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Sinopsis
A nuestra especie le encanta hacerse preguntas. Preguntas como: qué es la vida, de qué está hecho ese disco que brilla en el cielo o cómo se pierden los calcetines en la lavadora. Sin embargo, hay otras cuestiones más profundas y poéticas que son producto del cerebro pensando sobre sí mismo, y a esas preguntas (y a sus respuestas) las hemos llamado neurociencia. ¿Por qué era especial el cerebro de Einstein? ¿De dónde sale la consciencia? ¿Qué es la memoria? Las respuestas se ocultan en esa selva de sinapsis y neuronas a la que llamamos cerebro.
En Una selva de sinapsis daremos caza a las dos cuestiones más antiguas de la humanidad: ¿quiénes somos y qué nos hace especiales? Las respuestas, como tantas otras veces, las encontraremos en nuestro cerebro.
Una selva de sinapsis
Lo que escondes en tu cerebro
Ignacio Crespo
Ningún cerebro ha sido maltratado durante la escritura de este libro. A excepción de los de Arcadi García, Daniel Gómez y Jordi Pereyra, amigos que han puesto en riesgo su salud mental al leer, releer y prender fuego a mis borradores. Sin ellos, Una selva de sinapsis no existiría, y sin Valencia, su gente y Sandra tampoco el autor.
Introducción
Estoy convencido de que no soy el primero. Ahora tienes mi libro entre tus manos, pero ¿y antes? Se ha hecho mucha y muy buena divulgación sobre el cerebro y apuesto a que algo habrás consumido, aunque solo fuera un artículo en el periódico o un programa de televisión. Entonces, ¿qué puede aportar un libro más? Pues como buen gallego te diré que «depende».
Si solo buscas curiosidades, hay poco que quede por decir y posiblemente este no sea tu libro, pero, responde con sinceridad: ¿alguna vez te han contado cómo un puñado de células pueden evocar algo tan abstracto como un recuerdo? Cuando se habla sobre el cerebro es frecuente que se traten por un lado neuronas y por otro las funciones cerebrales, como si no tuvieran gran cosa que ver y la memoria, el lenguaje o la consciencia surgieran por arte de magia. En realidad, esa enorme brecha que parece separar tu «mente» del resto del universo, de la biología, la física o las matemáticas está menguando cada vez más rápido.
Lo que acabas de leer puede levantar picores, pero no es nada del otro mundo. Tan solo digo que, para entender cómo funciona algo, es importante saber cómo ha surgido. Necesitamos comprender a cuento de qué algunas células comenzaron a agruparse y a transmitir información, por qué se organizaron formando un cerebro en lugar de cualquier otra cosa y qué ventajas tenía que de ellas pudiera nacer el poema de Gilgamesh o la aritmética modular. Te propongo que emprendamos un viaje que nunca has hecho. Un cuento que empieza con una sola célula y que termina contigo siendo consciente de que estás leyendo este libro.
Pero no lo tomes a la ligera, porque no será un viaje de placer, sino una cacería. Perseguiremos una de las preguntas que más ha obsesionado a nuestra civilización: ¿qué nos hace humanos? ¿Qué hay en nuestro cerebro que nos vuelve tan especiales? Nuestra principal arma para enfrentarnos a ella será la neurociencia, pero para tener alguna posibilidad de resolverla necesitamos algo más. Hará falta que echemos mano de la filosofía de la neurociencia, la teoría de la evolución y hasta un poquito de matemáticas.
Así que no, este no es un libro más sobre cómo funciona la mente, es el libro que me gustaría haber leído antes de lanzarme a investigar el cerebro. Una historia divulgativa que parte de los cimientos para, paso a paso, escalar hasta las funciones cerebrales que hacen que te sientas como lo que eres: humano.
Durante el viaje nos adentraremos en una selva de sinapsis y encontraremos hidras, serpientes que se muerden la cola a sí mismas, tormentas descomunales y otras analogías fantasiosas que nos ayudarán a entender cómo piensan quienes estudian el cerebro. Porque con este libro no pretendo que te vuelvas un reputado neurocientífico, está claro, pero sí puedo asegurarte algo, y es que cuando lo termines no volverás a ver las cosas del mismo modo.
Entonces, ¿por qué no empezar por el principio? Una habitación blanca, un cerebro humano y un estudiante de medicina confuso.
Capítulo
1
En algún lugar
No me avergüenza confesar que soy un ignorante de lo que no conozco.
M ARCUS T ULLIUS C ICERO ,
Tusculanae Disputationes
¿Cómo se coge un cerebro? La pregunta tiene más miga de lo que parece, pero apenas tuve tiempo de buscar una respuesta antes de que este llegara a mis manos. Hay veces en que el tiempo parece detenerse. Sientes que el mundo se congela a tu alrededor y que los segundos se vuelven de piedra. Esos momentos se nos graban como un hierro al rojo vivo y tal vez por eso lo recuerdo tan bien. El ritmo que marcaban las manecillas del reloj era cada vez más lento, una luz blanca llenaba la sala y entre mis dedos tenía el cerebro de una persona.
Por mucho que, debido a la emoción, me costara aceptarlo, ese cerebro era real. Estaba sujetando un verdadero cerebro humano y me faltaba la respiración. Notaba como si el corazón se me fuera a salir del pecho. Esa densa gelatina de apenas kilo y medio era mucho más que una víscera. Allí había vivido una persona en toda su complejidad. Sus esperanzas, sus pesadillas y sus excentricidades habían recorrido aquel órgano como chispas y tormentas químicas. Ahora, en cambio, estaba frío y la sangre ya no fluía por sus vasos.
Ese cerebro había sido seccionado del resto de su antiguo cuerpo y ahora pasaba de mano en mano entre unos asustados estudiantes de primero de Medicina, pero en vida había sido parte de un sistema mayor. El encéfalo, la estructura nerviosa más compleja que conocemos, formado por el cerebro, unido al cerebelo y al tronco encefálico, es el responsable de las civilizaciones que hemos levantado a nuestro alrededor. Pero ¿qué hace al encéfalo tan especial? ¿Cómo ha podido brindarnos tantas maravillas? En aquella víscera tenía que haber algo de lo que otros animales carecían, algo que nos hiciera diferentes, que nos hiciera humanos. Un codazo me devolvió a la realidad y pasé el cerebro al siguiente estudiante.
Una hidra en tu cabeza
Han pasado unos años desde entonces, pero la pregunta me ha seguido acompañando. Siempre presente, susurrando cada noche a los pies de mi cama: ¿qué tiene de especial nuestro encéfalo? No tardé en descubrir que, como en tantas otras preguntas inocentes, lo que se escondía entre aquellos signos de interrogación era una hidra. Alrededor de la gran pregunta se enredaban otras más pequeñas que, al ser resueltas, se multiplicaban sin control: ¿somos nuestro encéfalo?, ¿qué significa ser un humano?, ¿existe el alma?, ¿qué es la identidad?, ¿la tortilla con cebolla o sin cebolla?... Por cada pregunta que respondemos, otras dos asoman la cabeza.