A la gente frágil que no para de hacerse preguntas
Eduardo Punset, 2011.
Ilustración de portada: Lawrence Manning / Corbis
Diseño de portada: Mario Eskenazi.
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Notas
«El pasado fue siempre peor, y no hay duda de que el futuro será mejor.»
Ese mensaje orienta el Viaje al optimismo al que nos invita Eduardo Punset. Los constantes avances científicos que recorreremos con el autor justifican abordar con entusiasmo el futuro.En este viaje, Punset desmiente que la crisis sea planetaria proclama la obligada redistribución del trabajo mientras la esperanza de vida aumenta dos años y medio cada década,y recuerda que ya no es posible vivir sin las redes sociales.
Hoy afirma, «la manada reclama el liderazgo de los jóvenes», es más necesario que nunca «aprender a desaprender» y debemos asumir que la gestión de las emociones es una prioridad inexcusable.
Eduardo Punset
Viaje al optimismo
Las claves del futuro
ePUB v1.0
12.8.13
Capítulo 1
Por qué nos preocupamos más de la cuenta
Capítulo 3
Hacía setecientos millones de años que no ocurría nada parecido
Capítulo 2
La crisis no es planetaria
A primera vista, somos seres desvalidos a los que sólo la tecnología y el espíritu pueden ayudar. Cuando se analiza la situación con cierto detalle, sin embargo, se hace preciso constatar que habría que remontarse varios cientos de millones de años atrás para encontrar noticias tan alentadoras como las que nos invaden todos los días.
Nunca había ocurrido nada igual
Hace setecientos millones de años se fraguó la increíble aparición de los organismos multicelulares, que dieron lugar al reino animal a partir de sus ancestros unicelulares, en un proceso evolutivo maravilloso y fundamental, que todavía está cargado de incógnitas. Las cianobacterias filamentosas fueron las primeras que alumbraron formas multicelulares sencillas.
—Espiroqueta, espiroqueta… ¿Por qué no te quedas conmigo? —le dijo la primera célula a su compañera, que se movía con mayor rapidez gracias a sus cilios y flagelos—. Si te quedas conmigo, las dos iremos más deprisa.
—De acuerdo —respondió la espiroqueta, segura de poder contar con un nuevo entorno a salvo de depredadores.
Así pudieron ser los orígenes de la comunidad andante de trillones de células que componen los humanos hoy día. Los nuevos organismos multicelulares no eran comparables a los unicelulares de antaño ni en tamaño, ni en la versatilidad funcional, ni en el nivel de resiliencia, ni en la capacidad programadora y grado de perfeccionamiento genético, ni, por supuesto, en sus posibilidades de supervivencia. Maynard Smith considera la multicelularidad entre las nueve innovaciones evolutivas más importantes. No ha habido, con toda certeza, un avance más insospechado y decisivo a la vez a lo largo de la evolución, como no sea el impacto de las interacciones de las redes sociales, como se verá más adelante. Entre uno y otro hay tanto para elegir que no todos los paleontólogos coinciden en identificar a los protagonistas de los cambios más decisivos.
Una forma certera de detectar a los impulsores de la historia evolutiva sería identificar los entes y formas responsables del salto de los organismos unicelulares a los multicelulares. Como señala David L. Kirk, «en la Tierra, es mucho mayor la presencia de organismos unicelulares que de multicelulares, pero sin estos últimos el planeta parecería un desierto peor que el de Marte». En otras palabras, sin la multicelularidad y su evolución, en este planeta no existirían ni las plantas, ni los animales, ni, por supuesto, el hombre. Las ventajas de los organismos multicelulares son evidentes: aumento del tamaño para protegerse de los depredadores; diferenciación celular, que permitió el inicio de la especialización, y la reproducción sexual, que posibilitó la diversidad necesaria para adaptarse mejor al medio ambiente.
El relato no está exento de sorpresas hasta ahora inesperadas. Resulta que el enorme cambio al que tanto atribuimos —no hubo otro mayor en la historia de la evolución— no se debió a grandes innovaciones o mutaciones genéticas, sino que estaba escrito ya en el quehacer cotidiano de los organismos unicelulares, que se habían preparado para las grandes e inminentes transformaciones. Es fascinante que científicas como Nicole King, de la Universidad de California-Berkeley, hayan podido demostrar que todos los animales —desde las esponjas a los vertebrados— tienen antecesores comunes. ¿Les interesa a mis lectores ver cómo pinta el coanoflagelado, un protozoo unicelular parecido a un espermatozoide que vive en el mar cazando bacterias con su collar de tentáculos y su flagelo, y que podría ser muy parecido al antecesor unicelular de los primeros animales?
El conoflagelado, con su collar de tentáculos y su único flagelo, es quizá el pariente unicelular vivo más próximo a los animales multicelulares. © Carles Salom
El origen de los organismos multicelulares, uno de los eventos más increíbles e importantes en la historia de la vida, permanecía todavía en penumbra, por la ausencia en el registro fósil de los primeros intentos hacia la multicelularidad animal, ya que estos nuevos individuos carecían de partes duras susceptibles de dejar alguna pista al morir. Sin embargo, el desarrollo de la filogenética y la genómica comparativa ha permitido identificar posibles ancestros unicelulares y trazar las transiciones hacia la multicelularidad.
Los caminos hacia la multicelularidad pudieron implicar mutaciones genéticas que afectaron a la capacidad de las células para dividirse, de manera que las células hijas permanecieron pegadas en lugar de separarse y estas quimeras continuaron la evolución. Lo que parece claro es que la selección natural ha premiado la asociación de células en organismos para aprovechar los beneficios de permanecer juntos, algo que no debe sorprendernos a los que mil millones de años después nos adentramos en las redes sociales. En cualquier caso, durante estas primeras etapas hacia la multicelularidad fue primordial elaborar sistemas de adhesión y comunicación para coordinar las actividades de las células constituyentes del grupo; permitir la división del trabajo y la especialización, de manera que células diferentes pudieran hacer cosas distintas, y abrir la puerta a la aparición de tejidos y órganos.
Por otra parte, lo que el registro fósil sí nos dice es que los antecesores de las bacterias filamentosas multicelulares pudieron poblar la tierra hace 3.200 millones de años. Entonces, en una «aceleración» de la ola evolutiva, se generaron los primeros experimentos de la multicelularidad eucariota (no bacteriana), y se identificaron fósiles de formas filamentosas de algas rojas (1.200 millones de años), algas verdes (antecesores de las plantas, 750 millones de años) y embriones animales (600 millones de años).
En estos 700 o 600 millones de años evolucionamos desde nuestros sencillos antepasados unicelulares a una ruidosa manifestación de complejidad y diversidad, que se refleja actualmente en los siete millones de especies animales que habitan en la Tierra, desde gusanos en el fondo de los mares a elefantes en la sabana africana. Sus cuerpos coordinan trillones de células que forman músculos, huesos y centenares de otros tejidos celulares. El inicio del reino animal puede considerarse otra revolución ecológica.