EL LEGADO DE LAS UTOPÍAS
Un viaje desde Buenos Aires al corazón la Selva Lacandona
Ivan Puig i Tost
EDICIONES CARENA
© I VAN P UIG I T OST
© De esta edición
Ediciones Carena
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Diseño de portada: Luis León Acosta. puntoluis@puntoluis.com Compaginación:Pilar Membrives
Fotografía del autor: Josep Mª Puig
Fotografía de la portada: Pablo Cesar Costagnino.
ISBN: 978-84-96357-49-5
Depósito legal:
Gracias y mil disculpas por anticipado .
La excelente periodista y escritora María Seoane comentaba en el prólogo de su último trabajo de investigación que “en todos los casos, un libro es una experiencia colectiva”. Sin duda, si algún libro puede ser tildado de experiencia colectiva es El legado de las utopías . En primer lugar por su factura, donde han estado presentes los pensamientos de varios autores conocidos y de otros que no lo son tanto; y en segundo término, porque pretende ser el testimonio de los pueblos latinoamericanos que luchan por salir de la opresión. Y pretende serlo cediéndoles a ellos la palabra: a los verdaderos protagonistas de la historia.
En cualquier caso, es mi viaje y mi experiencia, y no cometeré el error de ejercer como mero instrumento de comunicación, así que, parafraseando a Luis Bilbao, deseo proclamar que estas palabras toman partido. “Estas páginas están del lado de las víctimas de 500 años de saqueo, hoy otra vez en marcha por su emancipación”.
De modo que, en insigne lugar, quiero dar las gracias a los que aportaron su testimonio para que El legado de las utopías sea el relato de todos. Asimismo quiero dar las gracias a Susana por su paciencia y espera; y por supuesto a Verónica, por leerse hasta la saciedad mis constantes cambios. Gracias Vero.
Especial mención para los tres ángeles porteños que tanto me ayudaron a reconstruir la narración: a Pablo por su amistad y generosidad, a Nina por su conversación y a Fabio por sus conocimientos. Y a los tres por sus vivencias en las comunidades zapatistas.
El legado de las utopías plantea el constante debate interno de un viajero aplastado desde tiempos inmemoriales por el neoliberalismo, y su afán por destruir la idiosincrasia del Pensamiento Único. Por lo tanto, los libros de Manuel Vázquez Montalbán, quien me ayudó a vislumbrar las soluciones a un problema personal que al final del relato apreciarán, son fuente de inspiración. Imagino que el señor Montalbán debía de ser consciente de la enorme representatividad que ha alcanzado su persona para los Observadores españoles que pasamos por la selva Lacandona; sus libros y sus textos son muy estimados allí. Gracias a él también, porque las conversaciones nocturnas en Chiapas acerca de Panfleto desde el planeta de los simios y del propio Pepe Carvalho, a quien, y entono el mea culpa, no había leído con tanto detenimiento, fueron un aliento constante y grato eje de discusión literaria y filosófica. Espero que el señor Montalbán sienta, dondequiera que esté, que su trabajo ha sido tratado correctamente.
Mi más ferviente agradecimiento a los textos del subcomandante Marcos, pues, además de descubrirlo como pensador, he intentado impregnarme del refinado humor que destilan sus escritos. Tal vez es la filosofía que procura abanderar a El legado de las utopías : sonreír incluso en las circunstancias más difíciles y escaparle así al máximo enemigo de la literatura. El aburrimiento.
Por eso, tras emular con absoluta humildad al maestro Cortázar y dado que releí Rayuela durante el viaje, les propongo que inicien la lectura por donde prefieran. La oferta es amplia y variada.
Gracias a los “incansables” que nos acogen año tras año en la selva Lacandona y nos transmiten sus conocimientos milenarios para hacernos tan ricos y sabios.
Gracias a los valientes “Anónimos” que ahora cito con mayúscula y a quienes usted, distinguido lector, encontrará hasta el hartazgo a lo largo del libro. Yo mismo me incluyo entre ellos y le invito a unirse a nosotros.
Gracias también a esos “locos encapuchados” y a su buen uso de la simbología política, para que sigan ametrallando al mundo con sus palabras durante muchas décadas más.
Y por último, gracias a la persona sin la que El legado de las utopías no hubiera ni comenzado. Por sus cuentos, por sus fábulas reales, por cruzar el océano, sobrevolar el mar de las dudas y aterrizar en el afluente de la verdad. Quien me abrazó en el transcurso de la aventura, cuando estuvo de manera presencial y cuando no pudo estarlo, y a la que bien pronto, si empiezan por la Parte I, conocerán.
Gracias.
Y mil disculpas por anticipado, ya que este relato pertenece al viaje que cambió mi vida. Cuando lo inicié, acababa de terminar mis estudios y con inocente ternura me disponía a surcar los mares rumbo al conocimiento; en el trayecto, tuve la oportunidad de forjarme como escritor: comencé y finalicé mi primer libro que tiempo después vería la luz; tras concluir la travesía, trabajaba en un medio internacional que me permitió regresar a Buenos Aires en abril de 2003, con motivo de las elecciones acontecidas en Argentina. Ese breve período en el país, me brindó la posibilidad de disfrutar de varias tardes de conversación con mi amigo y sociólogo Fabio Steinzdhler, cuyo resultado podrán contemplar en un capítulo de la Parte IV.
De aquellas charlas, recojo la principal advertencia de Fabio. Mientras yo divagaba obsesionado con el proceso de documentación que ha suscitado El legado de las utopías , mi amigo consideraba esencial proteger la inocencia que me sirvió para adentrarme en los grandes males que acechan a millones de latinoamericanos, y me pidió fidelidad al transmitir mis sensaciones. Por tanto, quiero pedir mil disculpas por anticipado a quienes vivieron conmigo la historia, por si no he sabido hacerlo o quizá haya endurecido demasiado mi mirada.
Este libro se orquestó en una guerra de baja intensidad, pero guerra al fin y al cabo, y concluyó cuando el mundo decía haber superado otra guerra. Por desgracia, en la selva aprendí que las guerras jamás se superan.
Fabio me arrojó una segunda advertencia. Al leer un fragmento del viaje, me comentó que prestara atención a las generalizaciones, puesto que no todos los mexicanos venden efigies falsas, ni regatean dinero en las fronteras, ni…Ya me entenderán.
Aprovecho también para anunciarles que he mantenido infinitud de modismos que a buen seguro no alterarán el relato ni darán pie a ningún equívoco o confusión. Espero haber realizado un digno uso de ellos.
Dicho todo esto despegamos, pónganse cómodos y prepárense para iniciar la larga aventura que cambió mi vida, a pesar de que me pareció muy corta. Deseo que a ustedes les suceda lo mismo. Tengan una feliz estancia en El legado de las utopías.
A los presentes hoy y siempre.
Durante el arduo proceso de escritura de El legado de las utopías, pensé infinidad de veces a quién dedicaría este libro. Varios textos, humanos, sinceros y sencillos, se cruzaron en la factura de estas páginas que ahora comienzan y que pronto deseé que jamás hubieran comenzado.
El camino de la inocencia se vio truncado cuando María Mercedes Arena se sentó a tomar mate con nosotros y nos contó, tanto a mí como a la escritora Patricia Iovine, qué sensaciones acecharon su devenir al enterarse de que su marido, Gastón Riva, caía abatido, el 20 de diciembre de 2001, por una bala perdida pero dirigida con satánica precisión mientras intentaba llegar a la plaza de Mayo, el día que miles de argentinos decidieron decir “Basta” y ponerle el pecho a la vida. A aquella entrevista, que supuso la experiencia más desgarradora de mi carrera periodística, en seguida se le sumaron la de Eduardo Nachman, a quien le arrebataron a su papá en la dictadura militar argentina, y la de un sinnúmero de anónimos que sufrió el atroz conflicto bélico acaecido en las mágicas e insurgentes montañas chiapanecas.