Barbara Daly
Navidad Mágica
Navidad Mágica (2004)
Título Original: Mistletoe over Manhattan (2003)
«Qué alivio estar en casa».
Mallory Trent salió del ascensor en la planta cincuenta y tres del Edificio Hamilton situado en el Loop de Chicago y miró con expresión cariñosa la placa de latón que había junto a las sólidas puertas dobles de nogal. Ponía Sensuous, Inc., y debajo de eso, Departamento Legal. Después de la experiencia horrible de la que acababa de escapar, esa placa parecía una bienvenida a las nacaradas puertas del Cielo.
La horrible experiencia había tenido lugar en St. John's Island en el Caribe. Algunas personas podrían considerar que cinco días allí representaban unas vacaciones. Al parecer, algunas personas disfrutaban quemándose bajo el sol, viendo escorpiones y teniendo arena en los pies todo el día. Ella no era una de esas personas. Se sentía más feliz en el trabajo. No le importaba sentir el viento helado que soplaba a través del Lago Michigan. Tenía una buena calefacción que la mantenía abrigada. Y podía comprar mangos y piñas en el supermercado. Y tenía Sensuous, la empresa de cosméticos cuyas oficinas llenaban las últimas cinco plantas del edificio y que representaban su Cielo en la tierra.
– Hola, Cassie -saludó a la primera de sus compañeras con la que se cruzó en el vestíbulo.
Cassie, una mujer bonita de piel suave, con un cabello negro lustroso y ondulado, y capaz de abrir cajas selladas con su lengua afilada, la miró con sus ojos oscuros y asombrados.
– Al fin has vuelto -susurró-. A Bill está a punto de darle un ataque.
– Si no tenía que regresar hasta… -comenzó Mallory.
– Luego -cortó Cassie, apresurándose-. He de averiguar si está en el edificio.
– ¿Quién? ¿Bill? Imagino que está… -pero le hablaba al aire; y acercándose a ella desde la dirección de Cassie, vio a Ned Caldwell, otro de los miembros intermedios del equipo que proporcionaba asesoría interna a Sensuous. Ned era lo opuesto de Cassie, un hombre con gafas que hablaba de forma pausada y se tomaba tiempo para reflexionar. La vio, aminoró el paso y se dirigió hacia ella con una expresión cada vez más fúnebre.
– Si es algo serio -murmuró-, hazme saber cómo puedo ayudarte.
– Ayudarme… -pero también él siguió de largo con inusual velocidad, como si Mallory transmitiera un virus fatal. Contuvo el impulso de regresar a su apartamento, tomarse dos aspirinas y presentarse en las oficinas al día siguiente. Pero siguió hacia su despacho y observó con cautela a la ayudante administrativa, cuyos servicios compartía con Cassie y Ned-. Buenos días, Hilda -saludó con firmeza, retando a la mujer a comentar algo fuera de lo corriente.
– ¡Has vuelto! -exclamó Hilda en un susurro alto, llevándose una mano a su amplio pecho-. Bill Decker quiere verte de inmediato.
– ¿Cómo sabe que estoy aquí? -fue la respuesta de Mallory-. ¿Y por qué susurramos?
Hilda alzó un poco la voz.
– No lo sabe. El viernes llamó cada treinta minutos para preguntar si ya te había localizado, y cada treinta minutos le recordé que estabas de vacaciones, y… y… ¡mentí! -puso los ojos en blanco-. Le dije que te habías negado a revelarme dónde se te podía localizar.
– ¡Hilda! -no le extrañó que Bill estuviera histérico-. ¡Él sabe que yo jamás, jamás, haría eso!
– Sólo quería que tuvieras unas vacaciones por una vez en la vida… -sonó el teléfono-. Oh, diablos, apuesto a que es él otra vez.
Hilda jamás juraba. «¿Qué es lo que pone tan tenso a todo el mundo?»
– Sí, señor Decker -Hilda había recuperado la calma tras el pequeño exabrupto-. Ella, ah, ella… -miró a Mallory.
Ésta asintió.
– Dile que acabo de llegar. Dos días antes -añadió, sin poder contenerse.
– Estará allí en breve -al cortar, miró a Mallory-. Quiero que sepas… -volvía a susurrar- que estoy de tu parte, pase lo que pase.
Mallory apretó los labios, enderezó los hombros, recogió su agenda electrónica y tiró del bajo de la impecable chaqueta del traje negro. Avanzó por el pasillo en dirección al despacho del jefe del departamento legal, Bill Decker, con el porte seguro de una aristócrata. En ese caso, podía parecer que la aristócrata iba camino de la guillotina, pero si su cabeza rodaba, su pelo brillaría con buena salud y luciría un corte reciente. Moriría con la agenda en la mano y las uñas perfectamente cuidadas.
Por el modo en que se comportaban sus compañeros, sólo podía inferir que había hecho algo terrible, desastrosamente mal. Algo cuya naturaleza ni siquiera podía adivinar.
Quizá estuviera a punto de que la despidieran. Durante un segundo, eso la frenó en seco. De todas las cosas que había imaginado que podían sucederle, que la despidieran figuraba al final de su lista.
– Al fin has vuelto.
Bill Decker, que debería de estar contento de verla, frunció el ceño.
– He vuelto dos días antes -era algo que consideraba que no debía dejar de repetir. No tenía derecho a esperarla antes del miércoles. Estaban a lunes, el lunes después del día de Acción de Gracias, un lunes que había planeado pasar tumbada en la playa… hasta que descubrió lo enloquecedoramente aburrido, improductivo e ineficaz que era eso. Incluso había pagado cien dólares a la compañía aérea por el privilegio de regresar antes.
El gesto impaciente de la mano de él le impidió deletreárselo.
– Sensuous está en serios problemas -anunció-. El caso Verde es más de lo que podemos llevar nosotros. Hemos contratado un asesoramiento externo. El bufete al que hemos recurrido es Rendell & Renfro, y a un joven abogado llamado… -calló para alzar un auricular-. Nancy, ¿está Compton en el edificio hoy?
Mallory sintió un escalofrío helado subirle por la espalda, congelando la sonrisa evasiva que exhibía en la cara.
– Pídele que venga un momento -dijo Decker.
¿Podría haber más de un Compton en Rendell & Renfro?
La voz de Decker pareció reverberar por la bruma que había en su mente.
– Como iba diciendo, el caso lo va a llevar Carter Compton. Tengo entendido que es un poco canalla -emitió una risita indulgente-. Va a Nueva York a machacar a los testigos de los demandantes. Consideramos que era una buena idea tener una mujer en su equipo, y desde luego tú eres la elección idónea. Ah, aquí está.
A pesar de sus esfuerzos, Mallory no estaba preparada para que Carter Compton entrara por esa puerta. El corazón le martilleó. La boca se le resecó. Necesitó toda su energía para ponerse de pie.
– ¡Mallory! Es estupendo saber que vamos a trabajar juntos -con un destello de dientes blancos, Carter avanzó y en vez de estrecharle la mano, enlazó los dedos con los de ella.
La intimidad del contacto le provocó una descarga de electricidad por todo el cuerpo. Era un hombre con presencia, un hombre poderoso, alto y musculoso, y la mano era grande y cálida, con dedos largos y anchos. La invadieron recuerdos de su legendaria fama de donjuán. Habían ido juntos a la facultad de Derecho, habían estudiado juntos, trabajado juntos en la revista de Derecho. De hecho…
Ese recuerdo que llevaba años bloqueando se precipitó a la primera fila de su mente. Antes de los exámenes del segundo semestre, Carter y ella habían pasado una noche juntos estudiando en el apartamento de él… y no le había hecho ninguna insinuación.
– ¿Dónde has estado todo este tiempo? -preguntó él-. Nunca te veo.
La miró desconcertado y ella se preguntó cuánto tiempo llevaba mirándolo, boquiabierta y con los ojos desorbitados.
– He estado aquí -repuso, recuperando la mano-. Ocupada.
En el pasado, el pelo oscuro de él había estado largo y rebelde. Durante los últimos años, cuando lo había visto de lejos en las fiestas de trabajo, para escapar de inmediato al rincón opuesto de la sala, había notado que lo llevaba corto. Cada año vestía de manera más elegante. En ese momento, llevaba un traje gris marengo con rayas finas y una impecable camisa blanca. Una corbata negra y un pañuelo blanco almidonado en el bolsillo de la pechera completaban el aspecto refinado. Había progresado mucho de los vaqueros y las cazadoras que había lucido en sus tiempos de estudiante.
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