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Publicado por Libros del Asteroide S.L.U.
Composición digital: Newcomlab S.L.L.
Prólogo
Sobre un lejano soportal, el reloj de la torre suena seis veces y a continuación se detiene. Hay un joven desplomado sobre su escritorio. Ha llegado a la oficina al amanecer, tras otra noche de inquietud. Lleva el pelo despeinado y unos pantalones demasiado grandes. Tiene en la mano veinte páginas arrugadas: la nueva teoría del tiempo que enviará hoy por correo a una revista alemana de física.
En la sala flotan tenues sonidos procedentes de la ciudad. Una botella de leche tintinea sobre el empedrado. Alguien despliega el toldo de una tienda en la Marktgasse Un carro con verduras traquetea lentamente en alguna calle. Un hombre y una mujer hablan en susurros en un apartamento cercano.
Bajo la débil luz que inunda la sala, los escritorios tienen un aspecto sombrío y suave, como animales dormidos. Excepto el del joven, que está abarrotado de libros abiertos, los doce escritorios de roble están cubiertos de documentos pulcramente organizados el día anterior. Dentro de dos horas, cuando llegue, cada empleado sabrá exactamente por dónde empezar, pero en este momento, bajo esta débil luz, los documentos de las mesas no son más visibles que el reloj de la esquina o el banquillo de la secretaria junto a la puerta. En este momento, lo único que se ve son las formas sombrías del mobiliario y la figura del joven desplomado.
Son las seis y diez según el invisible reloj de la esquina. A cada minuto que pasa se van perfilando más objetos. Ahí aparece una papelera de latón. Allí un calendario en la pared. Aquí la fotografía de una familia, una caja de clips, un tintero, una pluma. Allí una máquina de escribir, una chaqueta doblada sobre una silla. Cuando llega su turno, las ubicuas estanterías emergen de la niebla nocturna que inunda las paredes. Las estanterías contienen archivos de patentes. Una de esas patentes se refiere a un nuevo trépano de dientes curvos que minimiza la fricción. Otra propone un transformador eléctrico capaz de mantener un voltaje constante cuando varía el suministro eléctrico. Otra presenta el diseño de una máquina de escribir con unos tipos de velocidad reducida que eliminan el ruido. Es una sala llena de ideas prácticas.
Afuera, las cimas de los Alpes resplandecen bajo el sol. Estamos a finales de junio. Un barquero desata su pequeño esquife en el Aar, lo aleja de la orilla y deja que la corriente lo arrastre por la Aarstrasse hacia la Gerberngasse, donde distribuirá sus manzanas y bayas de verano. Un panadero llega a su tienda de la Marktgasse, enciende su horno de carbón y comienza a amasar la harina y la levadura. Dos amantes se abrazan en el puente Nydegg y contemplan el río con tristeza. Un hombre examina el cielo rosado desde su balcón de la Schifflaube. Una mujer insomne baja lentamente por la Kramgasse, asomándose a cada soportal, leyendo los carteles a media luz.
En la larga y estrecha oficina de la Speichergasse, en esa sala repleta de ideas prácticas, el joven empleado sigue dormido en su silla, con la cabeza apoyada en el escritorio. Desde hace ya algunos meses, desde mediados de abril, tiene sueños relacionados con el tiempo. Sus sueños se han apoderado de sus investigaciones. Sus sueños le han agotado, le han dejado tan exhausto que a veces ni siquiera sabe si está dormido o despierto. Pero los sueños ya han cesado. De entre las muchas naturalezas del tiempo, imaginadas como noches igualmente numerosas, una de ellas parece más convincente que las demás. Y no es que las otras sean imposibles. Tal vez existan en otros mundos.
El joven se remueve en su silla, a la espera de que llegue alguna mecanógrafa, y tararea por lo bajo el Claro de luna de Beethoven.
14 de abril de 1905
Imagina que el tiempo es un círculo que se pliega sobre sí mismo. El mundo se repite de forma precisa e infinita.
La mayoría de la gente no sabe que vivirá sus vidas de nuevo. Los comerciantes no saben que realizarán una y otra vez el mismo trato. Los políticos no saben que arengarán desde el mismo atril infinitas veces en los ciclos del tiempo. Los padres atesoran la primera risa de sus hijos como si no la fueran a escuchar nunca más. Los amantes hacen el amor por primera vez desnudándose con timidez, sorprendidos ante la tersura de los muslos, la fragilidad de los pezones. ¿Cómo podrían saber que cada una de esas miradas secretas, cada uno de esos tactos, se repetirá una y otra vez, idéntico a sí mismo?
En la Marktgasse sucede igual. ¿Cómo podrían saber esos tenderos que todos esos jerséis tejidos a mano, todos esos pañuelos bordados, esos bombones de chocolate, esas complicadas brújulas y relojes regresarán a sus escaparates? Al anochecer, se van a sus casas con sus familias o beben cerveza en las tabernas, llaman alegremente a sus amigos en los callejones abovedados, acarician cada instante como si se tratara de una esmeralda que alguien les hubiera dejado temporalmente en depósito. ¿Cómo podrían saber que ninguna de esas cosas es temporal, que todo volverá a suceder de nuevo? Tampoco la hormiga que se desliza por el borde del candelabro de cristal sabe que regresa al mismo punto en el que empezó.
En el hospital de la Gerberngasse, una mujer se despide de su marido, que yace en la cama y la observa ausente. En los últimos dos meses, su cáncer se ha expandido desde la garganta hasta el hígado, el páncreas y el cerebro. A sus dos hijos pequeños, que están sentados en una silla en la esquina de la habitación, les da miedo mirar a su padre, sus mejillas hundidas, su piel avejentada y pálida. La mujer se acerca a la cama y besa con suavidad la frente de su marido, se despide en un susurro y se va a toda prisa con los niños. Está segura de que ese será su último beso. ¿Cómo podría saber que ese momento regresará de nuevo, que ella volverá a nacer, estudiará en el liceo, expondrá sus cuadros en una galería de Zúrich, conocerá de nuevo a su marido en la pequeña biblioteca de Friburgo, navegará con él en el lago Thun, volverá a dar a luz? ¿Cómo podría saber que su marido trabajará de nuevo durante ocho años en una farmacéutica y que una noche volverá a casa con un bulto en la garganta, que volverá a vomitar y a debilitarse y acabará en este hospital, esta habitación, esta cama, este momento? ¿Cómo podría saber eso?
En este mundo en el que el tiempo es un círculo, se repetirá con precisión cada apretón de manos, cada beso, cada nacimiento, cada palabra. También lo hará cada instante en que dos amigos se conviertan en amigos, cada instante en que una familia se rompa a causa del dinero, cada respuesta hiriente en una discusión conyugal, cada oportunidad frustrada por los celos de un superior, cada promesa incumplida.