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© 2018 Lisa Childs
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Seducción legal, n.º 5 - diciembre 2018
Título original: Legal Seduction
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com
I.S.B.N.: 978-84-9188-947-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Capítulo 1
Cuatro copas en alto entrechocaron para brindar. La espuma de las burbujas del champán rebosó los bordes, deslizándose por el tallo hasta la base.
—Por Street Legal —dijo Simon Kramer, henchido de orgullo por el éxito de su bufete de abogados. Dieciséis años atrás, cuando era un adolescente que se había escapado de casa, jamás imaginó que algún día pasaría de vivir en las calle a adueñarse de ellas.
—Por nosotros —dijo Ronan, uno de los socios de Simon, con una sonrisa de oreja a oreja a la vez que volvía a entrechocar las copas.
—Por ti, Trev —dijo Stone a Trevor, que acababa de ganar el caso más importante de sus carreras aun cuando los cuatro habían ganado numerosos casos relevantes desde que se habían graduado y habían abierto el bufete, ocho años antes.
Tras aquella victoria, habrían podido cerrar las puertas de Street Legal y vivir de los beneficios obtenidos por el acuerdo alcanzado. Pero Simon sabía que los demás eran como él: demasiado jóvenes y ambiciosos como para que aquel éxito los detuviera. Y sin embargo, Simon quería asegurarse de que se tomaran unas vacaciones para disfrutar de la victoria. Por eso había convencido a sus socios para ir de celebración al bar que acababan de abrir a la vuelta de la esquina, el ¿Quedamos?
Aquella era una victoria particularmente dulce porque Trev había ganado el caso a pesar de que el abogado de la parte contraria se había hecho con información privilegiada del expediente del caso. Simon, como socio director, había diseñado un plan para que eso no volviera a suceder. Si el topo estaba en su despacho, lo descubriría y lo aplastaría.
Trevor murmuró:
—Sigo teniendo curiosidad por saber cómo demonios Anderson se hizo con el informe científico.
—No te preocupes —dijo Simon. También había organizado la celebración porque todos necesitaban relajarse un poco. O desfogarse con alguien.
Ronan apartó la mirada de la mujer a la que había estado devorando con los ojos, y asintió.
—Olvídate de eso. No es posible que el origen de la filtración esté en nuestro despacho con el tercer grado al que Simon somete a los candidatos antes de contratarlos. No hay nadie mejor que un timador para identificar a otro timador. Y nuestro director es el rey de los timadores.
En lugar de sentirse ofendido, Simon sonrió. De no haberse inventado estrategias para ganar dinero para sus colegas y para sí mismo, no habría logrado sobrevivir. Sus amigos habían sido también fugitivos, y él se había dedicado a las estafas mucho antes de conocerlos.
—No, lo más probable es que Trev volviera a casa con una tía buena que aprovechó el momento en el que él se quedó dormido para copiar los documentos que Trev se había llevado a casa —añadió Ronan.
Simon rio.
—¿Es que vosotros os quedáis dormidos?
Él no conseguía dormir si tenía a alguien cerca. Si hubiera confiado en cualquiera que se le aproximara, no habría logrado sobrevivir en la calle. Solo aquellos hombres habían pasado su escrutinio. Juntos habían conseguido sobrevivir. De hecho, hasta habían prosperado espectacularmente. Tenían más dinero, casas más lujosas, coches más veloces y mujeres más explosivas de lo que jamás hubieran podido soñar.
—Ojalá fuera eso lo que pasó —dijo Trev—. Pero este maldito caso ha arruinado mi vida amorosa.
—Por eso mismo he pensado que debíamos venir a ver qué tal es este bar —comentó Simon. Su obsesión por averiguar quién era el topo también había arruinado su vida sexual.
El ¿Quedamos? era exactamente lo que su nombre indicaba: el sitio al que ir a ligar en el centro de Manhattan. Toda la gente guapa estaba allí: modelos, actores y actrices, diseñadores…
Y ellos. Los abogados más exitosos y conocidos de toda la maldita ciudad.
Simon volvió a entrechocar su copa con la de Trevor.
—Tú has ganado el caso, así que olvídate de lo demás. Diviértete.
Trevor sonrió.
—Eso pienso hacer. Pero Ronan tiene razón. Tenemos que tener cuidado con quién nos acompaña a casa o a quién dejamos que acceda a nuestros informes.
Stone asintió con la cabeza.
—Sí, porque si se corre la voz de que la parte contraria se hizo con una filtración, vamos a tener que contratar a esa maldita empresa de relaciones públicas otra vez para lavar nuestra imagen.
Desde la proliferación de las redes sociales, la mayoría de los casos se juzgaban incluso antes de que llegaran a un tribunal, razón por la que el despacho recurría regularmente a una agencia de relaciones públicas para conseguir influir en la opinión pública. E inclinarla a su favor, por supuesto.
Ronan rio.
—Como si hubiera alguna manera de mejorar nuestra imagen…
Eran conocidos por ser implacables —en la sala del juzgado y en el dormitorio. Todos tenían fama de ganar sin preocuparles los medios a los que tuvieran que recurrir. Pero Simon veía esa característica como un motivo de orgullo y no algo de lo que preocuparse.
—No hay ningún problema, chicos —aseguró a sus socios—. Os he traído para esto —añadió, indicando con la mano las mujeres que había en el local—. Hagámonos con una de ellas…
—¿Solo una? —preguntó Ronan sonriendo, al tiempo que seguía con la mirada a una rubia que pasó a su lado sacudiendo la melena por encima del hombro. Antes de ir tras ella, Ronan dio una palmada a Trevor en la espalda y añadió—: ¿Quieres que me entere de si tiene una amiga para ti? Simon tiene razón. Tienes que liberar de un poco de tensión después de haber ganado el caso.
Trevor dirigió la mirada hacia una pelirroja que había al otro lado del local.
—No necesito tu ayuda —dijo con un resoplido—. Pero sí necesito un poco de acción.
Stone le dio con el hombro en el suyo.
—Yo diría que Simon necesita un poco de ayuda.
Ronan resopló con sorna.
—Él nunca necesita ayuda en lo que respecta a las mujeres. Es el más ligón de los cuatro.
Simon no estuvo seguro de si era un insulto o un halago. Saliendo de la boca del más afamado abogado especialista en divorcios, lo más probable era que se tratara de lo segundo, pero antes de que pudiera preguntárselo, Ronan se fue tras la rubia, quien, al llegar al umbral de la puerta, se había detenido, esperando que la siguiera.
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