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Jessica Steele - Heredad en conflicto

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Heredad en conflicto: resumen, descripción y anotación

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Se rumoreaba que el acaudalado financiero Stallard Beauchamp tenía debilidad por las mujeres bonitas. No obstante, desde el principio él aclaró que consideraba a Farran como un ser despreciable, una chica materialista a quien sólo le interesaba el dinero que podía ganar. No era justo, ¿pero cómo podría ella convencerlo de que estaba equivocado? ¿Y por qué le importaba tanto su opinión, si nada significaba para él?

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Jessica Steele Heredad en conflicto Heredad en conflicto 1990 Título - photo 1

Jessica Steele

Heredad en conflicto

Heredad en conflicto (1990)

Título Original: Unfriendly proposition (1990)

Capítulo 1

Farran Henderson reconoció con dolor que, para empezar, su primer error fue enamorarse de un hombre casado. Su segundo error, fatal, fue imaginarse que Russell Ottley sintió, alguna vez, amor por ella.

Miró por la ventana del avión que la llevaba a casa, desde Hong Kong, en donde trabajó durante los diez últimos meses. Parecía que el mes de enero en Inglaterra estaba tan sombrío como sus pensamientos, notó Farran al aterrizar el avión en Gatwick.

Sin embargo, su mente fue ocupada de nuevo, al igual que durante el resto del viaje, por Hong Kong. ¡Qué tonta fue!

No la sorprendía ahora haber renunciado de inmediato, sin quedarse a trabajar los dos últimos meses estipulados en su contrato. Le estaba costando mucho trabajo vivir con la vergüenza de haberse más o menos lanzado sobre su jefe, para no hablar del penoso recuerdo de…

Como si todavía le fuera difícil recordar que fue tan crédula, Farran interrumpió sus pensamientos. Se dijo que, para empezar, no se lanzó sobre Russell Ottley. Para empezar, usó toda su fuerza de voluntad para evitar que él se percatara de lo que sentía por él.

Recordó cómo empezó todo. Después de trabajar para Yeo International durante tres años, vio el puesto vacante de secretaria en la filial de Hong Kong. Envió su solicitud, pero la competencia fue muy dura. Eso le causó una mayor satisfacción al saber que, entre todas las candidatas, ella fue la elegida.

Hong Kong había sido todo lo que ella leyó y mucho más; debía ser una de las ciudades más emocionantes del mundo… esas fueron sus primeras impresiones al llegar. Al conocer a su nuevo jefe, Russell Ottley, sus impresiones sobre Hong Kong fueron opacadas por él.

No tardó mucho en descubrir que Russell estaba casado, con dos hijos. Eso fue suficiente para que Farran le pusiera un cartel mental de "No tocar". Pero, gracias a una o dos insinuaciones, se imaginó que Russell no tenía un matrimonio feliz. Después de trabajar tres meses a su lado, su jefe implicó que su esposa planeaba abandonarlo y el letrero de "No tocar" se hizo un poco borroso.

Sin embargo, después de seis meses de laborar juntos y de negar sus sentimientos por él, Farran tuvo que enfrentarse al hecho de que lo amaba.

Tres meses después de eso, se imaginó que quizá Russell sentía lo mismo por ella… y eso fue una agonía para la chica, quien, no obstante, lo alentaba para que salvara su matrimonio.

Mas, siendo humana, se conmovió cada vez que Russell, después de insinuar que su matrimonio estaba perdido, empezó a mirarla de modo especial, a llamarla "luz de mi vida" o, por accidente, "cariño", con ternura.

Unos cuantos días antes, las cosas llegaron a un punto culminante cuando Russell, después de decirle que su esposa estuvo haciendo las maletas, se acercó al escritorio de Farran y de pronto la tomó de los brazos.

– ¿Qué no sabes qué es lo que me provoca el estar cerca de ti? -preguntó con un tono de voz torturado.

En ese momento, Farran no estuvo lista, no había pensado en la situación y se apartó, para dirigirse con rapidez al tocador de damas.

Fue allí en donde Farran se percató de que las cosas habían ido demasiado lejos para fingir que no significaban nada el uno para el otro. Descubrió, de pronto, que, a causa de la historia de fracasos matrimoniales que había en su familia, hasta ese momento no había pensado que podría haber una oportunidad para Russell y ella.

Aunque su esposa lo estuviera abandonando, de todos modos debía considerarse a los niños; Farran estaba segura de eso, puesto que su propia niñez no fue de las mejores. Lo cual quizá también constituía otro de los motivos por los cuales luchaba contra el amor de Russell, para no dañar a los hijos de éste.

Revivió la confusión de la separación y el divorcio de sus propios padres. La vida fue más ordenada cuando su madre se casó de nuevo con Henry Presten. ¡El querido y distante tío Henry! Él también estuvo casado antes y tenía una niña cinco años mayor que Farran. Pero el segundo matrimonio no funcionó mejor que el primero. De hecho fue peor, puesto que la madre de Farran abandonó a Henry con su propia hija, de trece años, y Farran se sintió aún más confusa.

Así que se hizo a la idea de que si la situación iba a ser manejada de modo adecuado, los hijos de Russell no tenían por qué conocer la misma confusión que Farran sufrió.

Regresó a su escritorio y le sonrió a Russell con calidez. Ahora que había aclarado sus ideas, ansiaba decirle cuánto lo amaba y oír las mismas palabras de boca de él. Aunque era lo suficientemente moderna para aceptar el papel de ser la segunda señora Ottley, también era lo bastante anticuada para decir que él debía acercársele primero.

Sin embargo, transcurrieron dos agónicos días antes de que Farran se diera cuenta de que Russell se le iba a declarar.

Fue un jueves por la mañana. Farran levantó la vista y se percató de que Russell no atendía los documentos que tenía enfrente, sino que la observaba con fijeza.

– ¿Hay algo… que te molesta? -sonrió a modo de invitación.

– Podría decirte que sí -alentado por su sonrisa, se acercó al escritorio de la chica.

Al percibir la respuesta en los ojos de Farran, Russell la abrazó con fuerza y devoró con ansia su boca con la suya. El tiempo pareció detenerse.

– ¡Russell! -suspiró Farran al recobrar el aliento.

– Ahora sabes qué es lo que me molesta -susurró él de modo seductor, lo cual emocionó a la chica.

– Sí -replicó ésta. Estaba tan regocijada por su insinuación de que la amaba que poco faltó para que se echara sobre él.

Russell fue el primero en hablar al terminar el segundo beso y la miró con un brillo afiebrado en los ojos.

– ¡Vaya, Farran! -exclamó-. Pensé que serías apasionada, pero tendré que renunciar a mi empleo si esto es sólo una muestra.

Gozosa por lo que consideró que era la confirmación de que en verdad la amaba y de que declaraba que tendrían una relación permanente, Farran de nuevo tomó la iniciativa. Se besaron otra vez y la respuesta de la joven fue más entusiasta que nunca.

Mas, de pronto, los recuerdos de su triste niñez le provocaron remordimientos de conciencia y se apartó un poco.

– Tenemos… que hablar -murmuró.

– Si eso es lo que deseas -comentó Russell con rapidez-, y veo que así es, podríamos pasar el fin de semana juntos.

Al principio, no estuvo segura de qué sintió al respecto.

– ¿En dónde? -sus grandes ojos cafés lo miraron con curiosidad.

– ¿En dónde más que en mi apartamento? -contestó con una sonrisa.

– ¡Russell! -estuvo segura de que su matrimonio había terminado y de que su espesa ya estaría en Inglaterra.

– ¿Lo harás?

– ¿Pasar el fin de semana contigo en tu apartamento? -inquirió la chica.

– Me parece un lugar tan agradable como cualquier otro -añadió con una sonrisa-. Podremos… pues… hablar todo lo que quieras entonces.

– El bienestar de los niños tiene que ser prioritario -señaló Farran con seriedad; todavía no sabía si la esposa se los había llevado consigo a Inglaterra o si los había dejado con su esposo, como lo hizo la propia madre de Farran.

Sólo al ver la mirada de sorpresa de Russell se le ocurrió que, quizá, él no pensó que sería tan comprensiva con la responsabilidad para con los niños. De todas formas, la sorprendió un poco al replicar:

– No entiendo qué tiene que ver su bienestar contigo y conmigo, dulzura.

Farran sólo logró deducir que su esposa debió llevarse consigo a los niños a Inglaterra y que Russell debía estar molesto al respecto. Pero, como sus hijos la preocupaban mucho, insistió.

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