SINOPSIS
Si en sus anteriores libros Pedro Baños ofrecía un lúcido análisis de las relaciones de poder, esta nueva obra no solo describe con detalle las excepcionales circunstancias que se están dando en el presente y las que padeceremos en el futuro inmediato en nuestro mundo hiperconectado, sino que va mucho más allá y propone soluciones que sirvan a todas las personas, en cualquier país, convirtiéndose en un manual práctico imprescindible.
Las fórmulas del siglo pasado ya no son válidas. Hemos entrado de lleno en la era digital, una verdadera revolución industrial, económica y social cuyos efectos apenas empezamos a vislumbrar. Un mundo regido por la inteligencia artificial, con ordenadores cuánticos, sorprendentes avances en biotecnología y neurociencia, y en el que hasta los objetos más cotidianos estarán conectados a internet.
Habrá empleos novedosos, pero insuficientes. La población, cada vez más envejecida, ocupará ciudades abarrotadas en las que la soledad será la norma. Todo ello aderezado con una sociedad cada vez más polarizada, mientras sufrimos las consecuencias de un calentamiento global que parece imparable. Sin olvidar los movimientos migratorios masivos. Se recrudecerá la lucha entre las grandes potencias por controlar esta nueva realidad y los escasos recursos naturales. Por tanto, hay que trazar estrategias imaginativas y eficientes que satisfagan las necesidades y aspiraciones de las poblaciones, y especialmente de la juventud.
He aquí el enorme reto de este libro. El tiempo apremia, los problemas son urgentes y la incertidumbre máxima. El mañana ya está aquí, y el manual para superar la encrucijada mundial lo tienes en tus manos.
Nota del autor
No puedo enseñar nada a nadie, solo les puedo hacer pensar.
S ÓCRATES
¿Por qué escribe un militar como yo un libro como este? Desde los inicios de mi infancia castrense, allá por 1980, en la Academia General Militar me inculcaron que la principal misión de un profesional de la milicia es servir a los ciudadanos, a los compatriotas, a la sociedad en general. Esta permanente vocación de servicio fue la que me guio durante la elaboración de mis libros anteriores. Y ahora ha seguido siendo mi faro, como un acto de entrega y dedicación a mis conciudadanos, a la hora de escribir esta nueva obra.
Por otro lado, desde que, con 24 años, ya siendo teniente, se me entregó la responsabilidad de dirigir personas en las diversas unidades en las que estuve destinado, tuve la afortunada ocasión de entrar en contacto directo con la realidad social. Los soldados que nutrían las filas procedían de todos los sectores de la sociedad, como era propio en un sistema de reclutamiento forzoso. Esto me permitió conocer y valorar diversas formas de entender la vida, cada una con su problemática particular.
Desde entonces, gracias tanto al dinamismo propio de la vida militar como a mis inquietudes personales, además de mis vicisitudes profesionales en los últimos años —repletos de clases, conferencias, reuniones y otras actividades sociales—, he seguido teniendo la posibilidad de estar en contacto con todos los ámbitos, de escuchar las reivindicaciones de cada persona y grupo. Reclamaciones y exigencias legítimas, pero muchas veces silenciosas o constreñidas a la familia o a pequeños círculos.
Este conocimiento del malestar social, de las quejas de la gente, de las tuyas también, me ha atraído siempre tanto como me ha inquietado. Detectar los problemas, aspiraciones y frustraciones de la sociedad es relativamente sencillo: basta con tener la mente abierta y practicar la escucha activa. Lo complejo es aportar soluciones, que siempre serán parciales y nunca al gusto de todos.
Así, en no pocas ocasiones me han llegado comentarios críticos (siempre bienvenidos, pues nos hacen crecer y mejorar) respecto a que en mis libros detallo los problemas sociales, políticos, económicos y geopolíticos, pero no aporto las soluciones precisas para superarlos y evitarlos en el futuro. Humildemente creo que algo sí he aportado en este sentido, pero reconozco que quizá no tanto como a muchos lectores les hubiera gustado. Como he apuntado antes, ofrecer soluciones es infinitamente más complejo que dibujar y exponer los problemas que nos rodean.
Por ello, y dadas las excepcionales circunstancias que estamos viviendo, y las que previsiblemente vamos a vivir y padecer en el futuro inmediato, parece llegado el momento de lanzarse a la aventura, casi suicida, de proponer soluciones que permitan conseguir un mundo más justo, más seguro y más libre. Soluciones que sirvan para cualquier persona, para todas las sociedades, para todos los países. En este contexto hiperconectado, ya nada se puede hacer en solitario. Y, además, deben ser soluciones de rápida aplicación. En la calle se vive un gran descontento, una profunda desilusión y desencanto. Si las soluciones no llegan cuanto antes, siempre dentro de los márgenes que nos hemos marcado como sociedad, la democracia corre el riesgo nada desdeñable de desaparecer, absorbida por otros sistemas políticos autoritarios que se muestren y se publiciten como más eficaces y mejor capacitados para satisfacer las necesidades universales y permanentes de las personas.
Y este es el enorme reto al que me enfrento aquí: proponer soluciones a los múltiples problemas y dificultades actuales y a los que, previsiblemente, marcarán la sociedad futura. El tiempo apremia y dar respuestas es más necesario que nunca, por la aceleración de los acontecimientos, por los imparables avances tecnológicos. No se puede esperar más, salvo que se desee caer en una revolución —muy probablemente urbana e internacional— que no traerá nada bueno.
He intentado recoger la voz de la calle, siempre atento a los comentarios. He prestado atención a lo que se refleja en las redes sociales, cada vez más importantes y que también permiten tomar el pulso a la sociedad. He procurado abrir mi mente al máximo, sin caer en prejuicios, escuchando a todo el mundo. Los problemas son muchos y la incertidumbre, máxima.
Soy consciente de que me sumerjo en aguas turbulentas, en remolinos que me pueden arrastrar al fondo con suma facilidad. Pero lo considero un deber social, y como tal acepto los riesgos con agrado, consciente de los peligros a los que me enfrento. He puesto toda mi energía en este proyecto, pues los ciudadanos lo precisan, lo exigen y lo merecen.