Emilio Lussu - Un año en el altiplano
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- Libro:Un año en el altiplano
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1938
- Índice:4 / 5
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Un año en el altiplano: resumen, descripción y anotación
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Un año en el altiplano — leer online gratis el libro completo
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Emilio Lussu, con el uniforme de oficial de infantería.
Con la familia de Teresa Nardini (a la izquierda de Lussu, con cuello blanco),
madrina de la Brigada Sassari, en Bassano hacia 1917.
En el hospital militar de Milán en enero de 1918,
después de resultar herido en Col del Rosso.
Emilio Lussu con la Brigada Sassari al fondo
(la imagen es probablemente un fotomontaje).
Cartilla militar de Emilio Lussu, en la que figura ya como capitán
J'ai plus de souvenirs que si j’avais mille ans.
BAUDELAIRE
Título original: Un anno sull’Altipiano
Emilio Lussu, 1938
Traducción: Carlos Manzano
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
El lector no encontrará en este libro ni una novela ni hechos históricos. Son recuerdos personales, reordenados mal que bien y limitados a un año, de los cuatro de guerra en que participé. Solo he contado lo que vi y más me impresionó. No he recurrido a la imaginación, sino a la memoria, y mis compañeros de armas, aun con algún nombre transformado, reconocerán fácilmente a los hombres y los hechos. Me he despojado también de mi experiencia posterior y he vuelto a evocar la guerra tal como la vivimos realmente, con las ideas y los sentimientos de entonces. Así, pues, no se trata de una obra de tesis: solo pretende ser un testimonio italiano de la Gran Guerra. En Italia no existen libros sobre la guerra como en Francia, Alemania o Inglaterra y, sin un período de reposo forzoso, tampoco se habría escrito este.
Clavadel-Davos, abril de 1937
[1] Pues sería un desacierto perder a vivos por salvar a un muerto.
Escribí Un año en el altiplano entre 1936 y 1937 en un sanatorio de Clavadel, más arriba de Davos. Me había retirado allí a raíz del agravamiento de la enfermedad pulmonar que había contraído en la cárcel, no había podido curar en Lípari y, después de la evasión, había descuidado en Francia. Decidido a curarme, me había sometido a una operación quirúrgica bastante dura y el tratamiento me imponía un largo período de inmovilidad, pero, aun así, nunca habría escrito el libro, de no haber sido por la insistencia de Gaetano Salvemini. Al final de 1921, a raíz de las evocaciones que hacíamos juntos de la guerra, me había pedido que escribiera un libro: «el libro», decía en sus cartas. En el exilio, «el libro» había llegado a ser algo así como una letra de cambio que debía yo pagarle. En determinado momento y siguiendo un hilo que tenía en el pensamiento desde que había leído Del Principe di Nicolò Machiavelli de Federico Chabod, había tenido la audacia de jactarme de estar escribiendo sobre el «Príncipe». El día en que hablé de ello a Salvemini, nuestra amistad corrió un grave peligro de entrar en crisis. Lo que él me reclamaba era «el libro» y no divagaciones sobre el Secretario florentino. Así fue como salió a la luz el libro sobre la guerra. Envié el manuscrito a Salvemini, que estaba en Londres, al final de mayo de 1937 y él me respondió con un telegrama de unos centenares de palabras: mi amigo se había calmado.
La primera edición italiana se publicó en París —Edizioni Italiane di Cultura— a principios de 1938; la segunda, en Italia —Einaudi— en 1945, después de la Liberación. Al releer este testimonio de la guerra, que he dejado intacto, con su primera redacción, pienso en Salvemini y a él es a quien dedico esta edición.
Roma, septiembre de 1960
En Un año en el altiplano, Emilio Lussu rememora sus experiencias en el altiplano de Asiago desde junio de 1916 hasta julio de 1917, cuando, como miembro de la Brigada Sassari, combatió en el frente italo-austríaco durante la Primera Guerra Mundial.
Considerada como una obra maestra de la literatura bélica, Un año en el altiplano es el emotivo relato de un año de continuos asaltos a inexpugnables trincheras; de batallas absurdas empeño de oficiales embebidos de retórica patriótica y de vanidad; de episodios trágicos, grotescos o cómicos a través de los cuales la guerra se revela en su verdadera naturaleza. Su relato de prosa sencilla es una contundente descalificación de la guerra y de los mandos italianos; describiendo con cercanía y humor la situación y el día a día de los soldados, en su mayoría campesinos y obreros, consigue una visión de las batallas y ejércitos muy distinta a la oficial. Debido a la militancia antifascista de su autor, el libro vio la luz primero fuera de Italia, y no se publicó en ese país hasta 1945, publicado por Giulio Einaudi; desde entonces no ha dejado de conmover a los lectores que se han acercado a él.
Emilio Lussu
ePub r1.0
Titivillus 22-07-2018
Al final de mayo de 1916, mi brigada —regimientos 399.º y 400.º— se encontraba aún en el Carso. Desde el principio de la guerra, había combatido solo en aquel frente. Para nosotros, se había vuelto ya insoportable. Cada palmo de tierra nos recordaba un combate o la tumba de un compañero caído. No habíamos hecho otra cosa que conquistar trincheras, trincheras y más trincheras. Después de la de los «gatos rojos», había venido la de los «gatos negros» y luego la de los «gatos verdes», pero la situación seguía siendo la misma. Tras tomar una trinchera, había que conquistar otra. Trieste seguía allí, frente al golfo, a la misma distancia, cansada. Nuestra artillería no había querido disparar ni un solo tiro contra ella. El duque de Aosta, nuestro comandante, la citaba todo el tiempo en las órdenes del día y en los discursos para animar a los combatientes.
El príncipe tenía escasas capacidades militares, pero una gran pasión literaria. Su jefe de Estado Mayor y él se completaban. Uno escribía los discursos y el otro los pronunciaba. El duque los aprendía de memoria y los recitaba, con oratoria de antiguo romano y una dicción impecable. Las grandes ceremonias, bastante frecuentes, estaban preparadas expresamente para aquellas demostraciones oratorias. Por desgracia, el jefe de Estado Mayor no era un escritor, por lo que, pese a todo, en la estima del ejército contaba más la memoria del general al recitar los discursos que el talento de su jefe de Estado Mayor al escribirlos. El general tenía también una bella voz. Aparte de eso, era bastante impopular.
En una tarde de mayo, nos llegó la noticia de que el duque había dispuesto, como premio a los numerosos sacrificios sufridos por la brigada, mandarnos a descansar en la retaguardia durante unos meses y, como a la noticia había seguido la orden de mantenernos listos para el relevo por otra brigada, había de ser por fuerza cierta. Los soldados la acogieron con alborozo y aclamaron al duque. Al final, se daban cuenta de que alguna ventaja había en tener por comandante a un príncipe de casa real. Solo él podía conceder un descanso tan largo y lejos del frente. Hasta entonces, los tumos de descanso los habíamos pasado a pocos kilómetros de las trincheras, expuestos a los disparos de los artilleros enemigos. El cocinero del comandante de la división había dicho al asistente del coronel —y el rumor había corrido como una centella— que el duque quería que pasáramos el descanso en una ciudad. Por primera vez, durante toda la guerra, empezaba este a adquirir popularidad. De repente corrieron los rumores más favorables sobre él y la noticia de que había tenido una grave disputa con el general Cadorna para defender a nuestra brigada recorrió, acreditada, las unidades.
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