Isaac Asimov - Fotosíntesis
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- Libro:Fotosíntesis
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1968
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Fotosíntesis: resumen, descripción y anotación
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El cuerno de la abundancia
Es sorprendente lo mucho que damos por sabido.
Por ejemplo, respiramos. Respiramos sin cesar, unas dieciséis veces por minuto. Si dejáramos de respirar cinco minutos, aproximadamente, moriríamos. Sin embargo, raras veces nos preguntamos cómo es posible que siempre haya aire que respirar.
Respiramos no sólo para obtener aire; necesitamos un gas llamado oxígeno, que se encuentra en el aire. El aire con que llenamos nuestros pulmones contiene, aproximadamente, un 21 % de oxígeno. Parte de este oxígeno es absorbido por nuestro cuerpo y utilizado por él. El aire que exhalamos sólo contiene un 16 % de oxígeno.
Una y otra vez, penetra aquel 21 % de oxígeno y sólo vuelve a salir el 16 %. Y esto no sólo se produce en ustedes y en mí, sino en todos los seres humanos de la Tierra, así como en todos los animales terrestres. Los animales marinos o de agua dulce no respiran como nosotros, pero extraen y consumen el oxígeno disuelto en el agua. Las plantas consumen también oxígeno en algunos de sus procesos vitales. Las bacterias productoras de descomposición y podredumbre también gastan oxígeno, y lo mismo ocurre en diversos procesos químicos naturales que se desarrollan en la Tierra y que no afectan a formas de vida.
Así pues, se consume constantemente oxígeno, y todos nosotros (y las otras formas de vida consumidoras de oxígeno) lo cambiamos por otro gas, denominado bióxido de carbono. Éste no es equivalente a aquél, en el sentido de que no podemos respirarlo en lugar del oxígeno. La concentración de dióxido de carbono en el aire es tan baja en la actualidad que no nos perjudica en absoluto, pero si aumentara, aunque fuese de un modo moderado, nos asfixiaría.
Como resultado de toda la respiración y de otros procesos consumidores de oxígeno que se producen en la Tierra, podríamos decir que se consumen unas 10.000 toneladas de oxígeno por segundo. A este paso, la última porción de oxígeno utilizable en la atmósfera y en los mares de la Tierra habría desaparecido dentro de 3.000 años.
Y ni siquiera tendríamos que esperar estos 3.000 años para vernos en grave peligro. Dentro de unos pocos siglos, la cantidad de dióxido de carbono que se habría acumulado en la atmósfera asfixiaría toda forma de vida animal.
Sin embargo, la Humanidad, y todas las demás formas de vida, han estado consumiendo oxígeno y produciendo dióxido de carbono no desde hace tan sólo unos cuantos siglos o unos cuantos miles de años, sino desde hace, al menos, varios cientos de millones de años. Y, a pesar de que durante todo este tiempo ha desaparecido constantemente oxígeno, el aire sigue siendo una cornucopia…, un cuerno de la abundancia siempre lleno. Hay tanto oxígeno en el aire como lo hubo siempre, y existe la misma pequeña cantidad de dióxido de carbono.
¿Por qué?
La única conjetura lógica es que existe cierto ciclo. Las cosas se mueven en círculo, y todo regresa, por así decirlo, con la misma rapidez con que se va.
Podemos observar el mismo ciclo en lo que respecta al agua. Bebemos siempre agua y la empleamos también para lavar y con fines industriales. Se consumen millones de litros cada minuto en todo el mundo, y por cada millón que consume el hombre, otros muchos se pierden en la superficie de la Tierra sin ser utilizados por aquél, y sin embargo, el agua dulce no se agota nunca.
Pero esta paradoja tiene una respuesta muy sencilla. Toda el agua dulce, tanto si se consume como si no, se evapora, ya sea directamente en su propio lugar, ya sea después de verterse en el océano. El calor del Sol eleva grandes cantidades de vapor tomado del mar o de la tierra, y este vapor es solamente de agua, sin los elementos sólidos que estuvieron disueltos en ella.
El vapor vuelve a la tierra en forma de lluvia, y el depósito de agua dulce se llena con la misma rapidez con que se ha consumido.
De la misma manera, hay que presumir la existencia de algún proceso en el planeta que forma oxígeno con la misma rapidez con que nosotros lo producimos. Sólo de este modo podemos esperar que los niveles de oxigeno y de dióxido de carbono de la atmósfera permanezcan invariables durante millones y millones de años.
Pero el proceso que restablece el oxígeno y elimina el dióxido de carbono, manteniendo la atmósfera respirable, es muchísimo menos evidente que el que recupera el agua dulce y conserva la tierra agradablemente húmeda, y los lagos y los ríos llenos y resplandecientes.
Para descubrir este proceso, consideraremos otro problema bastante parecido, que puede relacionarse con el de los niveles de oxígeno y de dióxido de carbono.
Es el siguiente: ¿Por qué no se agota nuestra comida?
Cuando respiramos oxígeno, éste se combina con algunas sustancias de nuestros tejidos para producir la energía que necesitamos para vivir.
En esta operación, no sólo producimos dióxido de carbono, que expulsamos al respirar, sino también otros varios productos de desecho que eliminamos principalmente por medio de la orina.
Si no hiciésemos más que respirar, es tal la cantidad de sustancias de nuestros tejidos que se combinan con el oxígeno para producir energía, que nos quedaríamos sin las necesarias para seguir viviendo. Perderíamos peso, nos debilitaríamos y, en definitiva, moriríamos.
Para evitar esto, debemos restablecer nuestros tejidos con la misma rapidez con que los gastamos, y, para este fin, hemos de comer. Debemos incorporar a nuestro cuerpo los componentes de los tejidos, por ejemplo, de otros animales, y convertirlos en tejidos propios.
Pero los animales que comemos han gastado también sus tejidos para sus propios fines y tienen que reparar su desgaste comiendo. Si todos los animales tuviesen que reponer sus tejidos consumidos comiendo otros animales, toda la vida animal se extinguiría rápidamente, al agotarse todas las sustancias de los tejidos. Los animales más grandes y vigorosos robarían la sustancia de los animales más pequeños y, después, se destruirían unos a los otros. Por último, sólo quedaría un animal, que se moriría de hambre lentamente.
Si los animales tienen que seguir viviendo, deben encontrar algún alimento que no necesite comer a su vez, sino que pueda extraer «de la nada» las sustancias de sus propios tejidos. Esto parecería imposible (si no conociésemos de antemano la respuesta), pero no lo es. La respuesta es la vida vegetal. Todos los animales comen plantas, u otros animales que han comido plantas, u otros animales que han comido animales que han comido plantas, etc. Y, en definitiva, todo vuelve a las plantas.
Las plantas están constituidas por tejidos que contienen las mismas sustancias complejas de los tejidos animales. Por consiguiente, los animales pueden vivir alimentándose exclusivamente de plantas, robándoles sus caudales de tejidos y poniéndolas al servicio del que come. En realidad, la mayor parte de los animales son «herbívoros», es decir comedores de plantas. Una minoría de ellos son «carnívoros» (comedores de carne) y se alimentan de la mayoría herbívora. Unos pocos tipos de criaturas, como los hombres, los cerdos y las ratas, son «omnívoros» (comen de todo) y pueden consumir vegetales y animales, en realidad, casi de todo, con igual facilidad. Las criaturas omnívoras suelen ser las más prósperas en el esquema vital.
En cuanto a las plantas, emplean la sustancia de sus propios tejidos para producir energía. Sin embargo, a pesar de su propio consumo y de las depredaciones infligidas por la vida animal, los vegetales del mundo nunca se consumen por entero. Sus tejidos se reparan con la misma rapidez con que se desgastan, y no tienen que hacer presa en las sustancias de otros organismos para sustituirlos. Ciertamente, parecen formar tejidos «de la nada».
Gracias a esta capacidad de los vegetales, los arsenales de alimentos del mundo, como el depósito de oxígeno, permanecen perpetuamente llenos.
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