme.

Notas

[1] En 1983 eran ya 15 los satélites de Júpiter descubiertos, y 23 los de Saturno, aunque varios de ellos aún no están confirmados. (N. del E.)

1. El sistema solar original

Los planetas

Cuando los hombres comenzaron a observar el cielo con atención, se dieron cuenta de que en las noches claras lucía lleno de estrellas. Y éstas parecían hallarse en un esquema fijo que se repetía noche tras noche.

Daba la impresión de que el cielo entero, junto con las estrellas, cambiaba de posición lenta y regularmente al contemplarlo cada noche a la misma hora, por ejemplo, nada más ponerse el sol. Parecía que giraba toda la bóveda del cielo, y hacía falta un año entero para que diera una vuelta completa y regresara de nuevo a su posición original. Sin embargo, mientras el cielo giraba, las estrellas conservaban sus posiciones relativas.

En el cielo había siete objetos que sí cambiaban de posición en relación con el fondo de las «estrellas fijas».

Uno de ellos es el Sol, un círculo de luz resplandeciente que es, con mucha diferencia, el objeto más brillante del firmamento. Cuando está en el cielo, su luz hace que desaparezcan todas las estrellas. Y lo que es más, la dispersión de la luz solar da al cielo su color azul.

Poco antes de la salida del sol y poco después del ocaso es posible ver el conjunto de estrellas que están próximas a él. Teniendo en cuenta la forma en que cambia este conjunto, es claro que el Sol se mueve diariamente sobre ese fondo.

Luego está la Luna. Al igual que el Sol, es un círculo de luz, pero mucho más débil. Cuando brilla en el cielo, se siguen viendo las estrellas, por lo cual es fácil averiguar cómo va cambiando de posición, de noche en noche, en relación con el fondo estelar.

La Luna se desplaza por el cielo a una velocidad que es mucho mayor que la del sol, lo cual quiere decir que cambia de posición con relación a éste. En algunos casos está próxima al Sol, y a veces llega a vérsela brillar débilmente durante el día cuando la luz solar no la hace desaparecer del todo. Por el contrario, hay veces en que está lejos del Sol y brilla en lo alto del cielo después del ocaso. Entonces su brillo es muy intenso.

La Luna brilla únicamente porque refleja la luz que le llega del Sol. Sus distintas partes reciben la luz solar en distintos momentos, según cuál sea su distancia al Sol. Esa es la razón por la que parece que la Luna cambia de forma. Unas veces la vemos como un círculo luminoso perfectamente redondo, otras como un semicírculo, y otras en forma de uña.

Además del Sol y de la Luna, hay en el cielo otros cinco objetos que se mueven sobre el fondo de las estrellas fijas; cada uno de ellos lo hace a su propia velocidad y a su propia manera. Estos cinco astros parecen estrellas, pero brillan con más intensidad que éstas.

Entre estos objetos parecidos a estrellas hay dos que, al cambiar de posición, nunca se alejan demasiado del Sol, de forma que sólo los vemos en el cielo un cierto tiempo después del ocaso, si es al atardecer, o durante cierto período antes de la salida del Sol, si al amanecer. Estos objetos son Mercurio y Venus.

Como Mercurio y Venus están siempre cerca del Sol, nunca los vemos en el cielo a medianoche, cuando aquél brilla en el lado contrario de la Tierra. En ese momento Mercurio y Venus siguen estando cerca del Sol, como de costumbre, y por tanto brillan en la cara de la Tierra donde no se halla el observador.

Con esto, sólo quedan tres objetos brillantes que pueden aparecer a cualquier distancia del Sol y que por tanto pueden, a lo largo de sus desplazamientos, estar en el cielo en cualquier momento de la noche, incluso a medianoche. A estos objetos los llamamos Marte, Júpiter y Saturno.

Los antiguos griegos denominaban «planetes» a estos objetos que se movían, o erraban, sobre el fondo de las estrellas fijas. Es una palabra griega que significa «vagabundo, viajero», y de ella procede nuestro término «planeta».

Los hombres de la antigüedad contaban siete planetas: el Sol, la Luna, Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno. Pensaban que todos estos planetas daban vueltas en torno a la Tierra, que para ellos constituía el centro del universo.

Sin embargo, en 1543, un astrónomo polaco, Nicolaus Copernicus (1473-1543), publicó un libro en el que demostraba que tenía más sentido suponer que Jos distintos planetas semejantes a estrellas —Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno— daban vueltas alrededor del Sol, y que alrededor de la Tierra sólo giraba la Luna. Y lo que es más, la Tierra, seguida de cerca por la Luna, giraba también alrededor del Sol.

La nueva teoría fue aceptada poco a poco por los astrónomos, y de esta manera cambió su concepción de lo que podía ser un planeta, llegando a la conclusión de que un planeta era todo aquel cuerpo que daba vueltas en torno al Sol. El Sol, como es evidente, no daba vueltas alrededor de sí mismo, por lo cual dejó de considerársele como planeta. Y lo mismo la Luna, que daba vueltas alrededor de la Tierra, no alrededor del Sol.

Quedaban como planetas Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno, a los que se añadió la Tierra misma.

El Sol y estos seis planetas, más la Luna, que acompañaba a la Tierra, recibieron el nombre de «sistema solar». En definitiva, el Sol es el centro y el que, según todas las apariencias, dirige a los planetas, por lo que parecía perfectamente lógico que él diera nombre al conjunto.

El planeta lento

El sistema solar, tal como lo conocía Copérnico, estaba formado exactamente por ocho cuerpos, y nada más que ocho: el Sol, los seis planetas y la Luna. Podemos llamar a este conjunto el sistema solar original, pues, como veremos, en el sistema solar, tal como lo conocemos hoy en día, hay mucho más de ocho cuerpos.

El planeta que está más próximo al Sol es Mercurio. Después, yendo hacia afuera, tenemos sucesivamente a Venus, la Tierra (más la Luna), Marte, Júpiter y Saturno.

¿Cómo sabemos que están en ese orden?

Si miramos al cielo, no podemos decir si un objeto concreto está más lejos o más cerca que cualquier otro. Pero, si miramos al cielo noche tras noche y observamos cómo se mueven los planetas entre las estrellas, vemos que cada uno de ellos se desplaza a una velocidad diferente. Si señalamos la posición de cada uno en comparación con la del Sol, vemos que algunos planetas dan una vuelta completa alrededor del Sol más rápidamente que otros.

El tiempo empleado en dar una vuelta completa alrededor del Sol se llama «período de revolución». En la tabla 1 tenemos los períodos de revolución de los seis planetas del sistema solar original.

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