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Barbara Daly - Un cálido anochecer

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Un cálido anochecer: resumen, descripción y anotación

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Hope Summer estaba acostumbrada a que todo el mundo intentara encontrarle novio, especialmente en Navidad. Esa vez eran sus propias hermanas las que habían decidido buscarle pareja y habían elegido a un guapísimo adicto al trabajo que necesitaba una acompañante para sus múltiples compromisos… bueno, ella estaba en la misma situación. El abogado Sam Sharkey necesitaba alguien a quien pudiera llevar a la fiesta de Navidad de su jefe y que después no fuera a esperar ningún tipo de compromiso. Hope era la persona ideal, además era preciosa e inteligente. Aquello podía funcionar… muy, muy bien. Nadie sospechó que aquel apasionado romance no fuera real, especialmente cuando su amabilidad empezó a convertirse en deseo.

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Barbara Daly Un cálido anochecer Un cálido anochecer 2002 Título Original A - photo 1

Barbara Daly

Un cálido anochecer

Un cálido anochecer (2002)

Título Original: A long hot Christmas

Capítulo 1

Las hermanas de Hope Summer estaban otra vez conspirando contra ella.

– Estaba pensando más bien en un gato -les informó-. No necesito a ningún hombre.

– Solo para ir acompañada -dijo Faith.

– Claro, exclusivamente como escolta -añadió Charity.

– Y más ahora que las vacaciones se acercan -afirmó Faith.

Hope se arrepintió del día en que les había enseñado a poner conferencias a tres. De otro modo, como Faith iba a estar un tiempo en Los Ángeles y Charity en Chicago, tendrían que haberla atacado por separado. Y así, no habrían podido con ella. Pero contra las dos a la vez, tenía que hacer un gran esfuerzo por salvar su vida. O en ese caso, su modo de vida.

¿Y qué había de malo en su forma de vida? Nada. Le encantaba vivir en Nueva York. Era una mujer con un buen trabajo que podía permitirse comprar ropa cara. Es decir, cuando encontrara tiempo suficiente para hacerlo. Podía permitirse unas vacaciones de lujo, si es que alguna vez hacía un hueco en su agenda para ello. Y también tenía un apartamento con unas vistas maravillosas, aunque lo cierto era que casi nunca podía estar en él.

– Lana dice que es muy simpático -insistió Faith.

– ¿Lana? ¿La cantante roquera? Lana se echa novios con chaquetas de cuero y motos. Me lo dijiste tú misma.

– Así lo conoció -continuó Faith-. Su novio actual es un brillante programador informático. «El Tiburón» lo defendió en un juicio contra una de las grandes compañías informáticas.

– ¿«El Tiburón»?

– En realidad, su nombre es Sam Sharkey -aclaró rápidamente Charity-, pero es conocido como «el Tiburón».

– ¿Y ganó?

– Por supuesto. Y mientras esperaban la decisión del juez, se pusieron a hablar y «el Tiburón» dijo que estaba harto de ser el soltero de oro, pero que no pensaba casarse hasta que consiguiera ser socio de la empresa en la que trabajaba.

– Da igual -la interrumpió Charity-. El novio de Lana se lo contó a Lana y ella le dijo que se parecía a ti. Además, resulta que «el Tiburón» vive también en Nueva York… bueno, una cosa llevó a la otra, ya ves.

Así estaba la cosa. Sus propias hermanas estaban tratando de concertarle una cita con un abogado que había representado en un juicio a un roquero acusado de plagiar programas informáticos. Lo del gato le parecía cada vez mejor solución. Uno normal con una piel bonita o quizá uno de pelo largo y suave, al que fuera agradable acariciar.

A Hope le gustaba su vida y estaba encantada con su trabajo. Lo único que quería era llegar a ser, a sus veintiocho años, la vicepresidenta más joven de Palmer. Luego entraría en la siguiente fase de su vida, donde podrían verse incluidos el amor y la felicidad. Quizá entonces sí buscaría un hombre con pelo fuerte y suave al que poder acariciar…

– Escuchad, os agradezco muchísimo lo que estáis haciendo por mí, pero para salir de este bache no necesito a ningún hombre para que me acompañe a salir por ahí.

Echó un vistazo a la pantalla de su ordenador y esbozó una sonrisa. Eran más de las nueve de la noche y seguía en su despacho. Sus compañeros se habían ido ya. Hasta San Paul, «el Perfecto» se había ido a casa con su encantadora mujer e hijos. Sabía que se había ido porque se había asomado a su despacho para saber si ella seguía allí, y al ver que estaba, se había visto obligado a inventar una disculpa para explicar su pronta retirada. Le había dicho que tenía que buscar algo para la obra de teatro de la parroquia, en la que su hijo pequeño sería el protagonista y su hija, un angelito.

No había ninguna razón para que no pudiera irse a casa, pero allí seguía Hope, haciendo solitarios.

– Lo que quiero es conseguir un gato y decorar un poco el apartamento. Sheila me va a mandar una decoradora muy buena que se llama Yu Wing.

Se oyeron risitas al otro lado de la línea.

– ¿Vas a contratar a la decoradora que Sheila te ha recomendado? -gritó Charity.

El hecho de haber perdido a sus padres siendo aún unas niñas había unido mucho a Hope y sus hermanas. Incluso en ese momento, en que estaba cada una en una punta del país, se contaban todo lo que hacían. Para algunas cosas, eso estaba bien, pero para otras no.

– Sí, es una decoradora que Sheila me ha recomendado. Aplica las técnicas del Feng Shui y Sheila asegura que es…

– Sheila está loca -declaró Faith.

– ¿Y Lana no?

Hubo un silencio.

– La última vez que vi a Lana, pensé que había madurado mucho -comentó Charity.

– El amor la ha cambiado -dijo Faith con voz soñadora.

– Es lo que suele pasar -añadió Charity, aunque su voz no era en absoluto soñadora.

Charity era la más pequeña y la más guapa de las tres. Tenía además un cerebro privilegiado. Sin embargo, a sus veintiséis años, todavía no había encontrado ningún hombre que fuera capaz de ver más allá de su físico. Aunque Hope no culpaba a los hombres por esa debilidad en particular.

– El que el amor los haga felices a algunos…

– ¿Quién está hablando de amor? -replicó Charity.

– Estábamos hablando solo de hacer un trato -dijo Faith.

– Para ayudarte a pasar las vacaciones -añadió Charity-. Sé que te han ofrecido ir a un montón de fiestas, pero que odias ir sola.

– Lana dice que a él tampoco le gusta -intervino Faith-. Quiero decir, ir solo. Dice que las chicas no lo dejan en paz.

– Así que podíais ir los dos juntos para protegeros el uno al otro -concluyó Charity, totalmente convencida de la solidez de su argumento.

– Si él te gusta, claro -aclaró Faith.

– Da igual que me guste o no, ¿no es así? Al fin y al cabo, solo se trata de que me acompañe.

– ¿Entonces vas a conocerlo? ¿Hablarás con él para ver si os entendéis?

– Él está de acuerdo con la idea -aseguró Charity.

– ¿Ya lo habéis arreglado todo?

– Por supuesto que no. Nosotras solo le dimos tu número de teléfono.

– Sí, el de tu casa, el del trabajo y el del móvil -explicó Charity.

– ¿Y no le habréis dicho quizá que estaba interesada? -preguntó Hope, levantándose y disponiéndose a salir del despacho.

– Más o menos.

– ¡Que sepáis que os voy a borrar de mi testamento!

– ¿Has hecho ya testamento?

Al día siguiente, que era miércoles, Hope estaba en casa a las siete de la tarde. Normalmente solo llegaba a las siete los jueves, pero Sheila le había concertado una cita con la decoradora para el jueves, obligándola a cambiar su rutina de los jueves al miércoles.

Estaba un poco molesta con Sheila por ello, pero sabía que sus hermanas tenían razón y que debía tratar de ser un poco más flexible y dejar a un lado su rutina.

La decoración de la casa era para Hope un elemento más de la imagen que tenía que dar de mujer triunfadora. En cuanto a la rutina que seguía religiosamente los jueves y los domingos, incluía una breve cena, después de la cual se aplicaba una mascarilla nutritiva en la cara y se daba un baño de pies de burbujas. Mientras se daba el baño, se hacía ella misma la manicura. Cuando se secaba los pies, se hacía la pedicura y, finalmente, se quitaba la mascarilla de la cara y, con ella, toda la suciedad y las toxinas.

Se quitó el traje azul marino y su camisa de seda y se puso un albornoz blanco. Era caliente y agradable, contrastando así con el ambiente del apartamento. Se puso sus zapatillas a juego y fue a la cocina para prepararse la cena en el microondas.

Le había costado un gran esfuerzo decidir si la segunda cita con el decorador sería en miércoles o jueves. Aunque como la primera había sido un jueves, ya se había hecho una rutina. De todos modos, pensaba decirle a Sheila que…

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