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YFB - Ficción general (infnatil/juvenil)
Índice
¿Dónde estás?
¡El teléfono ha muerto!
¿Un beso o un accidente?
Sexo, magdalenas y literatura
¡Princesa!
Mariposas en el estómago
¡Buenas noches!
La chica más ridícula del mundo
Uuups… ¿¡Qué he dicho!?
¡Tengo muchas ganas de verte!
Con el casco
Su ángel
¡Bomba!
A kiss is still a kiss
Peli y pizza
Mi último pensamiento esta noche es para ti
Memoria de pez
¿Sabes silbar, no? Junta los labios… y sopla
¡Feliz cumpleaños, Xenia!
Buscando siempre el momento
¡¡¡Sorpresa!!!
Y todos los relojes del mundo se detuvieron
Una cita como es debido
Mentiras
Un cuatro en Matemáticas
No llores, Xenia
Con los ojos fijos en la taza del váter
Me has roto el corazón
Perdona si te llamo amor
Me jugué a una carta la felicidad
La venganza es amarga y poco reconfortante
¡Parad el mundo, que me quiero bajar!
Un caramelo de menta
Magdalenas con lágrimas
No estoy ciega, y tampoco me he vuelto idiota
Una visita inesperada
Dieciocho wasaps y un corazón partío
Dos cocineras, unos canelones y una difícil decisión
Tienes un e-mail
Tienes un wasap
Silencio
The End
La banda sonora de Xenia, tienes un wasap
Créditos
John Lennon dijo: «La vida es lo que te pasa
mientras estás ocupado haciendo otros planes».
O esperando un wasap. ;-)
¿DÓNDE ESTÁS?
Xenia esperaba haciendo cola en una de las taquillas del cine. Paula se retrasaba; no era extraño en ella. Dos personas más y sería su turno. Empezaba a impacientarse, tamborileaba con los dedos su pequeño bolso de colores mirando alrededor. Dejó pasar a la pareja que iba detrás, un padre y un hijo, ambos con la misma gorra. Pensó que eran la típica estampa de padre divorciado a quien le toca el hijo el fin de semana.
Paula no daba señales de vida. Miraba nerviosa hacía atrás, mientras todos los ojos estaban clavados hacia al frente, en la gran escalinata y el cartel enorme de la película. Dejó pasar a una pareja de enamorados; no debían de tener más edad que ella, y ocupaban muy poco espacio de tan pegados como caminaban. De repente pensó que en la cola casi todo eran parejas de un tipo o de otro. Ella también debería estar esperando con su mejor amiga, en realidad la única, si no fuera porque era una impresentable.
De pronto oyó un silbido que la avisaba que tenía un wasap. No podía ser otra que Paula.
«La he liado y mis padres se han vuelto locos. No puedo salir», y una carita triste.
Xenia se quedó boquiabierta, sin saber qué responder.
«¡¡¡¿¿¿Quéééé???!!!».
Escribió, pero no esperó respuesta. Conociendo a su amiga, seguro que la había liado mucho. Lo hacía siempre, estaba como el perro y el gato con sus padres y al final siempre acababa castigada.
¡No podía ser! En realidad, ella no tenía ninguna intención de ver esa película; era cosa de Paula. No podía perder aquella tarde de domingo; aún no había terminado el trabajo de literatura y era para el lunes. Y ahora se encontraba abandonada en la puerta del cine y no sabía qué hacer. La chica del uniforme de detrás del cristal la apremiaba; los de la cola, también. Pidió un poco de paciencia. Tenía que valorar muchas cosas antes de tomar una decisión como esa. No había ido nunca al cine sola. Era un poco triste. Siempre lo había hecho con su abuela, con el instituto o con Paula.
—¡Venga! —dijo una voz de la cola.
—¡Siempre hay una primera vez! —exclamó Xenia.
Compró la entrada y subió la gran escalinata, solitaria, acompañada de una multitud anónima, sin apartar sus ojos del cartel de la película. Entregó la entrada a un chico uniformado y de repente la envolvió un aroma irresistible de palomitas. Miró atentamente la lista de precios prohibitivos.
—¡Esto es un atraco! —exclamó, y enseguida reparó en que había formulado su pensamiento en voz alta.
Le pasaba constantemente: las palabras huían de su pensamiento y se instalaban en sus labios sin poder pararlos. A su amiga Paula le sucedía lo mismo, pero sin que las palabras le pasaran por el pensamiento.
Revolvió su pequeño bolso de colores. Dentro, en uno de sus bolsillos cerrado con una cremallera, llevaba el dinero, justo para un cubo de palomitas y un refresco. Eso sí, se quedaba sin paga y aún era domingo.
«¡Un día es un día!».
Hizo otra cola para comprar las palomitas.
—El refresco, ¿lo quieres zero o light? —le preguntó un chico pelirrojo y pecoso con una gorra muy cómica, que repetía esta frase a cada cliente.
—¡Esto es ridículo! ¿Cuántas calorías puedo ahorrarme con el refresco después de haberme tragado un millón con las palomitas?
El chico no demostró ningún interés por la pregunta de Xenia. Solo esperaba una respuesta a la suya.
—Zero.
Y con una sonrisa de oreja a oreja cargó con el refresco y el cubo a rebosar de palomitas. Caminaba contenta hasta la sala siete cuando de repente unos chicos pasaron corriendo por su lado, comenzaron a darse empujones entre ellos y, en una de estas embestidas, le hicieron perder el equilibrio, solo un instante, un instante que se prolongó demasiado. El tiempo justo para dar media vuelta y observar que todavía venía otro a toda velocidad. No pudo reaccionar y el chico chocó con ella. La cogió por la cintura en un intento de detener el fuerte embate y evitar que ella cayera al suelo. Entonces fue cuando vio, como a cámara lenta, que la tapa de plástico del vaso que sostenía salía disparada y que el refresco que contenía, acompañado de las palomitas, saltaban por los aires e iban a parar a su cara, a su sudadera, y lo que aún era peor, a los vaqueros que acababa de estrenar. Y, repentinamente, todo se detuvo. Cerca de su cara reconoció al chico rubio que la miraba con unos ojos como platos a causa del susto.
—¡¡¡Mierda!!! —exclamó ella.
Esta vez la palabra no pasó por el pensamiento.
—¿Estás bien? —le preguntó el muchacho jadeante. Aún no había recobrado el aliento.
Xenia podía notar las gotas del refresco chorreando por su cara, mientras oía las risas de los otros chicos. Sin palabras asintió con la cabeza.
—Lo siento mucho. En serio. No te he visto.
Ella, sin decir palabra, dio media vuelta con la intención de alejarse rápidamente de aquellos lelos que conocía perfectamente. Eran de su instituto, todos de su mismo curso, pero iban al D. Aunque en teoría los habían repartido por apellidos, todos los gamberros y populares iban a este grupo.
Ella y Paula iban al B. Toda una vida juntas, unidas desde Infantil por el apellido. Ellas no eran populares; tampoco impopulares. A pesar de los años, aún estaban por adjetivar. Se podía decir que simplemente se habían convertido en dos chicas invisibles. En cambio, el chico de las disculpas se llamaba Carlos y tenía el honor de disfrutar de toda una serie de adjetivos, entre los que estaba el de popular. Vivía en su misma calle. Xenia lo tenía bien fichado. Le quitaba las magdalenas de su abuela en tercero de Infantil. Maldijo su mala suerte. ¡Encima, al día siguiente todo el mundo sabría que había ido sola al cine! Pensarían que era una marginada.