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Francisco Varela - Conocer

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Francisco Varela Conocer

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Introducción

Este pequeño libro se propone una tarea ambiciosa: presentar el panorama actual de las ciencias cognitivas, nombre con el que hoy designamos el análisis científico moderno del conocimiento en todas sus dimensiones. Este ensayo, pues, constituye una concisa visita guiada a un campo multidisciplinario que todavía no está bien definido.

Esta tarea no puede ser neutra: se tiene que emprender desde la perspectiva de alguien, preferentemente una parte interesada que hable de una actividad de la cual participa. Como pronto descubrirá el lector, mi perspectiva, desarrollada al cabo de unos veinte años de investigación, está expuesta explícitamente en el texto. No la repetiré aquí, pero caben dos observaciones.

Ante todo, una observación epistemológica. Cada época de la historia humana produce, a través de sus prácticas sociales cotidianas y su lenguaje, una estructura imaginaria. La ciencia forma parte de estas prácticas sociales, y las ideas científicas acerca de la naturaleza constituyen apenas una dimensión de esta estructura imaginaria. Los historiadores y filósofos modernos, desde Alexander Koyré, han demostrado que la imaginación científica sufre mutaciones radicales de una época a otra, y que la ciencia se parece más a una epopeya novelística que a un progreso lineal. La historia humana de la naturaleza es una narración que merece ser contada de más de un modo.

Lo que resulta menos evidente es que dicha historia humana de la naturaleza se corresponde con una historia de las ideas sobre el conocimiento de si mismo. Así, la physis griega y el método socrático, o los ensayos de Montaigne y la temprana ciencia francesa, son pares interdependientes. Reflejándose mutuamente, el si–mismo y la naturaleza se desplazan en el tiempo como una pareja de bailarines. En Occidente aún no se ha escrito la historia natural del conocimiento del si–mismo, pero es justo aclarar que siempre hubo precursores de lo que hoy llamamos ciencias cognitivas, en la medida en que la mente humana es la fuente primordial y el ejemplo más accesible de la cognición y el conocimiento.

La fase moderna de las ciencias cognitivas representa una mutación notable en esta historia paralela de la mente y la naturaleza. Por primera vez la ciencia (es decir, el conjunto de científicos que definen qué debe ser la ciencia) reconoce plenamente la legitimidad de las investigaciones sobre el conocimiento mismo, en todos sus niveles, más allá de los límites tradicionalmente impuestos por la psicología o la epistemología. Esta mutación, que tiene apenas treinta años, fue enfáticamente introducida mediante el programa cognitivista comentado en el texto, tal como el programa darwiniano inauguró el estudio científico de la evolución, aunque otros se habían interesado antes en ella.

Más aun, a través de esta mutación, el conocimiento se ha ligado tangiblemente a una tecnología que transforma las prácticas sociales que lo posibilitaron: la inteligencia artificial constituye el ejemplo más visible. La tecnología, entre otras cosas, actúa como un amplificador. No podemos separar las ciencias cognitivas de la tecnología cognitiva sin despojar a una u otra de un vital elemento complementario. En otras palabras, a través de la tecnología, la exploración científica de la mente brinda a la sociedad un inadvertido espejo de si misma que trasciende el circulo del filósofo, el psicólogo o el pensador.

Y por primera vez la sociedad occidental en su conjunto comienza a enfrentar en sus prácticas interrogantes, tales como: ¿Es la mente una Manipulación de símbolos? ¿Puede una máquina aprender el lenguaje? Se trata de preocupaciones que afectan la vida de la gente y no se limitan a ser teóricas. No es de extrañar que los medios manifiesten un constante interés por las ciencias cognitivas y la tecnología emparentada con ellas, ni que la inteligencia artificial haya penetrado profundamente en la mente de los jóvenes a través de los juegos de computación y la ciencia ficción. El efecto de esta fermentación es el siguiente: mientras durante milenios las gentes tuvieron una comprensión espontánea de si mismas, según la cultura de su época, por primera vez esta visión popular de la mente entra en contacto con la ciencia y es transformada por ella. Muchos deplorarán esta revolución, mientras que otros la celebrarán.

Sea como fuere, este fenómeno adquiere creciente celeridad. El fecundo diálogo entre investigadores, tecnólogos y público encierra un potencial para la transformación de la conciencia humana que yo encuentro fascinante, pues se trata de una de las más interesantes aventuras que hoy enfrentamos. Este texto constituye un modesto pero —espero— significativo aporte a este diálogo transformador. Por ejemplo, en este ensayo cuestionaré la difundida idea de que el conocimiento está relacionado con el procesamiento de información. Argumentaré que la información es semejante a un moderno flogisto que intenta explicar la estructura del conocimiento apoyándose en un orden de cosas preexistente. El pivote de la cognición es precisamente su capacidad para explicar la significación y las regularidades; la información no debe aparecer como un orden intrínseco sino como un orden emergente de las actividades cognitivas mismas. Si ello se verifica, nuestra ingenua comprensión de las relaciones que entablamos con el mundo cambiará drásticamente.

El segundo punto es de índole socio-política. Como a cualquiera que haya examinado de cerca una disciplina científica, las ciencias cognitivas me han parecido un mosaico de perspectivas más o menos compatibles antes que un dominio homogéneo. No obstante, es obvio que la ciencia, en cuanto actividad social, está atravesada por corrientes de poder que infunden más autoridad a ciertas voces que a otras. Europa fue epicentro de la ciencia hasta la época de las guerras mundiales, pero es indiscutible que dicho papel corresponde hoy a los Estados Unidos. De hecho, la mayoría de mis colegas europeos y sudamericanos consideran que los Estados Unidos constituyen la vara para medir la calidad, el prestigio y el mérito.

Esto es aun más cierto en el dominio de las ciencias cognitivas, en la medida en que la revolución cognitiva moderna recibió gran influencia de las investigaciones realizadas en la Costa Este de los Estados Unidos, sobre todo en el MIT. Esta presunta tradición cognitivista se ha transformado en la ortodoxia de la comunidad científica, como veremos en la primera parte de este ensayo. Al leer a los portavoces de esta tradición se tiene la impresión de que (a) el enfoque computacional es el único modo de abordar la ciencia cognitiva, y (b) nada que sea anterior al surgimiento de esta tecnología merece conservarse, ni siquiera de manera transformada.

Desde luego, no es sólo un enunciado científico sino político, pues brinda pautas para juzgar el trabajo científico: relevante es aquello que yo considero relevante. Confieso ser un inveterado amante de la heterodoxia, y un ávido buscador de la diversidad. Desde luego, es preciso conocer bien las importantes tesis y resultados producidos por las predominantes ciencias cognitivas estilo MIT, pero no puedo aceptar que los enfoques tradicionales sean los únicos válidos.

Esta cuestión resulta especialmente delicada en Europa, pues durante el siglo veinte hubo muy importantes aportes al trasfondo conceptual de lo que hoy llamamos ciencias cognitivas, y con frecuencia se los ignora por completo. Pienso ante todo en: a) el movimiento fenomenológico, especialmente Edmund Husserl y Maurice Merleau–Ponty, y b) los enfoques inaugurados por Jean Piaget en epistemología genética. Estas escuelas exploraron profundos interrogantes cognitivos y sus mecanismos, como luego comentaremos en este texto. Lamentablemente, han estado casi totalmente ausentes de la ortodoxia cognitivista, y en consecuencia sus ideas básicas a veces se reinventan como si fueran novedades. Un notable ejemplo es el redescubrimiento de la intencionalidad en los estudios cognitivos, algo claramente expresado por pensadores europeos en la década de 1940, pero totalmente ignorado en la ciencia cognitiva tradicional hasta 1980.

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