Kate Carlisle
¿Quién seduce a quién?
¿Quién seduce a quién? (2012)
Título Original: How to Seduce a Billionaire (2011)
Serie: 3º Los hermanos Duke
Nota a mí mismo: «Prohibir vacaciones a empleados», farfulló Brandon Duke al comprobar que la taza de café estaba vacía. Otro recordatorio de que su valiosa ayudante, Kelly Meredith, seguía de vacaciones. Llevaba fuera dos semanas; desde su punto de vista, eso eran catorce días de más.
No era que Brandon no fuera capaz servirse un café, pero Kelly siempre se adelantaba, apareciendo para rellenarle la taza con café caliente en el momento justo. Era una maravilla en todos los sentidos: los clientes la adoraban, las hojas de cálculo no le daban ningún miedo, y tenía un don para reconocer el mal o buen carácter de las personas con solo mirarlas. Esa cualidad valía su peso en oro, y Brandon la había aprovechado pidiendo a Kelly que lo acompañara a reuniones de negocios por todo el país.
Brandon también tenía buen instinto a la hora de evaluar a un posible socio de negocios, o la motivación de un competidor, pero Kelly era un gran apoyo. Hasta sus hermanos habían adquirido el hábito de pedirle que colaborara en la contratación de empleados y en la solución de problemas de otros departamentos. Todo funcionaba mejor gracias a ella.
Aprovechando la tranquilidad de la oficina a esa hora tan temprana, Brandon empezó a escribir notas para la conferencia telefónica que tendría con sus hermanos más tarde. El Mansion Silverado Trail, en Napa Valley, nuevo centro vacacional de los Duke y joya de la corona de su imperio hotelero, estaba a punto de inaugurarse; había llegado el momento de centrar sus energías en nuevas propiedades y nuevos retos.
Revisó la lista de opciones para pujar por la absorción de una pequeña cadena de hoteles de lujo en la pintoresca costa de Oregon, después consultó su agenda. Cada hora del día estaba ocupada con citas, conferencias telefónicas y entregas, gran parte de ellas relacionadas con la gran inauguración. Por suerte, Kelly volvía ese día. Su sustituta había sido competente, pero Kelly era la única capaz de manejar la miríada de tensiones y conflictos que implicaban los eventos venideros.
La esposa de su hermano estaba a punto de tener un bebé. Iba a ser el primer nieto. Eso sí que iba a ser una celebración por todo lo alto. Brandon tenía que comprarle algo y no tenía la menor idea de qué; confiaba en que Kelly sabría elegir el regalo perfecto, y hasta lo envolvería.
Brandon oyó ruido de papeles y de cajones al otro lado de la puerta entreabierta.
– Buenos días, Brandon -saludó una voz alegre.
– Ya era hora de que volvieras, Kelly -replicó él con alivio-. Ven a verme en cuanto puedas.
– Vale. Pero antes prepararé café.
Brandon consultó el reloj. Había llegado quince minutos antes de su hora, otra muestra de que era la empleada ideal.
– Me gusta estar de vuelta -murmuró Kelly, encendiendo el ordenador. Era difícil de creer, pero había echado de menos a Brandon Duke. El sonido de su voz grave le provocaba un escalofrío que atribuía a la pasión que sentía por su trabajo.
Dejó el bolso en un cajón del escritorio y fue a preparar café. Al llenar la jarra de agua se dio cuenta de que le temblaba la mano y se obligó a relajarse. No había razón para sentirse nerviosa.
Aunque había hecho algunos cambios durante las vacaciones, nadie los notaría. Se fijaban en su buen sentido de los negocios y en su actitud positiva. No se darían cuenta de que, en vez de uno de sus habituales trajes pantalón, llevaba puesto un precioso vestido de punto color gris oscuro que acariciaba sus curvas con sutileza. Ni de que había cambiado las sosas gafas de los últimos cinco años por lentillas.
– Kelly -llamó Brandon desde su oficina-. Trae la carpeta de Dream Coast cuando vengas, ¿vale?
– Ahora mismo voy.
La familiar voz de Brandon Duke hizo sonreír a Kelly. Con una altura de un metro noventa y tres, tendría que haberla intimidado desde el primer día. Además, sabía que bajo los trajes de diseño había músculos duros como rocas. Habían coincidido en el gimnasio del hotel más de una vez, y lo había visto en pantalones cortos y camiseta. Ver a un exjugador profesional de fútbol americano levantando pesas era un espectáculo que la dejaba sin aliento, pero ella lo achacaba a haberse excedido en la cinta de ejercicios.
Soltó una risita al pensar en algunas de sus amigas, que habrían asesinado por ver al guapo Brandon Duke en pantalones cortos. Por suerte, Kelly nunca se había sentido tentada por su jefe.
Era un hombre espectacular, sí, pero para Kelly era mucho más importante su puesto de trabajo que una aventura breve e insignificante con un deportista famoso. Y una aventura con Brandon Duke solo podía ser así. Había visto a las mujeres que hacían fila para salir con él, y cómo eran desechadas a las dos semanas como mucho.
– ¿Qué diablos te pasa? -susurró para sí. Nunca había pensado en su jefe en esos términos, y no tenía intención de empezar a hacerlo. Sacudió la cabeza, disgustada consigo misma.
Mientras se llenaba la cafetera, Kelly miró por la ventana, sintiéndose orgullosa y afortunada por estar allí. ¿A quién no le gustaría trabajar en lo alto de una colina, en el corazón del valle Napa, con vistas a viñedos que se perdían en el horizonte?
Brandon y su equipo ejecutivo llevaban cuatro meses trabajando in situ en el Mansion Silverado Trail. Seguirían allí alrededor de un mes más, hasta que el complejo estuviera abierto al público y concluyera la vendimia. Después regresarían a la sede central de Duke, en Dunsmuir Bay.
Para entonces, Kelly habría completado su plan y su vida volvería a la normalidad. Entretanto, tendría que acordarse de respirar y relajarse.
– ¿Oyes, Kelly? Relájate -murmuró, alisando el vestido con las manos. Después, llenó dos tazas de café-. Respira.
Dejó un café en su escritorio, recogió el correo y abrió la puerta del despacho de su jefe.
– Buenos días, Brandon -saludó, dejando el correo sobre su mesa.
– Buenos días, Kelly -dijo él, mientras escribía en una libreta-. Me alegro de tenerte de vuelta.
– Gracias, yo también de estar aquí -dejó la taza sobre el papel secante-. Café.
– Gracias -dijo él, absorto en lo que escribía. Un momento después, llevó la mano a la taza y alzó la vista. Sus ojos se agrandaron-. ¿Kelly?
– ¿Sí? -ella lo miró y parpadeó-. Ah, disculpa. Querías la carpeta de Dream Coast. La traeré.
– ¿Kelly? -su voz sonó tensa.
– ¿Sí, Brandon?
Él la miraba con… ¿incredulidad? ¿Horror? No era buena señal. Cuánto más la miraba, más nerviosa se ponía.
– Eh, vamos -dijo-. No tengo un aspecto tan horrible como para hacerte enmudecer -toqueteó el cuello del vestido, sonrojándose.
– Pero, ¿qué has hecho con…? -su voz se apagó, pero siguió mirando su rostro.
– Ah, ¿lo dices por las lentillas? Sí. Era hora de un cambio. Voy a por la carpeta.
– Kelly -sonó exigente.
Ella se dio la vuelta y vio que él la miraba el pelo. Suspiró y se apartó un mechón de la mejilla.
– Me lo han aclarado y le han dado forma. Nada importante -salió corriendo a por la carpeta.
A juzgar por la reacción de Brandon, la gente iba a mirarla como si fuera una alienígena. Así no iba a ser fácil relajarse, respirar y ejecutar su plan.
Buscaba en el archivador cuando oyó el sonido de las ruedas de la silla de Brandon. Segundos después él estaba en el umbral. Seguía mirándola.
– ¿Kelly? -repitió.
– ¿Por qué no haces más que repetir mi nombre? -Kelly alzó la cabeza.
– Para comprobar que eres tú.
– Soy yo, así que vale ya -le dijo-. Ah, aquí está la carpeta, por fin.
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