Julia Quinn
El Primer Beso
Dentro de la Antología Lady Whistledown Strikes Back
The First Kiss (2004)
***
La invitación más codiciada de esta semana parece ser la próxima cena de lady Neeley, que se realizará la noche del martes. La lista de invitados no es larga, ni notablemente exclusiva, pero se han divulgado cuentos de la cena del año pasado o, para ser más específica, del menú, y todo Londres (y más especialmente aquellos de mayor circunferencia) está ansioso por participar.
Esta Autora no fue obsequiada con una invitación y por lo tanto debe sufrir en casa con una jarra de vino, una hogaza de pan, y esta columna, pero ay, no sientas pena, Querido Lector. A diferencia de aquellos que asistirán al próximo espectáculo gustatorio, ¡esta Autora no tiene que escuchar a lady Neeley!
Ecos de sociedad de lady Whistledown, 27 de mayo de 1816
Tillie Howard suponía que la noche podía empeorar pero, a decir verdad, no podía imaginar cómo.
No había deseado asistir a la cena de lady Neeley, pero sus padres habían insistido, así que aquí estaba, intentando ignorar el hecho de que su anfitriona -la ocasionalmente- temida, ocasionalmente- burlada lady Neeley- tenía una voz bastante parecida a uñas sobre pizarra.
Tillie también estaba intentando ignorar los ruidos de su estómago, que había esperado alimento al menos una hora antes. La invitación había dicho a las siete de la tarde, así que Tillie y sus padres, el conde y la condesa de Canby, habían llegado puntualmente media hora más tarde, con la expectativa de ser conducidos a la cena a las ocho. Pero allí eran casi las nueve, y no había señales de que lady Neeley pretendiera privarse de hablar para comer en ningún momento pronto.
Pero lo que Tillie más intentaba ignorar, por lo que en realidad hubiese huido de la habitación para evitar si hubiese sido capaz de deducir la manera de hacerlo sin provocar una escena, era al hombre parado a su lado.
– Un tipo alegre era -bramó Robert Dunlop, con esa jovialidad que surge haber consumido un poquito más de vino del que uno debía-. Siempre listo para un poco de diversión.
Tillie sonrió tensamente. Él estaba hablando de su hermano Harry, que había muerto casi un año atrás, en el campo de batalla en Waterloo. Cuando ella y el señor Dunlop habían sido presentados, ella había estado entusiasmada por conocerlo. Había querido desesperadamente a Harry, y lo extrañaba con una ferocidad que a veces la dejaba sin respiración. Y había pensado que sería maravilloso oír historias de sus últimos días, de uno de sus camaradas.
Excepto que Robert Dunlop no estaba diciéndole lo que ella quería escuchar.
– Hablaba sobre usted todo el tiempo -continuó él, aunque ya había dicho lo mismo diez minutos atrás-. Excepto…
Tillie no hizo más que parpadear, sin querer alentar más aclaraciones. Esto no podía terminar bien.
El señor Dunlop la miró con los ojos entrecerrados.
– Excepto que siempre la describió como todo codos y rodillas con trenzas torcidas.
Tillie tocó suavemente su rodete expertamente peinado con la mano. No pudo evitarlo.
– Cuando Harry se marchó al Continente, sí tenía trenzas torcidas -dijo ella, decidiendo que sus codos y rodillas no necesitaban más discusión.
– Él la quería mucho -dijo el señor Dunlop.
Su voz era sorprendentemente suave y atenta, suficiente para captar la atención completa de Tillie. Tal vez no debería ser tan rápida para juzgar. Robert Dunlop tenía buenas intenciones.
Era ciertamente de buen corazón, y bastante apuesto, formando una figura bastante elegante en su uniforme militar. Harry siempre había escrito sobre él con afecto, e incluso ahora, a Tillie le costaba pensar en él de otro modo que como “Robbie.” Tal vez era un poquito diferente. Tal vez era el vino. Tal vez…
– Hablaba elogiosamente sobre usted. Elogiosamente -repitió Robbie, probablemente para dar énfasis extra.
Tillie simplemente asintió. Extrañaba a Harry, aunque estuviese dándose cuenta de que él había informado aproximadamente a mil hombres de que ella era una boba flacucha.
Robbie asintió.
– Decía que usted era la mejor de las mujeres, si uno podía mirar bajo las pecas.
Tillie comenzó a buscar las salidas, buscando una escapatoria. Seguramente podía fingir un ruedo desgarrado, o una horrible tos de pecho.
Robbie se acercó para observar sus pecas.
O la muerte. Su dramático fallecimiento seguramente terminaría como la historia principal en el Whistledown de mañana, pero Tillie casi estaba lista para intentarlo. Tenía que ser mejor que esto.
– Nos contó a todos que tenía pocas esperanzas de que usted se casara alguna vez -dijo Robbie, asintiendo de un modo muy amistoso-. Siempre nos recordaba que usted tenía una dote tremenda.
Eso era suficiente. Su hermano había estado usando su tiempo en el campo de batalla para rogar a los hombres que se casaran con ella, usando su dote (a diferencia de su apariencia o, Dios no lo permita, su corazón) como el atractivo principal.
Era típico de Harry haber muerto antes de que ella pudiera matarlo por esto.
– Tengo que irme -se le escapó.
Robbie miró alrededor.
– ¿Adónde?
A cualquier sitio.
– Afuera -dijo Tillie, esperando que eso fuera explicación suficiente.
El ceño de Robbie se frunció con confusión mientras seguía la mirada de ella a la puerta.
– Oh -dijo-. Bien, supongo…
– ¡Allí estás!
Tillie se dio vuelta para ver quién había logrado apartar la atención de Robbie de ella. Un caballero alto vistiendo el mismo uniforme que Robbie caminaba hacia ellos. Excepto que, a diferencia de Robbie, se veía… peligroso.
Su cabello era rubio miel oscuro, y sus ojos eran… bien, no podía decir de qué color eran a dos metros y medio de distancia, pero realmente no importaba, porque el resto de él era suficiente para aflojar las piernas de cualquier joven dama. Sus hombros eran anchos, su postura era perfecta, y su rostro se veía como si debiera ser tallado en mármol.
– Thompson -dijo Robbie-. Es condenadamente bueno verte.
Thompson, pensó Tillie, asintiendo mentalmente. Debía ser Peter Thompson, el mejor amigo de Harry. Harry lo había mencionado en casi todas las misivas, pero claramente nunca lo había descrito en realidad, o Tillie hubiese estado preparada para este dios griego parado frente a ella. Por supuesto, si Harry lo hubiese descrito, simplemente se hubiera encogido de hombros y dicho algo como “Un tipo de apariencia regular, supongo”.
Los hombres nunca prestaban atención a los detalles.
– ¿Conoces a lady Mathilda? -dijo Robbie a Peter.
– Tillie -murmuró él, tomando la mano ofrecida de ella y besándola-. Perdóneme. No debería tomarme tanta libertad, pero Harry siempre la llamaba así.
– Está bien -dijo Tillie, sacudiendo apenas la cabeza-. Ha sido bastante difícil no llamar Robbie al señor Dunlop.
– Oh, debería hacerlo -dijo Robbie afablemente-. Todos lo hacen.
– ¿Entonces Harry escribía sobre nosotros? -inquirió Peter.
– Todo el tiempo.
– Él la quería mucho -dijo Peter-. Hablaba sobre usted con frecuencia.
Tillie se estremeció.
– Sí, eso ha estado contándome Robbie.
– No quería que pensara que Harry no había estado pensando en ella -explicó Robbie-. Oh, miren, ahí está mi madre. -Tanto Tillie como Peter lo miraron sorprendidos, ante el repentino cambio de tema-. Será mejor que me oculte -murmuró él, y luego se ubicó detrás de una planta en maceta.
– Ella lo encontrará -dijo Peter, con una sonrisa irónica en sus labios.
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