Jessica Hart
Una Unión Irresistible
Título Original: Mistletoe marriage (2005)
BRAM estaba descargando balas de paja cuando Sophie lo encontró. Era un asunto delicado levantar cada bala de la parte trasera del camión y se quedó mirándolo un rato mientras las colocaba frente al establo, maravillándose afectuosamente de lo pausada y metódicamente que hacía las cosas.
Después lo vio subir al tractor y esperó. Había algo casi artístico en el movimiento del tractor, hacia delante y hacia atrás, como un extraño y pastoral ballet, y Sophie sintió que la invadía una extraña paz. Levantó el brazo para llamar su atención y él se detuvo al verla, arrebujada en la chaqueta, el viento moviendo los rizos alrededor de su cara.
– ¡Hola! -Bram saltó del tractor y se dirigió hacia ella seguido de la fiel Bess, que corrió para saludar a Sophie saltando de alegría y aullando de una manera muy poco usual en un perro pastor cuando Sophie se inclinó para acariciarlo-. No te esperaba.
– Se me ocurrió venir en el último momento -dijo ella.
Había decidido volver a casa cuando su madre le contó que Melissa y Nick estaban de vacaciones. Aunque ahora desearía no haberlo hecho.
– ¿Vas a quedarte mucho tiempo?
– No, sólo he venido a pasar el fin de semana.
– Pues me alegro de verte -Bram la envolvió en un abrazo-. Ha pasado mucho tiempo.
Los abrazos de Bram eran increíblemente consoladores. De hecho, deberían embotellarlos y venderlos en grandes almacenes para las almas solitarias, siempre había pensado Sophie. Cuando Bram te envolvía entre sus fuertes brazos, una se sentía protegida, segura. No tenía que decir una palabra. Una se apoyaba en su pecho, oyendo los fuertes y pausados latidos de su corazón y, de alguna forma, empezaba a pensar que todo iba a salir bien.
– Yo también me alegro mucho de verte -sonrió Sophie, mirando a su mejor amigo.
Por acuerdo tácito, se acercaron a la valla desde la que podía verse todo el valle. Tenía la altura perfecta para apoyar los brazos y, en el pasado, habían mantenido muchas charlas apoyados en ella.
– ¿Cómo va todo? -preguntó Bram. La contestación de Sophie fue una mueca-. ¿Pasa algo?
– Bueno… pasa de todo -suspiró ella.
Sin preocuparse del musgo, Sophie apoyó los brazos sobre la valla y miró hacia el valle, pensativa. Era de un color marrón muy triste en aquella tarde de noviembre, pero al menos allí se podía respirar. Pensó entonces en el pequeño apartamento que compartía en Londres, donde la única vista eran los patios de cemento o la calle, siempre llena de coches.
Entonces respiró profundamente. Olía a brezo, a ovejas y al humo de la leña que se quemaba en el pueblo, acurrucado en aquel valle del norte de Yorkshire, y poco a poco y sin darse cuenta, Sophie empezó a relajarse.
Siempre le pasaba lo mismo en la granja Haw Gilí. Había algo especial en el aire. Llegaba nerviosa, angustiada, desesperada a veces, pero en cuanto respiraba profundamente el aire fresco, las cosas no le parecían tan horribles.
– Lo de siempre, ¿no? -sonrió Bram. Y Sophie tuvo que sonreír.
A Bram nada le sorprendía, nada lo enfadaba. Resultaba asombroso que hubieran sido amigos durante tantos años siendo tan diferentes. Ella era caótica y turbulenta; él, un hombre pausado, de pocas palabras. Bram era reflexivo y considerado, mientras ella era dada a la exageración y los dramatismos. A veces él la volvía loca con su serenidad, pero Sophie no conocía a nadie más honesto ni más maduro. Bram era su roca, su amigo más antiguo, y siempre la hacía sentir mejor.
– No me hagas reír. Se supone que aún no debo sentirme mejor… por lo menos tengo que llorar un poco y contarte qué me pasa.
– Es decir, lo de siempre -sonrió Bram.
– Te ríes de mí, pero en este momento todo me va fatal -suspiró Sophie. El viento lanzaba los rizos sobre su cara y Bram la vio apartárselos con una mano. El pelo de Sophie, siempre había pensado, era un poco como su personalidad: salvaje y algo indómito. O uno podía decir, como hacía su madre, que era descontrolado y anárquico.
Mucha gente sólo veía esa parte y no la suavidad o lo inusual del color. A primera vista, el pelo parecía de un castaño oscuro normal y corriente, pero si uno lo miraba de cerca veía mechas doradas y cobrizas cuando le daba el sol.
La personalidad de Sophie estaba reflejada en su cara: interesante, más que guapa, con los ojos brillantes, de un color entre verde y gris. Bram siempre pensaba en un río, cuyos colores cambiaban dependiendo de la luz y de la estación. Tenía una boca alegre y una barbilla que revelaba lo obstinado de su carácter… lo que la había llevado a pelearse continuamente con su convencional madre desde que era pequeña.
– Soy un fracaso en todo -suspiró Sophie entonces, sin percatarse de su escrutinio-. Tengo treinta y un años -empezó a decir, contando los problemas con los dedos-. Vivo en un apartamento alquilado que no me gusta nada y estoy a punto de perder mi trabajo… así que ahora ni siquiera podré pagar ese apartamento que no me gusta nada. He perdido al amor de mi vida y mis ambiciones de tener una brillante carrera como artista se han ido por la ventana ya que la única galería a la que pude convencer para que expusieran mis cerámicas ha cerrado -Sophie suspiró de nuevo-. ¡Y ahora me están chantajeando!
Bram levantó una ceja.
– Eso no suena bien.
– ¿No suena bien? -repitió ella, mirándolo con una mezcla de resentimiento y afecto. Con sus pantalones sucios, sus botas llenas de barro y su jersey roto, Bram parecía exactamente lo que era: un campesino, un granjero de cuerpo poderoso debido al trabajo físico y un rostro normal y corriente-. ¿Eso es lo único que vas a decir?
– ¿Qué quieres que diga? -se encogió él de hombros, mirándola con un brillo burlón en sus ojos azules.
– Podrías poner cara de susto, por lo menos. ¡De verdad, cualquiera pensaría que el chantaje es una cosa que ocurre todos los días en el valle de North Yorkshire! Al menos podrías decir: «Qué horror, pobre Sophie». Pero no… «Eso no suena bien».
– Lo siento -se disculpó humildemente Bram-. Es que había pensado que eran cosas de tu madre otra vez.
Estaba en lo cierto, naturalmente. Sophie dejó escapar un largo suspiro.
– ¿Cómo lo has adivinado? -preguntó, irónica.
No era difícil. Harriet Beckwith llevaba chantajeándola emocionalmente toda la vida. De hecho, había convertido el chantaje emocional en un arte.
– ¿Qué quiere ahora?
– Quiere que venga a casa por Navidad -contestó Sophie, moviendo los hombros contra el frío-. Lo tiene todo planeado. Vamos a pasar unas felices navidades todos juntos.
– Ah -Bram entendió el problema de inmediato-. ¿Y Melissa…?
– Estará allí-Sophie terminó la frase por él-. Con Nick, claro.
Intentaba que su voz sonase normal, pero Bram se percató de cuánto le costaba pronunciar el nombre de su cuñado.
– ¿No puedes decirle que vas a pasar las navidades con tus amigos, como el año pasado? Dile que te vas a esquiar o algo así.
– Lo haría si pudiera, pero no tengo un céntimo -dijo Sophie entonces-. Podría mentirle, pero entonces tendría que pasarme todas las navidades escondida en mi apartamento, sin contestar al teléfono, comiendo latas de sardinas y viendo la tele antes de estrangularme con el espumillón.
– Eso no suena muy divertido -sonrió Bram.
– No -asintió ella con un suspiro-. Además, no valdría de nada. Mi madre lo tiene todo planeado. Me ha recordado que mi padre cumple setenta años el día veintitrés de diciembre y quiere hacerle una fiesta.
– ¿De ahí el chantaje emocional?
– Eso es -Sophie imitó la voz de su madre: «Hace tanto tiempo que no estamos todos juntos. Ya no te vemos nunca. A tu padre le haría tanta ilusión». Sus expresivos ojos verdes se oscurecieron-. Según ella, mi padre no se encuentra bien últimamente. Él me ha dicho que estaba perfectamente, pero ya sabes cómo es mi padre. Diría eso aunque estuviera ahorcado, ahogado y descuartizado. Aunque seguro que mi madre está exagerando por un resfriado o algo parecido. Incluso insinuó que la granja empezaba a ser demasiado para ellos y que estaban pensando en venderla, de modo que éstas podrían ser las últimas navidades que pasáramos en la granja Glebe -Sophie volvió a suspirar, desahogándose-. Pero no lo dijo delante de mi padre, claro. Él siempre ha dicho que saldrá de la granja con los pies por delante.
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