Mannix - Breve Historia de los Gladiadores
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BREVE HISTORIA
DE LOS GLADIADORES
Daniel P. Mannix
Colección: Breve Historia (www.brevehistoria.com)
Director de la colección: Juan Antonio Cebrián
www.nowtilus.com
Título original: The way of the Gladiator
Autor: Daniel P. Mannix
Traducción: Manuel de la Pascua para Grupo ROS
Edicion original en lengua inglesa:
© 2001 ibooks, Inc., New York
Edicion española:
© 2004 Ediciones Nowtilus, S.L.
Doña Juana I de Castilla 44, 3º C, 28027 Madrid
Editor: Santos Rodríguez
Responsable editorial: Teresa Escarpenter
Diseño y realización de cubiertas: Carlos Peydró
Diseño de interiores y maquetación: Grupo ROS
Producción: Grupo ROS (www.rosmultimedia.com)
Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece pena de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.
ISBN: 84-9763-141-2
Depósito legal: M-12792-2007
EAN: 978-849763141-9
Primera Edición Libro Electrónico
Conversión Digital: Newcomlab S.L.L. -www.newcomlab.com-
Prólogo
Juan Antonio Cebrián presenta
Gladiadores, el macabro espectáculo de Roma
Soportaré ser quemado, herido, golpeado y asesinado por la espada, estas palabras encabezaban el juramento de cualquier gladiador romano, en ellas se encerraba toda una filosofía vital que orientaría las acciones de unos hombres dedicados en cuerpo y alma a la supervivencia.
Gladiador, del latín Gladiator, etimológicamente significa el que lucha con la espada. Los orígenes de las luchas entre gladiadores se sitúan en el periodo etrusco. En ese tiempo recogemos los primeros testimonios que nos hablan de combates realizados para honrar a ilustres ciudadanos o guerreros fallecidos. Esas prácticas fueron asimiladas por los romanos primigenios y tardaron poco en ser incorporadas a las costumbres de aquella civilización. Lo que en principio fue un puro asesinato de esclavos y enemigos prisioneros, se convirtió, paulatinamente, en luchas profesionalizadas.
En la época republicana de Roma los notables pagaban abundantes sumas para contratar los servicios de estos hombres. En el año 264 a. C. queda reflejado un combate entre tres parejas de gladiadores para conmemorar el funeral de Juno Bruto. En Hispania el primer combate de gladiadores fue organizado en el 206 a. C. por Cornelio Escipión, el Africano, con el propósito de honrar la memoria de su padre y tío desaparecidos hacía pocas fechas. Otro claro impulsor fue Julio César, cuando no reparó en gastos a la hora de convocar grandes fastos que le sublimaran como líder de los romanos.
Durante todo el siglo I a. C. la popularidad de los potentes gladiadores se incrementó notablemente; miles de ellos morían en las arenas de los circos. La crueldad llegó a tal extremo que el propio Octavio Augusto se vio obligado a dictar normas reguladoras de aquellos sanguinarios eventos. Protocolos muy difíciles de acatar para un fervoroso público ávido de originalidad y sensaciones distintas al aburrimiento.
El imperio potenció y ensalzó la figura del gladiador, convirtiéndole en un «semidios» al que se le otorgaban presuntos poderes mágicos; incluso se llegó a pensar que su sangre curaba determinadas enfermedades como la epilepsia.
Los gladiadores eran habitualmente esclavos, reos de guerra o condenados por delitos graves. Bien es cierto que, en numerosas ocasiones algunos ciudadanos libres o legionarios de mermado patrimonio se incorporaban a las escuelas de adiestramiento con el fin de intentar mejorar una precaria situación.
Algunos emperadores se involucraron tanto en el espectáculo que, finalmente, también se convirtieron en auténticos luchadores; fue el caso de Cómodo, hijo y mal sucesor del insigne Marco Aurelio, quien participó en 735 combates proclamándose a sí mismo «vencedor de mil gladiadores». Cómodo fue un criminal, vicioso y perturbado. Era frecuente verle ceñir los atributos del dios Hércules del que se creía una reencarnación para visitar el circo y allí masacrar a decenas de infelices disfrazados de animales.
Pero, ¿qué premios esperaba el gladiador por su esfuerzo? Varios y en este orden: seguir vivo, mejorar su situación económica y, por fin, la tan ansiada liberación que llegaba cuando un gran luchador acreditaba poseer cuantiosas victorias ganando de ese modo respeto y admiración de un pueblo entusiasta con sus héroes. Al liberado se le entregaba la rudi o espada de madera, signo supremo de la libertad para un gladiador. Un caso especial fue el del pompeyano Publius Ostorius, hombre libre que venció en 51 combates consiguiendo miles de sestercios y el amor de innumerables damas patricias; obviamente fue un hecho excepcional.
Los festejos en Roma eran constantes. En el siglo I d. C. el emperador Vespasiano mandó construir el anfiteatro Flavio, conocido popularmente como «el Coliseo». En ese magno recinto ovalado con capacidad para casi 50.000 personas se dieron cita las celebraciones más importantes del Imperio romano. En los 30.000 m2 que ocupaba se encontraban los subterráneos donde se ejercitaban los gladiadores, además de espacios habilitados para albergar centenares de bestias que, posteriormente, subirían en plataformas a la arena circense. Muchos emperadores utilizaron los juegos para complacer y tomar el pulso de la sociedad romana.
Los gladiadores desfilaban ante la multitud con sus vistosas indumentarias, tras esto se situaban frente al emperador y levantando sus brazos armados emitían el famoso saludo: «¡Ave César, los que van a morir te saludan!». Acto seguido realizaban un pequeño entrenamiento y, sin más, se entregaban a una lucha violenta y feroz por parejas jaleados por un populacho que, previamente, había cruzado sus apuestas. El delirio lo cubría todo y los gobernantes romanos sonreían satisfechos.
Existieron muchos tipos de gladiadores diferenciados gracias a las armas y defensas que utilizaban: los secutores iban armados con espada y escudo, lo que les proporcionaba extremada agilidad, convirtiéndoles en temibles para el combate; los tracios utilizaban rodela y puñal corto; los retarii manejaban redes emplomadas y afilados tridentes; los mirmillones usaban espada larga y grandes escudos; los essedarii combatían a caballo o en carros de guerra.
También existían gladiadores especializados en la lucha contra animales y, así, una larga lista donde aparecen todo tipo de armas, corazas, cascos y utensilios que hacían de aquellos hombres auténticas máquinas preparadas para matar.
Cada victoria de Roma era celebrada con enormes matanzas en sus anfiteatros. Una de las más destacadas fue la organizada por el emperador Trajano después de su victoria en la Dacia reuniendo a más de diez mil gladiadores que lucharon y murieron a lo largo de varias semanas para mayor gloria del Imperio.
Cuando los espectáculos de gladiadores eran organizados por las instituciones romanas se convertían en gratuitos. No obstante, surgieron empresarios privados que montaron con la autorización pertinente, combates por su cuenta. En ese caso se cobraba una entrada que las élites pagaban gustosas dispuestas a contemplar a los mejores luchadores del momento. Por todas las provincias se esparció la costumbre de ver morir a hombres de forma violenta en la arena, sólo la refinada Grecia quedó al margen de éstas prácticas, por entender que aquello no era más que un capítulo injusto y vergonzante para la condición humana.
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