Cris Planchuelo - El increíble caso del apóstrofo infiltrado: Y otros crímenes contra la ortografía española

VERBOS USURPADORES

SOSPECHOSOS HABITUALES

ASESINOS
DEL ESTILO

PEQUEÑOS
PERO MATONES

REDADA DE TILDES

CONFESIONES DE LA PUNTUACIÓN

EL INCREÍBLE CASO DEL APÓSTROFO INFILTRADO

Este libro jamás habría existido si mi querido Alberto Gómez Pont no me hubiera animado a escribirlo. También tengo que decir que El increíble caso del apóstrofo infiltrado no habría sido tan completo sin las loquísimas propuestas de Gloria Gil, la editora de Pie de Página. Gracias a ambos por creer en mí.

Añado un gracias en caja alta y con negrita para Álex Herrero, el director de Pie de Página, por la amabilidad y la eficacia con las que tanto me ha facilitado el trabajo.

Agradezco a Susana Sierra su tarea de corrección. Su ojo infalible ha puesto en este libro esa nota de perfección que tanto me gusta… y tanto me cuesta.

También quiero dar las gracias a mis alumnos de los cursos de escritura que imparto en Cálamo & Cran y en Fuentetaja. Sus preguntas y afán de conocimiento me han convertido en una rastreadora de respuestas fáciles de entender. Ellos son la esencia de esta obra.

Mi agradecimiento también va para mis hermanos Gregorio, Joaquín, Carmen y Javier, a mis hermanas adoptivas Regina Fernández Durán y Raquel Torres Filoso y a mi sobrina Elisa Planchuelo. Ellos y ellas han actuado como pacientes lectores beta y me han ayudado muchísimo con sus comentarios.

Por último, doy las gracias a Constanza Rodrigo, mi hija, por consentir ser uno de los personajes de la obra y por aceptar con paciencia que el libro nos robase tiempo de estar juntas. Gracias por ser tan buena compañera.

CRIS PLANCHUELO, pedagogo y comunicadora.

Tras 25 años de profesión en revistas femeninas del grupo Hearst y de escribir en diversos blogs, se dedica a enseñar técnicas de redacción y estilo, además de comunicación divulgativa, en las escuelas de escritura Cálamo & Cran y Fuentetaja. También ha impartido cursos en: Universidad del País Vasco y Universidad Francisco de Vitoria, Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, CEU Media, Instituto de Empresa, Instituto Europeo di Design, Instituto de Ingeniería del Conocimiento, Fundación Tripartita, Fundación Germán Sánchez Ruipérez, Incisex de la Universidad de Alcalá de Henares y Universidad Europea de Madrid.

Este es su primer libro.

Qué habría sido de la superagente Leo Ibáñez sin una brigada de estudiosos, pensantes, correctores, comunicadores, escribientes y demás obsesivos de la lengua. Sin semejante cuadrilla jamás habría limpiado la ciudad de matones del estilo y sembradores de erratas. Ellos aparecen en la siguiente lista.

El Instituto Cervantes le ayudó, con su obra de 2016 Las 500 dudas más frecuentes del español (Editorial Booket), a terminar con las incertidumbres que le asaltaban en el curso de sus investigaciones.

La revista Yorokobu le sirvió para esclarecer sus dudas sobre el uso de los paréntesis. Mar Abad fue la autora del texto «El paréntesis: ¿hay que matarlo, como dijo Adorno?». En la misma cabecera, pero en otro número, encontró la reseña de Mariángeles García titulada «Errores correctos: por qué no debes ser un talibán de la lengua». El contenido gira en torno al libro Errores correctos. Mi oxímoron editado por Pie de Página y escrito por Alberto Gómez Font, gran amigo de la superagente.

Precisamente de este amigo es el libro Hablemos asín (Pie de Página) con el que Leo Ibáñez descubrió el placer de aceptar los errores ortográficos como algo pertinente e incluso casi orgánico. Cuando la inquietud interfería en su actividad de superagente, la obra de Alberto Gómez Font actuaba como un eficaz sedante.

El buscador urgente de dudas de la FundéuRAE la sacó de muchos apuros en numerosísimas ocasiones. Tantas que durante un tiempo Ibáñez se confesó adicta a esta web de consultas lingüísticas.

Algo semejante sucedió con el Diccionario panhispánico de dudas en su versión digital. La web https://www.rae.es/dpd/ aparecía con frecuencia en el móvil de la superagente. Incluso durante los fines de semana.

También acudió Ibáñez a la dirección https://www.profedeele.es/ para hallar respuesta a algunas dudillas. Y siempre le estará agradecida a Alberto Bustos, creador de https://blog.lengua-e.com/ al que acudía con relativa frecuencia para cotejar diversas ideas.

Y no podemos terminar este inventario de cómplices sin mencionar a José Antonio Millán, un experto en puntuación. Tanto su libro Perdón, imposible (Ariel) como la extensión digital y siempre consultable http://jamillan.com/perdonimposible/ hicieron más llevaderas las tardes de oficina a las que la jefa de los recotes, mujer de acción, no acababa de cogerle el gusto.

EL INFINITIVO QUE QUERÍA MANDAR

—J efa, un tal Francisco Merlo pregunta por ti. No ha pedido cita.

—Perico, ya sabes que no recibo sin cita —respondió la superagente Leonor Ibáñez por el teléfono interno.

—Parece muy preocupado —susurró el nuevo asistente al auricular.

—Está bien, que pase.

El agitado visitante era el presidente de la comunidad del inmueble en el que vivía. Llevaba algo más de un mes en el cargo y no conseguía que ningún vecino le hiciera el más mínimo caso en sus peticiones. Y eso que enviaba circulares y pegaba cartelitos aquí y allá pidiendo cerrar con llave la puerta del portal, recoger los excrementos de los perros o vaciar los buzones. Pero nadie se inmutaba y todo seguía como si tal cosa.

—Yo creo que me tienen envidia, inspectora. O manía porque soy nuevo en el edificio. Pero mi novia dice que es porque no escribo bien, y por eso he venido.

—Quizás sea como ella dice: un problema de comunicación. Sucede en la mayoría de los casos. ¿En su antigua vivienda también le pasaba?

Pues no, no le pasaba porque vivía de alquiler y nunca antes había sido presidente. Pero ahora que él y su churri se habían comprado ese pisito…

—¿En el trabajo ha experimentado alguna vez esta dificultad?

La verdad es que tampoco había tenido ese problema. Aunque como era vendedor en su propia frutería no necesitaba decirle a la gente lo que tenía que hacer y menos por escrito. Lo hacía él y punto.

—¿Ha traído alguna de esas notas que reparte entre sus convecinos?

—Pues no, no se me ha ocurrido.

—No se preocupe. Lo mejor será que investiguemos sobre el terreno. Dígame su nombre completo, Francisco…

—Bueno, me llaman Paco. Paco Merlo, para servirle. —Detalle que anotó la inspectora Leo Ibáñez junto con la dirección.

Ese mediodía, justo a la hora del café, la infatigable superagente se presentó en el inmueble del frutero. Antes de subir al piso, estuvo dando vueltas por el edificio. En efecto, algunos buzones aparecían repletos. Junto a ellos, un cartel rezaba «Por favor, vaciar los buzones», papel que la jefa del Departamento de Revisión y Corrección de Textos, el RECOTE, guardó en su maletín. Próximo al ascensor estaba pegado el aviso «Vecinos, recoger las cacas de vuestros perros» que también terminó en el cartapacio de la investigadora. Gracias a esta segunda nota dio casi por confirmada la hipótesis que le parecía más plausible. Hum… todavía necesitaba una prueba más, quizás una de esas circulares que mandaba el frutero a los otros habitantes del bloque. Una vez en el pisito, y tras leer con detenimiento esas circulares entre olor a sopa y fritura, Leo Ibáñez dio por terminada su investigación cuando tomó el último sorbo al café servido por Mariloli, la novia del frutero.