Pablo, Álvaro y Mauro.
Introducción
Historia de un sofá
Tendría unos diez años. Era por la tarde, después del colegio. Estaba tranquilamente sentado en el sofá del salón, en casa. No recuerdo qué estaba haciendo, supongo que tomando la merienda, entretenido con un cómic o simplemente pensando en mis cosas, es decir, en las cosas que piensa un chaval de diez años. Entonces llamaron a la puerta. Era algo habitual, así que no hice caso y seguí con lo mío, pero al cabo de un momento entraron en el comedor unos señores. Me dijeron que tenía que levantarme porque se iban a llevar el sofá. Atemorizado, me levanté y miré cómo lo cargaban y se lo llevaban. Nos acababan de embargar los muebles. Mi padre se había arruinado.
Antes de eso, mi padre trabajaba en una tienda de muebles, pero su espíritu emprendedor, que había heredado de mi abuelo y que luego heredé yo, le empujó a no quedarse quieto. Siempre tenía ideas nuevas y proyectos que poner en marcha, así que en la década de los setenta creó en Barcelona una cadena de tiendas de muebles a la que llamó Hipermueble. En aquel momento ya hablaba de sinergias, de la posibilidad de negociar precios con los proveedores, de ofrecer productos más asequibles gracias al volumen... La idea era buena, como se ha demostrado luego gracias al enorme éxito de IKEA, pero se adelantó a su época y resultó una empresa fallida.
Así que aquella tarde, ironías de la vida, nos embargaron los muebles porque mi padre había fracasado al intentar crear una cadena de tiendas de muebles. Y no quedó ahí la cosa: unas semanas más tarde nos embargaron la casa entera. Nos echaron del sistema y durante un tiempo tuvo que mantenernos mi abuelo.
Aquella experiencia me marcó. Estaba en pleno aprendizaje, tratando de ubicarme, y vino la realidad y me dio un bofetón que nunca ha dejado de doler. En cierta forma, no he dejado de preguntarme desde entonces cómo es posible que un día cualquiera, mientras estás tranquilamente en el sofá merendando o jugando, puedan venir a tu casa y quitártelo todo. Una respuesta a esa pregunta es que la gente humilde no tiene derecho al fracaso. Tanto mi padre como mi abuelo eran personas emprendedoras, con muchas ideas para mejorar su entorno, pero tenían un hándicap casi insalvable en aquella sociedad: eran de clase social humilde. No es lo mismo poner en marcha un proyecto con un colchón financiero detrás y una sociedad que te respalda, que hacerlo poniendo en juego tu sofá y tu casa. No es lo mismo nacer en Guinardó que en Pedralbes, en Vallecas que en El Viso. Si formas parte de la mayoritaria masa trabajadora, el fracaso no está permitido y, por supuesto, no tienes derecho a una segunda oportunidad.
Heredé de mi padre y mi abuelo el impulso hacia el emprendimiento, hacia las ideas innovadoras; la misma necesidad de poner en marcha iniciativas que mejoraran no sólo nuestra situación familiar, sino la de todos aquellos que estaban alrededor: la gente del barrio, de la ciudad y de la sociedad en general. En mi caso, he conseguido encaminar ese impulso de forma más exitosa: me licencié en Dirección y Administración de Empresas y después de varias experiencia creé Daemon Quest, la primera firma de consultoría en España especializada en Customer Strategy & Intelligence, una empresa que acabó contando con una plantilla de 200 personas, con una facturación de 20 millones de euros y oficinas en Madrid, Barcelona, Lisboa, México y Miami. Después la compañía se incorporó a la estructura de Deloitte y actualmente soy Chief Sales & Marketing Op. de Minsait, que forma parte de Indra, multinacional española de consultoría y tecnología con presencia en más de 100 países. ¿Por qué me ha ido mejor? ¿Soy acaso más listo que mi padre o más hábil que mi abuelo? No, rotundamente no. Lo que ha cambiado ha sido el entorno.
El entorno social determina en gran medida las oportunidades de los individuos, y mi entorno es muy diferente al de mi padre y mi abuelo. ¿Qué ha cambiado? Algo fundamental: la socialización de la tecnología. El mundo de hoy, al menos el mundo desarrollado, ofrece grandes oportunidades a las personas emprendedoras gracias a la tecnología y a la generalización del conocimiento y de la información. El objetivo de este libro es precisamente transmitir a los emprendedores, empresarios, ejecutivos, empleados y ciudadanos en general que tienen delante una gran oportunidad.
También quiero animar, a partir de mi vivencia y experiencia, a la acción, a estar atentos y aprovechar esta gran oportunidad. Porque hoy prácticamente cualquiera puede aspirar a cambiar el estado de las cosas y a mejorar su estatus. Una sola persona, de cualquier edad y de cualquier barrio, por humilde que sea, puede iniciar en internet una reivindicación y reunir una masa crítica suficiente como para obligar a una administración pública a cambiar una medida determinada. Cualquier joven, del barrio del Guinardó o de cualquier otro, puede tener una idea brillante y poner en marcha un proyecto con el que cambiar todo un sector, hacerse millonario y cambiar la vida de millones de personas. Esto era mucho más complicado hace treinta años.
Aquel niño al que un día echaron del sofá y de su casa creció con la inquietud de saber qué había pasado y cómo evitar que se repitiera la historia. Por eso se interesó desde muy joven por la innovación y la tecnología, que le abrieron las puertas a un mundo nuevo. Fundó una empresa de éxito y posteriormente creó una fundación, UnLtd Spain, para impulsar proyectos empresariales que contribuyan a mejorar nuestro mundo, a hacerlo más humano, más habitable y más sostenible.