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Emilio Lledó - Filosofía y lenguaje

Aquí puedes leer online Emilio Lledó - Filosofía y lenguaje texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2016, Editor: 2016, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Emilio Lledó Filosofía y lenguaje
  • Libro:
    Filosofía y lenguaje
  • Autor:
  • Editor:
    2016
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  • Año:
    2016
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Filosofía y lenguaje: resumen, descripción y anotación

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Luz

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La théorie est conduite par nécessité interne a saisir non seulement le systéme linguistique dans son schéma et dans son usage pris dans leur totalité comme dans leurs détails, mais aussi l’homme et la société húmaine présents dans le langage et, à travers lui, à acceder au domaine du savoir humain dans son entier.

LOUIS HJELMSLEV

... els mots son només per a entendre’ns i no per a entendre’ls:

són el començament, just un senyal del sentit.

CARLES RIBA

ESTA EDICIÓN

Después de tanto tiempo de su primera edición, el autor de este libro tuvo una extraña sensación, un cierto temor, al comenzar a releerlo con mirada crítica; como si fuera algo que ya nada tiene que ver con él: Un puente que va de la oralidad cálida del pensamiento, de los latidos concretos del tiempo donde fluye, a los surcos de la escritura que nos lo alejan. Es explicable este temor si queremos mirar esa escritura con la objetividad de una obra que, en cierto sentido ya no es nuestra. Pero esa es, en el fondo, una pretensión imposible porque, como se dice más adelante, un libro es un espejo donde el autor se reconoce siempre a sí mismo. Ese reconocimiento se debe, tal vez, a que los libros nos leen también: Son espejos porque nos vemos en ellos y tienen, además, el maravilloso poder de leernos cuando los leemos, de mirarnos, cuando los miramos. Han sostenido, en los surcos de sus líneas, el palpitar del tiempo, y por ello nos miran, nos recuerdan, nos estimulan y hasta nos entienden. Las palabras escritas son espejos; pero también luces que iluminan si sabemos intuir el espacio iluminado, si sabemos movernos, reconocernos, en él.

En el prólogo a la cuarta edición, se había aludido al hecho de que los problemas planteados seguían vivos; pero desde comienzos del siglo, como he podido comprobar en esta nueva lectura, sus planteamientos han confirmado que más allá del dominio filosófico alcanzan, sin pretenderlo concretamente, un cierto espacio histórico, casi biográfico, en el que alienta todo lo que pensamos y sentimos. Esta comprobación me ha dejado no sé si satisfecho; pero, al menos tranquilo.

Desde hace una decena de años se han agudizado algunas de las cuestiones que se exponen en estas páginas. Seguro que la mínima satisfacción del autor, al enfrentarse con sus propios textos se debe, en este caso, a que todo aquello que tiene que ver con el lenguaje nos lleva siempre a las estructuras esenciales, sustanciales, de los seres humanos. Esa posibilidad de comunicación, de inteligencia, de interpretación, y también de oscurecimiento y manipulación, sigue siendo, como en la época de los sofistas, «el tema de nuestro tiempo». Porque nunca han tenido los seres humanos tantas facilidades para comunicarse y entenderse como hoy y, sin embargo, podrían, a pesar del ruido mediático, estar instalados en el inmenso desierto del silencio y de la desmemoria.

Precisamente esas múltiples vías, esos medios tan sorprendentes y poderosos para hacer fluir las palabras, nos dejan, muchas veces, sin saber lo que queremos decir con ellas. Porque podría ocurrir que hubiéramos perdido la voluntad de decir algo, la pasión por entender, y el gozo de enriquecer e interpretar lo que entendemos. Un pasaje famoso de Nietzsche, en su pequeño escrito «sobre verdad y mentira en sentido extramoral», nos advierte de que la verdad, fundamento de la existencia, podría convertirse en «una hueste en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas... y que después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas, vinculantes. Las verdades —sus palabras—, son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son; metáforas gastadas... monedas que han perdido su troquelado, y que no son ya monedas, sino simple y aplastado metal». Y esto lo decía, porque su rigurosa formación de filólogo clásico le había hecho descubrir el latido de las palabras, en su lucha por entender lo que nos dicen, para qué nos sirven, y qué podemos hacer o deshacer con ellas.

En el último capítulo de este libro, en el que se analiza una forma de racionalidad como la cartesiana, se recoge el texto en el que Descartes afirma que aquello que verdaderamente nos pertenece, aquello que está en nuestro poder, son nuestros pensamientos. Pero los pensamientos se deterioran cuando no es la inteligencia y la pasión por entender lo que nos mueve. Un conglomerado informe de intereses, de miserias, de ofuscamientos y cegueras encharcan el río, el fluir de la vida humana. Pensar sobre el lenguaje que guarda y alumbra nuestros pensamientos, ya que estos son lo que realmente nos sostiene y construye nuestra humanidad, es una tarea de presente y una posibilidad de futuro. Me gustaría que este libro pudiese servir un poco a esta empresa, a esta necesaria casi urgente aventura.

PRÓLOGO A LA CUARTA EDICIÓN

Va camino de los treinta años la publicación de la primera edición de este libro. Treinta años no son muchos para una pequeña obra filosófica, sobre todo si se tiene en cuenta que, a pesar de tantas crisis, y aunque pudiéramos pensar que han envejecido, los libros de los grandes filósofos, escritos hace siglos, siguen todavía en cartel. Por supuesto no se trata de una comparación. No pretendo insinuar, ni siquiera a distancia infinita, que estas páginas puedan acogerse a tan excelentes ejemplos de inmortalidad filosófica como la que desde Platón hasta Nietzsche, por ejemplo, conocemos. Pero, tal vez, esos treinta años sirvan para contemplar cómo un libro que sostiene, cautelosamente, unas determinadas tesis, ha visto confirmadas sus propuestas con una cierta rotundidad. Y no porque su autor posea don profético alguno, sino porque ese concepto, tan romántico, de Zeitgeist , de espíritu del tiempo, por así decirlo, se ha manifestado también en el nuestro. Por muy modesta que sea una propuesta filosófica, si no anda muy descaminada, alcanza siempre ese camino real donde conducen todos los senderos del pensamiento, por más que, a ratos, en lugar de desbrozarlo lo enmarañamos.

Corren, según se dice, malos tiempos para la filosofía y el famoso Zeitgeist sopla con menos fuerza, y si lo hace apenas alcanza a mover una hoja. Parece, pues, que las tempestades de ideas andan desalentadas y empiezan a esfumarse ante el horizonte de otras tempestades, confiemos en que no de acero, movidas por algo que ya nada tiene que ver con la mente y con sus delicados productos.

Pero volviendo a Filosofía y lenguaje , es verdad que la revolución lingüística de nuestro siglo, que tan rigurosamente ha marcado no sólo a la teoría del lenguaje sino a la filosofía misma, deja ver un claro horizonte de preocupaciones muy fecundas para el pensamiento. Impulsado por tal giro lingüístico, por la necesidad de ampliar el espacio de las formalizaciones que han llevado a la lógica a un sin igual desarrollo, y por las aportaciones de la filosofía analítica, parecía que los problemas de la filosofía del lenguaje sólo podían plantearse en ese marco. Pero el tiempo, no sé bien si bajo la tormentosa apariencia de Zeitgeist , nos enseña que hay que mirar a un espacio más dilatado y descubrir, en él, el viejo horizonte en el que alumbraron los primeros análisis sobre el logos.

Estos análisis estuvieron sostenidos por una idea fundamental y que siempre, aunque no expresamente, ha alimentado cualquier intento de interpretar el mundo y comunicar los resultados de esa interpretación. La filosofía y la ciencia fueron, en principio, dos formas de lenguaje que pretendían transmitir tales experiencias. La mente que creaba formas de comunicación intuyó, tal vez, que esos saberes, por muy alejados que pudieran parecer del inmediato mundo de la vida, enraizaban en él. Nada que fuese producto del trabajo y de la praxis podía tener otro origen que no radicase en la afirmación de la vida y de los intereses de los hombres. El lenguaje como resultado de una larga elaboración desde la experiencia fue, sin duda, el suelo sobre el que se edificó la parte esencial de la cultura. Desde él se han levantado la mayoría de sus obras. Semejante construcción, que ha adquirido la forma de los distintos lenguajes que, sobre el natural, configuraba el espacio de la cultura, ha dejado ver las tendencias del existir humano y, al par, ha colaborado a la permanencia y progreso de la vida social.

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