Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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Capítulo 1
E L RONRONEO del motor de un deportivo rompió la quietud de la tarde e hizo que la mente de Charlie volviera de inmediato al pasado, a los acontecimientos de los que llevaba ocultándose todo aquel año.
Había crecido en el sofisticado mundo de los coches de carreras, pero la muerte de su hermano la había impulsado a retirarse al campo, al santuario del jardín de su casa. Era un lugar seguro, pero el instinto le dijo que aquella seguridad peligraba.
Incapaz de contenerse, escuchó el inconfundible sonido del motor V8 mientras el coche se detenía. Todo pensamiento relacionado con la jardinería abandonó su mente, que se vio repentinamente invadida de imágenes de épocas más felices, imágenes que chocaron frontalmente con las del momento en que su mundo se desmoronó.
Arrodillada como estaba sobre la yerba de su jardín no podía ver el coche que había al otro lado de la valla, pero sabía que era poderoso y caro, y que se había detenido justo delante de su puerta.
Cuando el sonido del motor se acalló por completo, lo único que se siguió escuchando en la tranquila campiña inglesa fue el canto de los pájaros. Charlie cerró un momento los ojos a la vez que experimentaba un repentino temor. Por bienintencionadas que fueran, no necesitaba visitas del pasado. Lo más probable era que aquella tuviera que ver con su padre, que llevaba semanas presionándola para que siguiera adelante.
El sonido de la puerta del coche al cerrarse fue seguido por el de unos firmes pasos en el sendero de entrada.
– Scusi! –la profunda voz masculina sobresaltó a Charlie más que el italiano en sí, y saltó como una cría a la que acabaran de atrapar robando un dulce.
El metro ochenta y cinco de moreno varón italiano que apareció en la entrada de su jardín la dejó sin habla. Vestido con unos vaqueros de diseño que ceñían sus muslos a la perfección, parecía totalmente fuera de lugar en aquel entorno, aunque a Charlie le resultó vagamente familiar. Vestía una cazadora de cuero sobre una camisa oscura y parecía todo lo que podía esperarse de un italiano: seguro de sí mismo y poseedor de un innegable atractivo sexual.
Su oscuro pelo, ligeramente largo, era fuerte y brillaba como el azabache a la luz del sol. La sombra de la incipiente barba que cubría su moreno rostro realzaba sus atractivos rasgos. Pero fue la intensidad de la mirada de sus ojos oscuros lo que dejó a Charlie sin aliento.
–Estoy buscando a Charlotte Warrington –su acento era muy marcado y resultaba increíblemente sexy, al igual que el modo en que pronunció el nombre, como si fuera una breve melodía.
Mientras se quitaba los guantes de trabajo, Charlie fue muy consciente de que vestía sus vaqueros más viejos y una sencilla camiseta, y de que llevaba el pelo sujeto en algo parecido a una cola de caballo.
Sin duda alguna, aquel debía de ser el socio de su hermano, el hombre que había conseguido que se metiera a fondo en el mundo de los coches de carreras, hasta el punto de casi hacerle olvidar la existencia de su familia. La indignación afloró de inmediato.
–¿Qué puedo hacer por usted, señor…?
El desconocido permaneció en silencio, observándola atentamente. Charlie sintió que toda la piel le cosquilleaba bajo la caricia de aquellos oscuros ojos.
–¿Eres la hermana de Sebastian? –la pregunta fue formulada con una mezcla de incredulidad y acusación, pero Charlie apenas lo notó, pues el dolor que ya creía casi superado resurgió al escuchar el nombre de su hermano.
–Sí –contestó con evidente irritación–. ¿Y tú quién eres? –preguntó a pesar de saber que se encontraba frente al hombre al que consideraba responsable de la muerte de su hermano.
Se odió a sí misma por el destello de atracción que había experimentado al verlo. ¿Cómo era posible que pudiera sentir algo más que desprecio por aquel hombre?
–Roselli –contestó él, confirmando las peores sospechas de Charlie–. Alessandro Roselli –añadió mientras avanzaba hacia ella.
Pero la mirada que le dedicó Charlie le hizo detenerse.
–No tengo nada que decirte, Alessandro Roselli –dijo con firmeza mientras trataba de no sentirse afectada por la mirada de aquel hombre, por completo carente de la culpabilidad que debería haber en ella–. Y ahora haz el favor de irte –añadió a la vez que pasaba junto a él y se encaminaba hacia la entrada de la casa, convencida de que se iría.
–No.
Aquel firme y acentuado monosílabo paralizó a Charlie. Un escalofrío le recorrió la espalda, no solo por miedo al hombre que tan cerca estaba de ella, sino también por todo lo que representaba.
Se volvió lentamente hacia él.
–No tenemos nada que decirnos. Creo que ya lo dejé bien claro en mi respuesta a la carta que enviaste tras la muerte de Sebastian.
«La muerte de Sebastian».
Era duro pronunciar aquellas palabras en alto. Era duro admitir que su hermano se había ido para siempre. Pero era aún peor que el responsable de aquella muerte hubiera invadido su casa, su santuario.
–Puede que tú no tengas nada que decirme, pero yo sí tengo algo que decirte –dijo Alessandro a la vez que daba un paso hacia ella.
Charlie contempló un momento sus rasgos, la firmeza de sus labios. Evidentemente, aquel era un hombre acostumbrado a salirse con la suya.
–No quiero escuchar lo que tengas que decirme –ni siquiera quería hablar con él. No quería mirarlo. Ni siquiera quería reconocer que estaba allí.
–Voy a decirlo de todos modos.
La voz de Alessandro Roselli sonó parecida a un gruñido y Charlie se preguntó cuál de los dos estaría haciendo más esfuerzos por mantener la compostura. Alzó una ceja con expresión interrogante y vio que él comprimía los labios. Satisfecha al comprobar que lo estaba irritando, giró sobre sí misma y se encaminó hacia la casa.
–He venido porque Sebastian me pidió que lo hiciera –aquellas palabras, pronunciadas con un acento marcadamente italiano, hicieron que Charlie se detuviera en seco
–¿Cómo te atreves? –le espetó a la vez que se volvía de nuevo hacia él–. Estás aquí por tu sentimiento de culpabilidad.
–¿Mi sentimiento de culpabilidad? –repitió Alessandro a la vez que recorría de una zancada el breve espacio que los separaba.
Charlie sintió los frenéticos latidos de su corazón y notó que se le debilitaban las rodillas, pero no estaba dispuesta a permitir que él lo notara.