Christine Feehan
El Despertar
Leopardos 01
El viento caliente llevó con cuidado el mensaje a través de la lozana vegetación de la selva tropical, viajando alto en el denso dosel que cubría la selva de misterio. Salvajes abejas construían panales justo bajo la cima, fuera del alcance de la mayoría de los animales. Si ellas oían susurrar al viento, ignoraban los cuentos y seguían con sus asuntos. Pájaros de todas clases, loros vestidos con un derroche de color, tucanes y halcones, recogieron el cuchicheo y lo transportaron rápidamente sobre alas brillantes, chillando con placer a través de bosque. Las tropas ruidosas de macacos de cola larga, gibones, y monos come hojas lo oyeron y saltaron de rama en rama alegremente, gritando con anticipación. Los orangutanes se movían cautelosamente por los árboles en busca de fruta madura, hojas comestibles, y flores, manteniendo la dignidad en todo el alboroto. Poco después, las noticias estaban por todas partes. Había pocos secretos en la comunidad y todos habían estado esperando con preocupación.
Él oyó las noticias mucho antes de que su olor lo alcanzara.
Brandt Talbot se encogió en la espesa vegetación, con el pecho apretado y el cuerpo tenso por la anticipación. Ella estaba aquí al fin. En su dominio. A su alcance. Había sido una larga caza para encontrarla, casi imposible, aunque se las había arreglado para lograrlo. La había atraído deliberadamente a su guarida y ella había venido. El estaba tan cerca, tenía que usar su voluntad férrea para impedir moverse demasiado rápido. No podía asustarla, no podía rebelar sus verdaderas intenciones, permitirle comprender durante un momento que la red se cerraba alrededor de ella. Era esencial cerrar cada avenida, conducirla al centro de su dominio y cortar cada camino para la fuga.
Su estrategia había sido planeada durante años. Había tenido tiempo para planearla mientras la buscaba por el mundo, mientras él repasaba cada documento en la caza de su presa. Cuando estuvo seguro de que tenía a la mujer correcta, a la única mujer, puso su plan en marcha usando a su abogado para atraerla a la selva, en su territorio.
Se movió rápido por la espesa fauna, silenciosa pero rápidamente, sin esfuerzo abriéndose camino hacia los bordes externos de la selva saltando sobre los árboles caídos. Un rinoceronte gruñó cerca. Los ciervos se revolvían con miedo cuando captaron su olor. Animales más pequeños corrieron fuera de su camino y los pájaros permanecieron quietos a su acercamiento. Los monos se retiraron a las ramas más altas del dosel, pero ellos, también, permanecieron callados, no atreviéndose a suscitar su ira mientras el pasaba debajo de ellos.
Esto era su reino y él raras veces hacía alarde de su poder, pero cada especie era consciente de que las interferencias no serían toleradas. Sin su constante vigilancia y su cuidado continuo, su mundo pronto desaparecería. Él los cuidaba y protegía y pedía poco a cambio. Ahora exigía completa cooperación. La muerte vendría silenciosamente y rápidamente a cualquiera que se atreviera a desafiarlo.
Todo fue diferente en el momento en que Maggie Odessa puso un pie en la jungla. Ella era diferente. Lo sentía. Donde el calor en la costa había sido opresivo, sofocante, dentro del bosque el mismo calor parecía envolverla en un mundo extrañamente perfumado. Con cada paso que daba al interior más profundo, ella se hacía más consciente. Más alerta. Como si estuviera despertando de un mundo de ensueño. Su oído era mucho más agudo. Podía oír a los insectos separadamente, identificar los sonidos de los trinos de los pájaros, los chillidos de los monos. Oía el viento crujiendo entre las ramas y a los pequeños animales corriendo entre las hojas. Era extraño, incluso estimulante.
Cuando Maggie había conoció la existencia de su herencia por primera vez, había pensado en venderla sin verla siquiera, por consideración hacia su madre adoptiva. Jayne Odessa había sido firme en que Maggie nunca entrara en la selva tropical. Jayne se había asustado sólo con pensarlo, pidiendo repetidamente a Maggie que le prometiera que nunca se pondría en peligro. Maggie había querido a su madre adoptiva y no quiso ir contra sus deseos, pero después de la muerte de Jayne, un abogado se había puesto en contacto con Maggie para informarla de que era la hija de una pareja rica, unos naturalistas que habían muerto violentamente cuando era un niña y que había heredado una propiedad en la profunda selva tropical de Borneo. La tentación era demasiado grande para resistirse. A pesar de las promesas que había hecho a su madre adoptiva, había viajado alrededor de medio mundo para buscar su pasado.
Maggie había volado hasta un pequeño aeropuerto y se había encontrado con los tres hombres enviados por el abogado para encontrarla. Desde allí habían viajado en un vehículo cuatro por cuatro durante una hora antes de abandonar la carretera principal y tomar una serie de caminos sin pavimentar que conducían a lo más profundo del bosque. Parecía como si hubieran chocado con cada surco y hoyo del camino de tierra. Aparcaron el vehículo para seguir a pie, una perspectiva que no le hacía muy feliz. La humedad era alta y anudó su camisa caqui alrededor de su mochila mientras se internaban profundamente en el bosque.
Los hombres parecían enormemente fuertes y bien preparados, Estaban bien constituidos, tranquilos mientras andaban, sumamente alertas. Había estado nerviosa al principio, pero una vez que empezaron a andar en la selva más profunda, todo pareció cambiar; ella se sintió como si volviera a casa.
Mientras seguía a sus guías, enrollándose profundamente en su oscuro interior, se dio cuenta de la mecánica de su propio cuerpo. De sus músculos, del modo en que se movían elegantemente, sus zancadas casi rítmicas. No tropezaba, no hacía ruidos innecesarios. Sus pies parecían encontrar su propio lugar sobra la tierra desigual.
Maggie se dio cuenta de su propia feminidad. Las pequeñas gotas de humedad corrían en el valle entre sus pechos, suaves y brillantes con el sudor, su camisa se aplastaba contra su piel. Su largo y espeso pelo, del que estaba tan orgullosa, estaba pesado y caliente contra su cuello y su espalda. Levantó la pesada masa, el simple acto de repente sensual, levantando sus pechos bajo la delgada tela de algodón, sus pezones raspando con cuidando el material. Maggie retorció su pelo con la maestría de la práctica, sujetando la cuerda gruesa a su cabeza con un palo enjoyado.
Era extraño que el calor y la selva primitiva le hicieran de repente consciente de su cuerpo. El modo en que se movía, sus caderas balanceándose suavemente, casi como una invitación, como si supiera que alguien la estaba mirando, alguien a quien quería atraer. En su vida entera, nunca había flirteado o coqueteado, y ahora la tentación era aplastante. Era como si ella hubiera cobrado vida, aquí en este lugar oscuro, un lugar donde crecían enredaderas, hojas y toda clase de planta imaginable.
Los árboles más cortos competían por la luz del sol con los altos. Estaban cubiertos por lianas y plantas trepadoras de varios tonos de verde. Orquídeas salvajes colgaban encima de su cabeza y los rododendros crecían tan altos como algunos árboles. Las plantas con flores crecían en los árboles, estirándose hacia la luz del sol que lograba abrirse camino por el espeso dosel. Loros intensamente coloreados y otros pájaros estaban en constante movimiento. La llamada chillona de los insectos era un zumbido ruidoso que llenaba el bosque. El aire era dulce con las flores perfumadas que emborronaban sus sentidos. Esto era un decorado exótico, erótico en donde sabía que ella pertenecía.
Maggie inclinó la cabeza hacia atrás con un pequeño suspiro, secando el sudor de su garganta con la palma de la mano. Su parte inferior se sentía pesada e inquieta con cada paso que daba. Necesitada. Deseando. Sus pechos estaban hinchados y doloridos. Sus manos temblaban. Una alegría extraña barrió a través de ella. La vida pulsaba en sus venas. Un despertar.
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