Cherise Sinclair
Simon dice: Mía
2° de la Serie Maestro de la Montaña
Dentro de la Antología "Doms of Dark Haven"
Simon Says: Mine (2010)
Alguien debería encerrarme en un psiquiátrico.
Rona McGregor tomó un soplo del aire fresco de la noche. La visita a un club de BDSM estaba en el tercer lugar de su lista de fantasías, pero ella había decidido no seguir el orden. Sólo por esta vez. Con una sonrisa entusiasta y con el corazón palpitante, se levantó la falda-larga-hasta-los-tobillos y abrió la puerta del conocido club de San Francisco llamado Dark Haven.
Ella no había hecho nada ni remotamente tan aventurero en los últimos veinte años, pero su tiempo para la locura había llegado finalmente. Sus hijos estaban en la universidad. Ya no tenía marido, gracias, Dios. Había perdido peso – miró hacia abajo a su muy henchido corpiño – bueno, algo de peso. Pero en realidad, no se veía tan mal para una mujer acercándose a los cuarenta.
En lugar de la caverna del pecado que Rona había esperado, la pequeña entrada era deprimentemente insulsa. Un puñado de personas, también vestidas con ropa del siglo XIX, formaban una fila para darle sus entradas a la mujer detrás del mostrador. Unos minutos más tarde Rona llegó al frente.
La desenvuelta joven le sonrió.
– Hola. Bienvenida a la noche victoriana de Dark Haven. Los miembros deben registrase aquí. -El vestido púrpura de la recepcionista hacía juego con las rayas en las puntas de su cabello. Aparentemente había arrancado el corpiño, dejando sólo la malla rosada sobre sus pechos.
Rona reprimió una carcajada. Tal vez el lugar no era tan insulso.
Después de años como enfermera, los pechos desnudos no la perturbaban, pero nunca los había visto tan claramente exhibidos antes. -Yo no soy miembro.
– No hay problema. Oh, hey, me encanta tu traje. Notoriamente auténtico. ¿Fuiste a la Feria de Dickens en el Cow Palace hoy?
Rona asintió con la cabeza.
– Ahí es donde me enteré de la fiesta temática de esta noche. -Y le había parecido como una señal del cielo. Y allí había conseguido el atuendo perfecto.
– Puesto que no he estado en un lugar como este antes, ¿hay algo que debo saber?
– Nah. Aquí tienes un formulario de adhesión y el descargo. Complétalo y son veinte dólares para entrar y cinco más para la inscripción, y estás lista para entrar. -La recepcionista empujó una tablilla de papeles sobre el escritorio. -Si te das prisa, agarrarás al Maestro Simon dando una demostración de azotaina erótica.
– ¿Al Maestro Simon?- Una mujer joven en la fila chilló. -¡Oh Dios, eso es tan caliente!
Ella agitó la mano delante de su rostro tan vigorosamente que Rona casi le ofrece el abanico de encaje adherido a su cintura. Rona completó los formularios y observó a los demás firmar. La satisfacción alivió sus nervios al ver los trajes: un vestido de noche sobre amplios aros, un vestido de tarde formal como el de ella, dos trajes de mucama con delantales. Cualquier otra noche no habría tenido idea de qué usar para ir a un club de BDSM, pero esta noche se ajustaba perfectamente. ¿Cómo podría haberse resistido?
Entonces se dio cuenta que una señora llevaba sólo una enagua. Otra mujer se quitó el abrigo, revelando un prístino delantal blanco… y nada más. Una pequeña insinuación de malestar se retorció en el estómago de Rona. Le dio a la recepcionista el papeleo y le preguntó:
– ¿Tengo demasiada ropa?
– Por supuesto que no. -La chica tomó el dinero y le entregó una tarjeta de membrecía.
– Las Dommes van vestidas en gran parte, y muchas de las subs comienzan a quitarse la ropa. Lo hace más interesante cuando tienes que desvestirte, ¿no?
¿Desvestirme? ¿En un bar? ¿Yo? Ella había previsto sólo mirar. El pensamiento de realmente participar le envió un escalofrío de excitación por su columna vertebral. -Bien.
Rona metió la tarjeta en su bolso, se alisó el vestido, luego abrió la puerta del santuario y entró al siglo XIX. Su sobresaltado aliento captó perfumes, cuero, sudor y sexo. Mientras el apasionado sonido del Concierto para Piano en La Menor de Grieg la rodeaba, se movió por la habitación poco iluminada llena de hombres con levita y mujeres con vestidos acampanados. Qué divertido.
Caminó hacia adelante lentamente, tratando de no mirar como una estúpida. Las mesas y sillas de madera oscura cubrían el centro de la enorme sala. Una pequeña pista de baile tomaba una esquina en el extremo posterior, una barra de metal brillante, con dos barmans detrás de ella ocupaba el otro extremo. Todo bastante normal. ¿Dónde habían escondido las cosas pervertidas que sus novelas de romance erótico habían prometido?
Entonces pasó un hombre vestido con nada más que un aterrador arnés atado a su pene y testículos. Rona se quedó con la boca abierta. Crom[4], ella casi podía sentir su inexistente equipo masculino encogerse con horror.
Sacudiendo la cabeza, se dirigió hacia la barra, entonces notó que las paredes a la derecha y a la izquierda sostenían un pequeño escenario.
Una plataforma estaba vacía. En la otra… Rona dio un involuntario paso hacia atrás, tropezó con alguien, y murmuró una disculpa, sin apartar la vista del escenario donde… seguramente esto era ilegal…un hombre estaba azotando a una mujer encadenada a un poste.
BDSM. ¿Recuerdas, Rona? Ella había leído acerca de látigos y cadenas y esas cosas, pero… ¿verlas? Whoa.
Presionó una mano sobre su acelerado corazón y reprimió el impulso de ir y arrebatar el látigo de él. Como si ella pudiera de todos modos. Parado tenía un buen metro ochenta de alto para un hombre maduro de sólida construcción, tenía la sensación de que si alguien fuera a darle un puñetazo, él simplemente lo amortiguaría. En consonancia con el tema de la noche, llevaba un chaleco de seda verde sobre una blanca camisa tradicional. Las mangas enrolladas mostraban musculosos antebrazos.
Por el contrario, su víctima estaba completamente desnuda, su piel morena brillaba con un intenso rojo oscuro por los efectos del látigo… No, esto se llamaba flogger, ¿verdad? Las múltiples tiras acariciaban su espalda tan uniformemente que Rona podía nivelar su respiración al ritmo. Hipnotizada, se acercó, abriéndose camino a través de las mesas y sillas esparcidas alrededor del escenario, y eligió una mesa cerca de la parte delantera.
Azotaina. La palabra sonaba brutal, pero esto… esto era casi hermoso. El hombre abrió el flogger formando un ocho, golpeando un lado de la mujer, luego el otro. Rona se inclinó hacia delante, ubicando los codos sobre la mesa. Él nunca golpeaba sobre la columna vertebral o los costados de la morena, obviamente evitando sus riñones con una habilidad terriblemente impresionante.
Redujo la velocidad y se detuvo un momento antes de rozar los hilos sobre la espalda y las piernas de la mujer. La mujer estaba de frente a la audiencia, y Rona le podía ver la cara enrojecida y los ojos vidriosos. Ella estaba jadeando por el dolor o… el trasero de la víctima estaba inclinado hacia afuera, zarandeándose de una manera que implicaba excitación, no dolor.
Excitación.
Una sonrisa brilló sobre el rostro bronceado del hombre. Acariciaba la parte interna de los muslos de la mujer con las hebras de cuero, arriba y abajo, cada vez acercándose más a la V entre sus piernas. Ella gimió y se contoneó.
Rona inhaló lentamente, tratando de amortiguar la excitación crepitando por sus venas.
El hombre comenzó la flagelación de nuevo, por la parte baja de la espalda de la mujer, el trasero y los muslos. Repentinamente, alteró el patrón y golpeó despacio las tiras entre sus piernas, directamente sobre su coño. La mujer se quedó sin aliento.
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