Sorprende que sobre la palabra que define el tipo de artículos que llenan este libro no existan referencias en la RAE; ni siquiera la propia Fundación, cuando estaba escribiendo este texto, tenía una recomendación al respecto. Esta obra está compuesta por listículos, un neologismo: lista + artículo = listículo.
Listículo se forma igual en inglés (listicle) que en español y es un nuevo formato, me atrevería a llamarlo género, que se ha puesto de moda porque muchos medios de comunicación digitales han descubierto el poder de atracción lectora de las listas a la hora de conseguir visitas y lecturas digitales. ¿Quién se puede resistir a no leer cuáles son «los 100 lugares que ver antes de morir»? ¿Cómo podemos dejar de lado un artículo que nos promete enseñarnos las «7 técnicas infalibles para triunfar en un examen»?
El poder persuasivo de este formato lista, de los listículos, es tal que en un estudio de la publicación que más sabe sobre contenidos virales, BuzzFeed, se considera el más consultado en sus páginas, por encima de entrevistas, de reportajes y del resto de los géneros del periodismo digital.
Un listículo no es una simple lista. La de la compra, que es la más básica y popular, lo sería, pero si la cobijáramos bajo una intencionalidad algo diferente la convertiríamos en un listículo. No es lo mismo una sucesión de nombres de frutas, verduras y legumbres que esos mismos elementos encabezados por un título que diga: «10 productos para alimentar el cuerpo y el alma» o «Las 10 cosas que no puedo olvidar en el supermercado, aunque vuelva con otras 10 que no necesitaba». En cualquiera de los casos anteriores tenemos ya un listículo.
Pero no es una cuestión solo de modas por influencia del periodismo digital. Desde el mismo comienzo de nuestra historia, los humanos hemos estado obsesionados con las listas, ya sea como promesas de un compromiso futuro o como simple agrupación de pensamientos, más o menos nítidos.
En un mundo caótico y volátil, como el que nos rodea, las listas sirven para hacer comprensible lo infinito y crear un orden. Son, al fin y al cabo, un intento de organizar lo incomprensible. Si la narrativa es el pegamento que une a la humanidad, como señala el autor de Sapiens, Yuval Noah Harari, porque nos sirve para entender el mundo, en un nivel más básico están las listas porque nos aportan la sensación de orden y, por tanto, de control sobre lo que nos rodea. Si somos capaces de crear una lista, empezamos a ser capaces de ordenar el universo, si, además, la lista nos da una clasificación, nos hace creernos dioses. No en vano el propio Dios nos entregó la que quizás sea una de las listas más famosas con sus mandamientos.
Desde las antiguas declaraciones de los escribas egipcios que listaban lo que contenían los graneros reales, pero también hacían listas de motivos por los que algunos trabajadores del valle de los Reyes, en el 1250 a. C., no habían ido al trabajo:
• su mujer estaba menstruando,
• estaba fabricando cerveza,
• amortajó a su madre,
• recogía piedra para el escriba.
Estas y otras enumeraciones, algunas disparatadas y otras sorprendentes, aparecen recopiladas en el libro Listas memorables, de Shaun Usher. Pero la obsesión del ser humano por pintar en papeles, tablas o paredes toda clase de tareas, propósitos, objetos o asuntos pendientes ha crecido hasta llenar millones de libretas, discos duros y hasta pieles (benditos tatuajes), sin olvidar los diarios de listas particulares e ilustrados conocidos como Bullet Journal, que son hoy todo un fenómeno entre quienes defienden el placer de la escritura manual, pero lucen su trabajo subiendo listas decoradas a las redes sociales.
Umberto Eco, en otro libro dedicado a esto mismo (El vértigo de las listas), distingue y clasifica las listas en dos tipos:
• lista práctica
• lista ‘poética’.
La lista práctica se manifiesta en la lista de la compra, en la lista de los invitados a una fiesta, en el catálogo de una biblioteca, en el inventario de los bienes de los que dispone un testamento.
En la lista poética los objetos que se nombran no tienen que existir necesariamente, y, además, esta nace de la imposibilidad de expresarlo todo y sugiere, pues, el vértigo de un «etcétera».
Además, estas listas o listículos, algunas veces, pocas, se ordenan en catálogos, que, como nos sugieren los diccionarios, son relaciones ordenadas en las que se incluyen o describen de forma individual libros, documentos, personas, objetos, etc., que están relacionados entre sí. Por tanto, el catálogo no deja de ser una lista de listas, agrupadas bajo un tema, una época o un ámbito. Es por ello este libro un catálogo algo azaroso y desordenado de listículos. Ha habido catálogos famosos como el fanzine estadounidense Whole Earth Catalog, que ofrecía herramientas, sugerencias y estrategias para la vida cotidiana. Precursor sin duda de lo que es hoy el catálogo mayor de la historia de la Tierra: internet. La propia Fundéu editó hace unos años otro libro de mucho éxito, el Compendio ilustrado y azaroso de todo lo que siempre quiso saber sobre la lengua castellana, pero, claro está, era un compendio, por ello un extracto de lo sustancial, no como este, que pretende ser una lista de listículos.
Pero sin ser tan ambicioso como internet, y al no llevar otra cosa que listas de interés, presentamos hoy este curioso y entretenido libro, a la espera de que la Fundéu nos dé alguna recomendación sobre si el uso del término listículo es posible y razonable. O, quizás mejor, nos ofrezca un artículo adicional en su página web denominado «10 listículos sobre la lengua que te sorprenderán».
No quisiera acabar sin resumirles las 10 razones por las que este libro les va a gustar:
Es curioso, sorprendente e interesante.
Les da temas de conversación para las sobremesas.
Se lo pueden llevar a una isla desierta o a un confinamiento.
Es instructivo, didáctico y ameno.
Es genial para las mesas de recepciones.
Aprenderán muchas cosas sobre la lengua.
No hace falta leerlo seguido.
La mayoría de los listículos no están en internet.
A usted siempre le han gustado las listas.
(_________ Escriba la suya).
MARIO TASCÓN
10 NOVEDADES DE LA ACTUALORTOGRAFÍA
En el 2010, y once años después de la anterior (1999), la Real Academia Española publicó una nueva edición de la Ortografía de la lenguaespañola. Es mucho más extensa que la anterior (864 páginas), más descriptiva e incorpora algunos cambios y novedades.
SOLO, NOSTALGIA POR UNA TILDE
Esta es una de las reglas que más detractores tiene: solo se escribe siempre sin tilde, ya sea adjetivo (Todavía no puede vestirse solo) o adverbio equivalente a solamente (Solo quiero agua). Únicamente es posible acentuarlo, aunque no obligatorio, cuando es adverbio y hay riesgo de ambigüedad, algo que ocurre en muy pocos casos, pues el contexto comunicativo suele deshacer esa posible doble interpretación.