Block Lawrence - Keller 01
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Keller 01: resumen, descripción y anotación
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El sicario
Lawrence Block
Traducida del inglés por MaCarmen de Bernardo Martínez
Título original: HIT MAN
Keller voló con United a Portland. Leyó una revista durante el trayecto del aeropuerto JFK al de O’Hare, comió ahí y vio una película en el vuelo directo de Chicago a Portland. Eran las tres menos cuarto hora local cuando salió del avión con el equipaje de mano, tenía que esperar una hora hasta el siguiente vuelo de conexión con Roseburg.Sin embargo, cuando vio el tamaño del avión fue directo a la oficina de Hertz y alquiló un coche para varios días. Les enseñó un carné de conducir y una tarjeta de crédito y le dieron un Ford Taurus con cincuenta y un mil doscientos kilómetros. No se molestó en intentar que le reembolsaran el billete de Portland a Roseburg.
El agente de la oficina de Hertz le explicó cómo llegar a la autopista I-5. Keller maniobró para situar el coche en la dirección adecuada y estableció el control de crucero a cinco kilómetros por hora por encima del límite de velocidad; todo el mundo iba bastante más rápido, pero Keller no tenía prisa y no quería que nadie se fijara con detenimiento en su carné de conducir. No iba a pasar nada, ¿pero para qué buscar complicaciones?
Era todavía de día cuando tomó la segunda salida hacia Roseburg. Tenía una reserva en el motel Douglas Inn, de la cadena Best Western, situado en la calle Stephens, y lo encontró sin problemas; le habían dado una habitación en la parte delantera de la planta baja, pero la cambió por una en la parte de atrás en la primera planta.
Deshizo la maleta y se duchó. El listín telefónico tenía un callejero del centro de Roseburg, lo observó con minuciosidad para orientarse, lo arrancó con brusquedad y se lo llevó consigo cuando salió a dar un paseo. La pequeña imprenta estaba ubicada a unas manzanas de allí en la calle Jackson, era el tercer local desde la esquina, el que estaba entre el estanco y el fotógrafo que tenía el escaparate repleto de fotos de boda; en el de la imprenta Quik Print había un cartel con una oferta especial para invitaciones de boda, quizás para llamar la atención de las parejas a punto de casarse que están negociando un acuerdo con el fotógrafo.
Quik Print no estaba abierta, ni tampoco el estanco ni el fotógrafo ni el joyero de la puerta de al lado del fotógrafo ni, por lo que Keller podía ver, nada en el vecindario. No se quedó mucho tiempo por la zona. A otras dos manzanas de allí encontró un restaurante mexicano que parecía lo suficientemente lóbrego como para ser auténtico, compró un periódico local en la máquina de monedas que había enfrente de la entrada y lo leyó mientras comía enchiladas de pollo. La comida era buena y ridículamente barata, pensó que si ese bar estuviera en Nueva York todo costaría tres o cuatro veces más y habría cola en la puerta.
La camarera era una rubia esbelta, para nada mexicana, tenía un problema de maloclusión dental y llevaba el pelo corto, gafas de abuela y un anillo de compromiso en el dedo correcto, era un solitario con un pequeño diamante. Puede que ella y su prometido lo hubieran elegido en la joyería de al lado, pensó Keller; puede que el fotógrafo vecino también les hubiese hecho las fotos de boda; y puede que le hubieran encargado a Burt Engleman la impresión de las invitaciones. Impresión de calidad, precios razonables, un servicio en el que se puede confiar.
Por la mañana volvió a Quik Print y miró a través del escaparate: en un mostrador de metal gris estaba sentada una mujer de pelo castaño hablando por teléfono y un hombre en mangas de camisa estaba de pie junto a la fotocopiadora, llevaba unas gafas con montura de carey y cristales redondos y el pelo muy corto, de manera que dejaba a la vista la forma ovalada de su cabeza, se estaba quedando calvo, lo que le hacía parecer mayor, pero Keller sabía que solo tenía treinta y ocho años.Keller se paró en frente de la joyería y se imaginó a la camarera y a su prometido eligiendo anillos, seguro que los dos tendrían una alianza de boda en la ceremonia y que cada una estaría grabada con algo que nadie vería jamás. ¿Vivirían en un apartamento? Decidió que sí, al menos durante un tiempo, hasta que ahorraran lo suficiente para el depósito de la primera vivienda. Este era el tipo de frase que se veía en los anuncios de agencias inmobiliarias y a Keller le gustaba. La primera vivienda, algo a lo que cuesta hacerse a la idea hasta que te habitúas.
En la droguería que estaba en la siguiente manzana compró un cuaderno de hojas blancas y utilizó cuatro antes de quedarse contento con el resultado. De vuelta en Quik Print le enseñó el trabajo a la mujer de pelo castaño.
—Mi perro se ha escapado —explicó—. He pensado que podría imprimir algunos folletos y pegarlos por la ciudad.
«Perro perdido —había escrito—. Mitad pastor alemán. Se llama Soldado. Tfno.: 555-1904».
—Espero que lo encuentre —dijo la mujer—. ¿Es macho? Soldado suena a que sí, pero nunca se sabe.
—Sí, es macho —respondió Keller—. Quizás debía haber especificado.
—No creo que sea importante. ¿Quiere ofrecer una recompensa? La gente lo suele hacer, aunque no sé si cambiaría algo, si yo encontrara el perro de alguien, me daría igual la recompensa, tan solo querría devolvérselo a su dueño.
—No todo el mundo es tan decente como usted —afirmó Keller—. Quizás debería añadir lo de la recompensa. Ni siquiera se me pasó por la cabeza —apoyó las palmas de las manos sobre el mostrador y se inclinó hacia delante bajando la mirada hacia el trozo de papel—. No lo sé —dijo—. Parece casero, ¿no? Quizás debería haberle encargado que lo escribiera en letra de imprenta, hacerlo bien. ¿Qué opina?
—No sé —respondió la mujer—. ¿Ed? ¿Podrías venir y echarle un vistazo a esto?
El hombre de las gafas de carey se acercó y comentó que él pensaba que lo mejor era que un anuncio sobre un perro perdido estuviera escrito a mano.
—Lo hace más personal —añadió—. Se lo podría hacer con letra de imprenta, pero creo que la gente responderá mejor al anuncio tal cual está. Suponiendo que alguien encuentre el perro, claro.
—De todas formas, no creo que sea un asunto de importancia nacional —dijo Keller—. Mi mujer le tiene apego al animal y, si es posible, querría recuperarlo, pero presiento que no lo vamos a encontrar. Por cierto, me llamo Al. Al Gordon.
—Ed Vandermeer —se presentó el hombre—. Y esta es Betty, mi mujer.
—Mucho gusto —dijo Keller—. Supongo que con cincuenta copias será suficiente, más que suficiente, diría, pero me llevaré cincuenta. ¿Tardará mucho en hacerlas?
—Las haré ahora mismo. Tardaré unos tres minutos, son tres dólares con cincuenta.
—No puedo batir eso —señaló Keller, que destapó el rotulador—. Permítame añadir algo sobre la recompensa.
De vuelta en la habitación del motel llamó por teléfono a un número en White Plains. Contestó una mujer y dijo:—Dot, quiero hablar con él, pásamelo, por favor. —Transcurrieron unos minutos antes de seguir—. Sí, estoy aquí. Es él, de acuerdo. Ahora se llama Vandermeer. Su mujer sigue siendo Betty.
El hombre de White Plains le preguntó cuándo estaría de vuelta.
—¿Qué día es hoy? ¿Martes? Tengo un vuelo reservado para el viernes, pero puede que tarde un poco más. No hay que precipitarse con estos asuntos. He encontrado un buen sitio para comer, es un antro mexicano y el motel tiene el canal por cable HBO. Supongo que lo haré con calma, hay que hacerlo bien, Engleman no va a ir a ninguna parte.
A mediodía comió en el bar mexicano. En esta ocasión pidió un plato combinado y la camarera le preguntó si quería chile rojo o verde.—El que sea más picante —respondió.
Quizás una casa móvil, pensó. Podrían comprarse una casa móvil bonita, barata y de doble ancho, sería una primera vivienda ideal para ella y su pareja; o quizás lo mejor para ellos sería comprarse un dúplex y alquilar la mitad y, después, cuando pudiesen permitirse algo mejor, alquilar la otra mitad. En poco tiempo estarían en el mercado inmobiliario obteniendo beneficios y viendo cómo se revalorizan sus propiedades, se acabaría el servir mesas para ella y en poco tiempo su marido podría dejar de ser un esclavo en la serrería y de preocuparse por los despidos cuando el sector atravesase una mala temporada.
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