Linda Howard
Contra Todas Las Reglas
Against the rules
Cathryn dejó caer cansadamente a sus pies su bolsa de viaje y miró a su alrededor en la terminal aérea buscando alguna cara familiar, cualquier cara familiar. El aeropuerto Intercontinental de Houston estaba atestado de viajeros debido a las vacaciones del largo fin de semana del Día de los Difuntos, y después de ser empujada hacia delante y hacia atrás por la gente que se apresuraba para coger y enlazar sus vuelos, Cathryn se apartó de la muchedumbre apoyándose al lado de una escalera y usando el pie para empujar la bolsa de viaje. Su vuelo no se había adelantado, entonces… ¿por qué no había nadie esperándola? Ésta era su primera visita a casa desde hacía tres años, seguramente Mónica hubiera podido…
– Cat.
El irritante pensamiento no llegó a acabar; fue interrumpido por un ronco gruñido en su oído y dos duras manos le ciñeron la estrecha cintura, girándola y acercándola a un delgado cuerpo masculino. Tuvo una visión alarmada y fugaz de unos ojos oscuros e ilegibles antes de ser cubiertos por párpados que se entrecerraban y por largas pestañas negras; y entonces estuvo demasiado cerca, y sus labios, ligeramente abiertos por la sorpresa quedaron atrapados por el calor de su boca. Dos segundos, tres… el beso que siguió durante mucho tiempo, se hizo más profundo, su lengua moviéndose sensualmente para tomar posesión. Un instante antes de que ella se recuperara lo suficiente para protestar, la liberó del beso y dio un paso atrás.
– ¡No deberías hacer eso! -dijo ella bruscamente. Sus pálidas mejillas se sonrojaron cuando se dio cuenta de que varias personas los miraban y sonreían ampliamente.
Rule Jackson echó hacia atrás su maltratado sombrero negro y la observó con divertida tranquilidad, el mismo tipo de expresión con que la miraba cuando era una torpe niña de doce años, todo brazos y piernas.
– Pensé que los dos disfrutaríamos de ello -dijo arrastrando las palabras e inclinándose para recoger su bolsa-. ¿Eso es todo?
– No -contestó ella mirándolo furiosa.
– Me lo imaginaba.
Se giró y fue hacia la recogida de equipaje, y Cathryn lo siguió echando humo, pero decidida a no dejar que se diera cuenta. Ahora tenía veinticinco años, no era una asustada niña de diecisiete; no dejaría que la intimidara. Ella era su patrón. Él sólo era el capataz del rancho, no el diablo omnipotente que su imaginación adolescente había dibujado. Puede que todavía tuviera a Monica y a Ricky bajo su hechizo, pero Monica ya no era su guardiana y no podía hacer que la obedeciera. Cathryn se preguntó con furia muy bien disimulada si Monica había enviado a Rule a buscarla deliberadamente, sabiendo lo mucho que ella lo odiaba.
Inconscientemente, observando su delgado cuerpo cuando se estiró y recogió la única maleta que llevaba su nombre, Cathryn olvidó el resto de violentos pensamientos que inundaban su mente. La imagen de Rule siempre había tenido en ella el mismo efecto, la hacía perder el control y hacer cosas que nunca habría hecho excepto en el calor de la pasión. Le odio, pensó, susurrando las palabras en su interior, pero aún así sus ojos se movieron por la anchura de sus hombros bajando por sus largas y poderosa piernas, tal como las recordaba.
Llevó la maleta hasta donde ella estaba esperando y una ceja negra se arqueó de manera inquisidora. Como la actitud de ella le había hecho creer que llevaba algo más que una maleta, él dijo gruñendo:
– No piensas hacer una visita larga, ¿eh?
– No -contestó, manteniendo la voz inexpresiva. Nunca se había quedado mucho tiempo en el rancho, no después del verano en que tenía diecisiete años.
– Pues ya es hora de que decidas regresar a casa, para siempre.
– No veo ninguna razón para hacerlo.
Sus ojos oscuros destellaron cuando la miraron por debajo del sombrero, pero no dijo nada, y cuando se giró y empezó a caminar entre la muchedumbre, Cathryn le siguió también sin decir nada. A veces pensaba que la comunicación entre ella y Rule era imposible, pero otras veces le parecía que no eran necesarias las palabras. No le entendía, pero lo conocía, conocía su orgullo, su dureza, su maldito y oscuro temperamento que no era menos espantoso aunque lo tuviera bajo control. Había crecido sabiendo que Rule Jackson era un hombre peligroso; sus años formativos habían sido dominados por él.
La guió fuera de la terminal aérea, a través del área donde aguardaba el avión privado. Sus largas piernas se tragaban la distancia sin esfuerzo; pero Cathryn no fue capaz de seguir sus zancadas y se negó a trotar detrás de él como un perro con una correa. Mantuvo su paso, manteniéndolo a la vista, y por fin él se detuvo al lado de un Cessna bimotor azul y blanco, abrió la puerta del compartimiento de cargamento y puso sus bolsas dentro, después volvió la vista hacia ella.
– Date prisa -la llamó, en vista de que todavía estaba a cierta distancia.
Cathryn lo ignoró. Él puso las manos en las caderas y la esperó, sus pies separados de una manera arrogante que era natural en él. Cuando llegó, no dijo ni una palabra; simplemente abrió la puerta, se giró, la cogió por la cintura y la metió con facilidad en el avión. Ella se colocó en el asiento del copiloto y Rule en el del piloto cerrando la puerta y lanzando el sombrero en el asiento que había detrás de él. Se pasó los dedos por el pelo antes de coger los cascos. Cathryn lo observó sin expresión en la cara, pero no podía evitar recordar la vitalidad de aquel espeso cabello oscuro, el modo en que se había ensortijado entre los dedos de ella…
Se giró hacia ella y la atrapó mirándolo. No apartó la vista con culpabilidad, le sostuvo la mirada, sabiendo que la calmada inexpresividad de su cara no dejaba translucir nada.
– ¿Te gusta lo que ves? -se burló él suavemente, dejando que los cascos colgaran de sus dedos.
– ¿Por qué te ha enviado Monica? -preguntó ella con determinación, sin hacer caso a su pregunta y atacando con una propia.
– Monica no me ha enviado. Parece que lo has olvidado; yo controlo el rancho, no Monica -sus ojos oscuros descansaron en ella, esperando que se enfureciera y gritara que era ella la que poseía el rancho y no él, pero Cathryn había aprendido muy bien a ocultar sus pensamientos. Mantuvo la cara inexpresiva y la mirada firme.
– Exactamente. Se supone que estás demasiado ocupado para perder el tiempo viniendo a buscarme.
– Quería hablar contigo antes de que llegaras al rancho. Ésta parecía una oportunidad perfecta.
– Entonces habla.
– Primero despeguemos.
Volar en un avión pequeño no era algo nuevo para ella. Estaba acostumbrada a volar desde que nació, ya que un avión era considerado esencial para un ranchero. Se echó hacia atrás en su asiento y estiró los músculos tensos y doloridos por el largo vuelo desde Chicago. Los enormes aviones a reacción rugían cuando aterrizaban o despegaban, pero Rule estaba tranquilo cuando habló con la torre para pedir permiso para despegar. En unos minutos se elevaron y se dirigieron hacia el oeste, Houston que brillaba tenuemente bajo el calor primaveral quedó al sur. La tierra bajo ellos tenía el rico matiz verde de la hierba recién salida, y Cathryn la bebió con la vista. Siempre que llegaba para una visita tenía que obligarse a irse y eso siempre le dejaba un dolor que duraba meses, como si algo vital se hubiera rasgado dentro de ella. Le gustaba esta tierra, le gustaba el rancho, pero había sobrevivido estos años gracias a su exilio auto impuesto.
– Habla -dijo al poco tiempo, intentando contener los recuerdos.
– Quiero que esta vez te quedes -dijo él, y Cathryn sintió como si le hubiera dado un puñetazo en el estómago.
Página siguiente