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Antonio Alatorre - Los 1001 años de la lengua española [3e]

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Antonio Alatorre Los 1001 años de la lengua española [3e]
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Los 1001 años de la lengua española [3e]: resumen, descripción y anotación

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SECCIÓN DE OBRAS DE LENGUA Y ESTUDIOS LLITERARIOS


LOS 1001 AÑOS DE LA LENGUA ESPAÑOLA

ANTONIO ALATORRE

LOS 1001 AÑOS DE LA LENGUA ESPAÑOLA

Tercera edición, algo corregida y muy añadida

Primera edición 1979 Segfunda edición 1989 Tercerda edición 2002 Sexta - photo 1

Primera edición, 1979
Segfunda edición, 1989
Tercerda edición, 2002
Sexta reimpresión, 2012
Primera edición electrónica, 2013

D. R. © 1979, Fondo de Cultura Económica
Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.
Empresa certificada ISO 9001:2008

Comentarios Tel 55 5227-4672 Se prohíbe la reproducción total o parcial de - photo 2

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Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-1361-5

Hecho en México - Made in Mexico

PRÓLOGO

E N ESTE LIBRO que el lector tiene abierto ante los ojos he querido hacer una historia de la lengua española; contar, a mi manera, el acontecer de un fenómeno que a mí me interesa mucho. Al escribirlo, he pensado en lectores interesados asimismo en el tema. Con ellos he estado dialogando en mi interior, y a ellos me dirijo. Para ellos escribo estos párrafos preliminares, que son una simple y llana invitación a que sigan leyendo. Pueden creerme si les digo que no va a costarles trabajo la lectura. No voy a ponerme pesado ni a portarme exigente con ellos. Lo único que les pido, lo único que presupongo, es un poco de interés por eso que a mí, según he confesado, me interesa mucho: la historia de la lengua española, la historia de “nuestra lengua”, como la llamo a menudo en el curso del libro. Pues, en efecto, además de concebir lectores interesados en el tema, les he atribuido como razón central de su interés la más simple de todas, la más límpida, la menos tortuosa: he imaginado que el español es su lengua materna. Aparte de tales o cuales razones complementarias, la razón central de mi propio interés es ésa. El español es la lengua en que fui criado, la de mi familia y mi pueblo, la de los muchos libros y revistas que leí en mi infancia (yo me hice lector a los cuatro años). El español es una lengua que me gusta. Y ese gusto, exactamente ése, es el que he supuesto en mis imaginarios lectores. Pero si alguno de ellos, careciendo de esa razón, se interesa en la historia del español por ser, digamos, uno de los idiomas importantes del mundo, le pido por favor que no se sienta excluido. También a él me dirijo. Proceda de donde proceda, un poco de interés, un poco de curiosidad es suficiente.

Como todo acontecer humano, el de la lengua española a través del tiempo puede ser contado de muy diversas maneras. Las historias que de ella existen —porque existen varias, algunas de ellas excelentes— coinciden por fuerza en infinidad de puntos. Todas tienen que dedicar algún espacio a la lengua latina, y no digamos al proceso mediante el cual el latín fue convirtiéndose en otra cosa (corrompiéndose, aplebeyándose, empobreciéndose, según el modo de ver de algunos) hasta que un buen día dejó simplemente de ser latín. Todas tienen que hablar de los visigodos, y de los árabes, y de los extraños pueblos con que Cristóbal Colón se topó, por pura casualidad, en 1492. Ninguna puede escaparse de mencionar, en su momento, el Cantar de mio Cid, y el Quijote, y las Soledades de Góngora, y los versos modernistas de Rubén Darío. Todas deberán decir, por fuerza, que de Cervantes para acá la lengua ha ido cambiando (echándose a perder, extranjerizándose, empobreciéndose, según algunos). Finalmente, como la historia tiene siempre algo de magistra, de maestra, todas las historias de nuestra lengua tratan de enseñar, y pueden funcionar como manuales didácticos en los lugares en que se necesite esa “asignatura”. Pero al lado de estas y otras mil coincidencias, hay también las muchas discrepancias: unas historias son más exhaustivas que otras, más técnicas o más minuciosas; unas le piden al lector más conocimientos previos que otras; y no todas subrayan lo mismo, no todas eligen como dignos de contarse los mismos hechos, ni interpretan unos mismos hechos de manera uniforme.

La manera como esta historia está contada ya la irá viendo el lector. Pero hay un par de cosas que quiero decirle aquí. Esta historia es, en más de un sentido, la menos académica que se ha escrito. No hay bibliografía en las notas de pie de página, ni la menor huella del llamado “aparato crítico”, ni más abreviaturas que las usuales en la lengua. Es la menos técnica, la menos profesional. Pondré un ejemplo. Existe una entidad fonética, llamada yod, de la cual se sirven los lingüistas para explicar un número impresionante de transformaciones sufridas por las palabras en su “tránsito” del latín al español, de manera que en todas las historias de la lengua —y con mayor razón en las gramáticas históricas— el fenómeno de la yod aparece y reaparece en distintos párrafos, y aun en páginas enteras. Pues bien, yo me las he arreglado para no mencionarla siquiera (salvo en este momento). De ninguna manera estoy insinuando que los tecnicismos —sonorización, ensordecimiento, palatalización, asibilación, rehilamiento y tantos otros— sean inútiles: lo que digo es que mi libro, a pesar de ser yo vagamente “profesor” de lengua española, no está dirigido a los profesionales. No sólo no tengo datos científicos nuevos que enseñarles a ellos, sino que he evitado lo más posible el lenguaje técnico que ellos emplean. Escribo para la gente. El lector que ha estado en mi imaginación es el “lector general”, el no especializado.

También le quiero decir que, a diferencia de otras historias, la mía no dedica un capítulo por separado al español de América, a manera de complemento o de apéndice. La falta no se debe ciertamente a que la materia me parezca secundaria y desdeñable, sino a todo lo contrario. Somos americanos la inmensa mayoría de los hablantes de español. El “español de América” no tiene por qué ser tratado aparte. El posesivo nuestra de “nuestra lengua” nos engloba a todos por igual. Tan hispanohablante es el nacido en Almazán, provincia de Soria, como el nacido en Autlán, estado de Jalisco. Muy escondida, muy disfrazada a veces, pero muy tenaz, existe en muchos españoles y en no pocos hispanoamericanos la idea de que el español de América es, en alguna forma, menos bueno, menos correcto, menos “legítimo” que el de España. En mi libro no encontrará el lector ningún apoyo para semejante idea, que me es ajena por completo.

En cuanto al título, Los 1 001 años de la lengua española, no hay mucho que decir. Desde luego, es imposible dar una fecha precisa para el nacimiento del español (o de cualquier otra lengua). Lo evidente es que el romance castellano del siglo XII estaba ya muy lejos del latín coloquial del siglo VIII . Los primeros documentos que muestran palabras españolas no tienen fecha; Menéndez Pidal los creía escritos en la segunda mitad del siglo X (o sea hacia el año 975); ahora se piensa más bien que son de la primera mitad del XI ; pero, como en homenaje al maestro, los primeros mil años de nuestra lengua se han celebrado en los alrededores de 1975. Así, pues, podemos decir arbitrariamente que la lengua española nació en la segunda mitad del siglo X , a medio camino entre el VIII y el XII , y que su acta de nacimiento se escribió en 975. Ahora bien, un acta de nacimiento supone una criatura viva. Puesto que esas palabras se escribieron, es claro que vivían ya en boca de la gente. En 1975 nuestra lengua no tenía 1 000 años de edad, sino 1 000 y pico, un pico expresado por la unidad de la cifra “1 001”. Como cuando, en vez de decir que un niño tiene tres años cumplidos, se dice que tiene tres entrados a cuatro, bien podemos decir que nuestra lengua tiene 1 000 años entrados a 2 000. La cifra “1 001” es simbólica. Además, es difícil decir “1 001” sin pensar en

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