PHILIP SHENON
JFK
CASO ABIERTO
Philip Shenon, el exitoso autor de The Commission: The Uncensored History of the 9/11 Investigation, fue periodista de The New York Times por más de 25 años. Como corresponsal de The New York Times en Washington, D.C., cubrió la información sobre el Pentágono, el Departamento de Justicia y el Departamento de Estado. Vive y escribe en Washington, D.C.
PRIMERA EDICIÓN VINTAGE ESPAÑOL, NOVIEMBRE 2013
Copyright de la traducción © 2013 por Jorge Martín Mendoza Toraya
Copyright de la traducción © 2013 por José Francisco Varela Fuentes
Copyright de la traducción © 2013 por Ana Marimón Driben
Todos los derechos reservados. Publicado en coedición con Random House Mondadori, S. A., de C.V., México, D.F., en los Estados Unidos de América por Vintage Español, una división de Random House LLC, Nueva York, y en Canadá por Random House of Canada Limited, Toronto, compañías Penguin Random House. Originalmente publicado en inglés como A Cruel and Shocking Act: The Secret History of the Kennedy Assassination por Henry Holt and Company. Copyright © 2013 por Philip Shenon. Esta traducción fue originalmente publicada en México por Random House Mondadori, S. A., de C.V., México, D.F., en 2013. Copyright de la presente edición en castellano para todo el mundo © 2013 por Random House Mondadori, S. A. de C. V.
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Mapas de Gene Thorp
Investigación fotográfica por Laura Wyss y Wyssphoto, Inc.
Diseño de Meryl Sussman Levavi
Créditos fotográficos:
: Cortesía de Colección Everett
: Cortesía de The Sixth Floor Museum at Dealey Plaza
: © Bettmann/CORBIS
: © Rene Burri/Magnum Photos
Información de catalogación de publicaciones disponible en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos.
Vintage ISBN: 978-0-8041-7142-7
eBook ISBN: 978-0-8041-7143-4
Diseño de la cubierta: Nora Grosse
Para venta exclusiva en EE.UU., Canadá, Puerto Rico y Filipinas
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v3.1
A la memoria de mi padre,
Peter Warren Shenon,
cuya ternura de corazón y sentido de la justicia
se nutrieron en la California
que Earl Warren ayudó a construir
“El asesinato de John Fitzgerald Kennedy, acontecido el 22 de noviembre de 1963, fue un cruel y traumatizante acto de violencia perpetrado contra un hombre, una familia, una nación; un acto en contra de toda la humanidad.”
Informe de la Comisión Presidencial sobre el Asesinato del Presidente Kennedy, 24 de septiembre de 1964
PREGUNTA : ¿Le comentó algo sobre su viaje a México?
M ARINA O SWALD : Sí, me dijo que visitó las dos embajadas, que no obtuvo nada, que la gente que ahí trabaja es muy, muy burocrática.
PREGUNTA : ¿Le preguntó qué hizo el resto del tiempo?
M ARINA O SWALD : Sí. Creo que dijo haber asistido a una corrida de toros, que hizo un poco de turismo y pasó la mayor parte de su tiempo en museos.
PREGUNTA : ¿Le habló de alguien que hubiese conocido allí?
M ARINA O SWALD : No. Dijo que no le gustaban las muchachas mexicanas.
Testimonio de Marina Oswald a la Comisión Warren,
3 de febrero de 1964
Índice
Prólogo
No hay manera de saber con exactitud en qué momento abrazó Charles William Thomas la idea del suicidio. ¿Quién podría saber, en realidad, algo así? Años después, investigadores al servicio del Congreso sólo podían ofrecer sus más sólidas sospechas sobre qué habría llevado a Thomas, un antiguo diplomático estadounidense que prestó la mayor parte de su servicio activo en África y América Latina, finalmente a quitarse la vida. El lunes 12 de abril de 1971, cerca de la 4:00 pm, puso un arma en su cabeza en el segundo piso de la pequeña casa rentada donde vivía con su familia, cerca de las márgenes del río Potomac, en Washington, D. C. Su esposa, en el piso inferior, pensó en primera instancia que el calentador de agua había estallado.
Cierto es que dos años antes, en el verano de 1969, Thomas había tenido razones para sentirse descorazonado. A los 45 años de edad, con una esposa y dos hijas pequeñas que mantener, sabía que su carrera profesional en el Departamento de Estado había llegado a su fin. Era un hecho, aun cuando seguía sin poder desentrañar las razones de su retiro forzoso de un trabajo que amaba y que creía —y sabía— que desempeñaba bien. El departamento había adoptado, desde bastante tiempo atrás, una política de “subir o salir” respecto a los elementos de su cuerpo diplomático, parecida a la implementada por las fuerzas armadas. O se obtenía un ascenso en las filas o la carrera del integrante terminaba. Y, puesto que se le había negado su promoción a otra embajada en el extranjero y su traslado a un escritorio como supervisor en Washington, Thomas fue “seleccionado para salir”; ésa era la terminología orwelliana utilizada por el departamento para ejecutar un despido. Después de 18 años satisfactorios, en su mayor parte felices, de recorrer el mundo en nombre de su país, se le comunicó que ya no tenía empleo.
Al principio supuso que se trataba de un error, como en su momento lo diría su esposa, Cynthia. Su expediente personal era ejemplar e incluía un reporte de inspección reciente que lo describía como “uno de los funcionarios de mayor valía” dentro del Departamento de Estado, cuya promoción debía haber ocurrido “mucho tiempo antes”. Una vez ocurrida su “selección para salir”, sin embargo, no era sencillo apelar la decisión. A Thomas, un hombre orgulloso, a menudo estoico, le pareció desmoralizante incluso intentarlo. Ya había comenzado a guardar en una caja sus pertenencias en su oficina y a preguntarse si, a su edad, era posible comenzar una nueva carrera.
Tenía un tema pendiente con el departamento antes de partir. Así pues, el 25 de julio de 1969 terminó de mecanografiar un memorándum de tres páginas y una carta que le serviría como portada, el cual remitió a su superior máximo en esa instancia gubernamental: William P. Rogers, secretario de Estado del entonces presidente Richard Nixon. A Thomas quizás sus colegas le habrían dicho que resultaba un tanto presuntuoso que un diplomático de medio pelo se dirigiera por escrito de forma directa al secretario, pero él tenía razones para creer que acudir a Rogers era su única esperanza real de recibir la atención de alguien. Thomas no intentaba mantener su empleo; era demasiado tarde para ello, como le comunicó a su familia. En cambio, el memo era un último intento por resolver lo que había sido —aparte de enigma de su despido— el misterio más grande y desconcertante de su vida profesional. Rogers era nuevo en el Departamento de Estado, pues había asumido el puesto apenas seis meses antes junto con el resto del gabinete de Nixon. Thomas esperaba que Rogers estuviera dispuesto a cuestionar a los diplomáticos de carrera del departamento que —durante casi cuatro años— habían ignorado la extraordinaria historia que Thomas intentaba contarles.
En el margen superior de cada página del documento, Thomas había escrito —y subrayado— la palabra “ CONFIDENCIAL ”.
“Estimado señor secretario”, comenzó. “En la conclusión de mis asuntos en el Departamento de Estado, hay un tema pendiente que, creo, merece su atención.”
El memo llevaba un título: “Asunto: investigación sobre Lee Harvey Oswald en México”.